Lo que decía del Infierno el cura deArs

Autora: Rebeca Reynaud

 

 

 


“Hay quienes pierden la fe y ven el infierno sólo cuando entran en él  (...) 
El infierno tiene su origen en la bondad de Dios. Los condenados dirán: ¡Oh!, si al menos Dios no nos hubiera amado tanto, sufriríamos menos. 
¡El infierno sería soportable! ¡Pero, habernos amado tanto! ¡Qué sufrimiento!”, 
dice el famosísimo Cura de Ars , experto en estos temas.

Cuando en Roma, Miguel Ángel pintaba el juicio final en la Capilla Sixtina, un camarero del Papa llamado Blas de Cesena, opinó desfavorablemente sobre 
la obra del artista. Miguel Ángel se vengó pintándolo entre los réprobos y 
representándolo con una serpiente arrollada al cuerpo. Cesena pidió al Papa 
que ordenara borrar del fresco esa figura que le deshonraba. Preguntó el 
Pontífice:
— ¿Dónde te ha puesto?
— En el Infierno.
.Entonces —observó el Papa—, no puedo complacerte. Ya sabes que del 
Infierno nadie sale.

Deseamos ser felices. Deseamos una eternidad de amor, pero “por una blasfemia, por un mal pensamiento, por una botella de vino, por dos minutos 
de placer. ¡Por dos minutos de placer perder a Dios, tu alma, el cielo... para siempre!”, decía San Juan Bautista María Vianney, el Cura de Ars 
(Francia). También decía:

“El que vive en el pecado toma las costumbres y formas de las bestias. 
La bestia, que no tiene capacidad de razonar, sólo conoce sus apetitos; del 
mismo modo el hombre que se vuelve semejante a las bestias pierde la razón y 
se deja conducir por los movimientos de su cuerpo. Un cristiano, creado a 
imagen de Dios, redimido por la sangre de Dios... ¡Un cristiano, objeto de 
las complacencias de las tres Personas Divinas! Un cristiano cuyo cuerpo es 
templo del Espíritu Santo: ¡he aquí lo que el pecado deshonra! El pecado es 
el verdugo de Dios y el asesino del alma...” .

“Si los pobres condenados tuviesen el tiempo que nosotros perdemos, ¡qué 
buen uso harían de él! Si tuviesen sólo media hora, esta media hora despoblaría el infierno. Si dijéramos a los condenados que están en el infierno desde hace tiempo: Vamos a poner a un sacerdote a la puerta del infierno. Los que se quieran confesar, sólo tienen que salir, ¿quedaría alguien? Quedaría desierto, y el cielo se llenaría. ¡Tenemos el tiempo y los medios que ellos no tienen! (...) ¿Por qué los hombres se exponen a ser malditos de Dios?”. Y continúa: “Cuando vamos a confesarnos, debemos entender lo que estamos haciendo. Se podría decir que desclavamos a Nuestro Señor de la cruz. Algunos se suenan las narices mientras el sacerdote les da la absolución, otros repasan a ver si se han olvidado de decir algún pecado... Cuando el sacerdote da la absolución, no hay que pensar más 
que en una cosa: que la sangre de Dios corre por nuestra alma lavándola y 
volviéndola bella como era después del bautismo” .
A los condenados Dios no los conoce, o reconoce. La gente en el infierno no tiene nombre.

Nunca podremos conocer completamente en esta vida los efectos de nuestra 
actuación, el buen ejemplo o el escándalo causado, en las personas que nos 
han rodeado.

El Concilio Vaticano II nos recuerda: “Pero no olviden todos los hijos de la Iglesia que su excelente condición no deben atribuirla a los méritos propios, sino a una gracia singular de Cristo, a la que, si no responden con pensamiento, palabra y obra, lejos de salvarse, serán juzgados con mayor severidad” , porque “mucho se exigirá al que mucho ha recibido” (Lucas 12, 48).