Ofrecimiento de Obras

Autora: Rebeca Reynaud


Comenzamos el día con el ofrecimiento de obras, después de levantarnos puntualmente. Nuestro primer pensamiento será para Dios: “Gracias, Señor, por un nuevo día para amar, para servirte, para ganar almas para ti”. Cada uno, a su modo, le ofrece a Dios su corazón, su libertad, sus obras, penas y alegrías. Comenzar un nuevo día es recomenzar con una ilusión nueva la lucha por agradar a Dios.

Quizás hace años aprendimos esa oración a la Virgen, que podemos rezar habitualmente: “¡Oh Señora mía, oh Madre mía!, yo me ofrezco enteramente a vos. Y en prueba de mi filial afecto, os consagro en este día mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón, en una palabra todo mi ser. Ya que soy todo vuestro, oh Madre de bondad, guardadme y defendedme como cosa y posesión vuestra. Amén.”

Hay un escrito llamado “El día de hoy” que puede servirnos:
Mi trabajo es un trabajo como el de casi todos, 
pero yo escojo qué clase de día quiero tener.

Hoy puedo amargarme porque tengo que trabajar 
o puedo gritar de alegría porque tengo trabajo.
Hoy puedo llorar porque las rosas tienen espinas, 
o puedo reír porque las espinas tienen rosas.

Hoy puedo quejarme porque tengo que hacer las labores del hogar 
o puedo sentirme honrado porque tengo un techo en donde vivir.
Hoy puedo frustrarme porque no tengo dinero, 
o puedo estar satisfecho de mi ingenio para ahorrar.
Hoy puedo protestar porque amaneció con lluvia, 
o puedo darle gracias a Dios porque el agua existe.
Hoy puedo compadecerme de mi salud 
o puedo alegrarme porque el dolor es un don que no merezco.
Hoy puedo disimular mis defectos para quedar bien con mis semejantes 
o disimular mis pequeños heroísmos para quedar bien con Dios.
Hoy veo mis manos..., pueden robar, destruir y maltratar, 
pero también pueden limpiar, curar y sostener.
Hoy puedo pensar que Dios es un espejo del hombre, 
o considerar que el hombre está hecho a imagen de Dios.
Hoy puedo ponerme de mal humor porque escuché una crítica 
o puedo aprovechar esa ocasión para desagraviar y reparar.
Hoy puedo llorar porque perdí a un ser querido 
o puedo pensar que llegó a su Patria verdadera.
Hoy puedo tener contradicciones y maldecir la vida,
o puedo ver una ocasión de ayudar a Jesús a llevar su Cruz.
Hoy puedo angustiarme porque tengo una pausa en el día, 
o puedo alegrarme porque puedo hacer oración.
Hoy puedo arrastrar la cobija el día completo
o puedo caminar con novedad de sentido (in novitate sensu).
Hoy puede aburrirme la prosa diaria
o puedo hacer de ella un poema a lo divino.
Hoy se me ha dado una “vida pequeña” para que la derroche en el placer, o la aproveche buscando el bien de los demás y la felicidad.

Hoy aprendí que lo más importante en la vida, no es ganar dinero, ni ascender en la escala social, ni recibir honores... Lo más importante en la vida, es el tiempo que dedicamos a las personas que amamos.
Vive cada día como si fuera el único o el último que tienes.
Si lloras porque has perdido el sol –decía Saint Exupery-
las lágrimas no te permitirán ver las estrellas.
La diferencia entre un día “gris” y un día con sentido 
depende de la forma cómo se afronta.

Es natural que pidamos ayuda a Dios para cumplir los propósitos porque “si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la construyen. Si no guarda el Señor la ciudad, en vano vigilan sus centinelas” (Salmo 126, 1-2).

Pero no basta ese ofrecimiento general por la mañana; hemos de renovarlo a lo largo del día: “Señor, esto lo hago por ti”... Así convertimos todo nuestro día en oración. San Josemaría Escrivá escribió que para un apóstol moderno una hora de estudio es una hora de oración; una hora en la que se trata de ofrecer todo a Dios por los agonizantes, los pecadores y quienes más lo necesiten.