Los mártires

Autora: Rebeca Reynaud

 

 

Al dar una clase, les pregunté a mis alumnas: 
-“¿Quiénes son los mártires?”. 
Dos contestaron que no sabían, y la tercera dijo:
-“Mártir es una persona que se queja o llora”.
-¡Qué ignorancia!

La palabra “mártir” viene del griego mártys (testigo). El mártir es un testigo de Jesús, el que da testimonio de su obra y de su presencia. Sobre todo de su resurrección y permanencia: “Así estaba escrito, que el Mesías padeciese y al tercer día resucitase de entre los muertos y que se predicase en su nombre la penitencia para la remisión de los pecados a todas las naciones... Vosotros daréis testimonio de esto” (Lucas 24, 46-48).

Es la misión que Jesús confía a sus discípulos: Darán testimonio (martyresei). Los discípulos se dan cuenta de esta misión y la cumplen. Dan fe de la presencia de Jesús, de todo lo que hizo y predicó. Y les creyeron porque los vieron cambiar. Eran hombres nuevos. La resurrección es la suma de cuanto deben predicar los llamados a esta misión (Actos 1, 22).

La conjunción entre testimonio y sangre es terminante y reiterativa en los textos del Apocalipsis, escrito durante la persecución de Domiciano. En los primeros cristianos se desarrolla una conciencia viva y clara de que el mártir es el que da la vida, el que derrama la sangre por Cristo. Esto lo coloca en una categoría especial y más alta.

En la primera literatura cristiana se ve que el martirio es visto como una llamada especial, una gracia individuada dentro de la vocación general a la fe. Es una llamada personal para glorificar a Dios. El martirio implica la mayor dignidad, la suprema perfección. Es fruto y acto supremo de caridad (Stromata 4,2; PG 8, 1341). 

El mártir no ve el suceso del momento. Ve las consecuencias que ese suceso tendrá en la eternidad; enseñándonos que el sufrimiento termina, pero los efectos de ese sufrimiento no terminan pues tienen frutos de vida eterna.

Una de las notas más impresionantes del martirio es la identificación con Cristo. Lo afirma el ilustre Orígenes (siglo II d.C.): “Vivo yo... Si queremos salvar nuestra alma..., perdámosla por el martirio” (Exhortación al martirio, 12). Y añade: “Sólo hay un bautismo que puede dejarnos más limpios que el del agua, el bautismo de sangre” (Homilía VIII al libro de los Jueces). Y no solamente produce la purificación de los pecados propios, sino incluso los de otros (Exhortación, 30: PG 11,602). “Así como muchos fuimos comprados por la sangre de Jesús, muchos son rescatados por la sangre de los mártires” (ib col 635). Tertuliano escribe a principios del siglo III: La sangre de los mártires es semilla de cristianos (Apologético: PL 1535).

El martirio es un acto de la virtud de la fortaleza; la caridad es el motivo primario. Es además un signo del amor perfecto. En él el ser humano da testimonio de su fe, demostrando con obras que desprecia todo lo presente por la adquisición de los bienes invisibles. El mártir ve que tiene enfrente el sufrimiento, pero ve más allá, sabe que detrás de eso viene el Cielo para siempre, y Dios le da la fortaleza para sobrellevar el dolor.

Las Actas de los Mártires son relaciones de martirios. Algunos reproducen fielmente los interrogatorios y las respuestas de los mártires en los procesos que debían condenarlos a muerte. Son una relación notarial de lo ocurrido. Llama la atención como el juez romano trataba de convencer a los cristianos de que dieran culto a los ídolos, pero ellos se negaban diciendo que debían fidelidad a Dios, trataban de convencerlos pues era un logro hacer que negaran a Cristo. Cuando no lo lograban dictaban sentencia de muerte y el cristiano decía: “Deo gratias!” (Gracias a Dios), con lo cual, el juez pensaba que esa persona estaba loca.

Es importante conocer a los mártires porque nunca sabemos lo que Dios nos pueda pedir, y hay que estar en la disposición de serlo si así lo dispone. Sólo el Espíritu Santo puede convertir a las almas y darles fortaleza. Pedirle apóstoles decididos, fuertes, fieles, dispuestos a gastarse del todo. Pedirlo porque la Iglesia está necesitada de personas así, que estén dispuestas a morir por Cristo.

El Papa Juan Pablo II dijo que a pesar de las tempestades y devastaciones producidas por el mal, por el hombre y por Satanás, hemos de tener esperanza pues Dios guía al mundo.