Lectura del Santo Evangelio

Autora: Rebeca Reynaud



A todo cristiano le conviene hacer la lectura del Evangelio o de algún libro del Nuevo Testamento, serán minutos de lectura meditada cada día, para conocer más de cerca al Señor.

 

La constitución dogmática sobre la revelación, Dei Verbum, dice: “La palabra de Dios, que es fuerza de Dios para la salvación del que cree, se encuentra y despliega su fuerza de modo privilegiado en el Nuevo testamento. Cuando llegó la plenitud de los tiempos (Gal 4,4), la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros llena de gracia y verdad (cf. Io 1,14)” (n.17). Y continúa: Se “recomienda a todos los fieles (...) la lectura asidua de la Escritura para que adquieran la ciencia suprema de Jesucristo (Phil 3,8), pues “desconocer la Escritura es desconocer a Cristo[1]” (...) “Recuerden que a la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar la oración para que se realice el diálogo de Dios con los hombres” (n. 25).

 

Decía Bernanos que el misterio de toda vida cristiana consiste en descubrir qué lugar del Evangelio nos ha sido destinado, qué frase evangélica fue escrita para nosotros. Bernanos mismo decía haber encontrado su sitio “prisionero de la Santa Agonía”.

 

Evángelos era el portador de una noticia alegre, entre los griegos. Evangelio es un término técnico para anunciar una victoria, un triunfo.

 

Jesús, el “evangelista” del Reino, asocia a los Apóstoles a su misma misión hasta el fin del mundo. El Evangelio es, por lo tanto, el anuncio de la salvación, tal como lo proclama la predicación apostólica (Act 5,42; 8,35; 11,20). Los evangelistas escriben su Evangelio para proclamar la salvación en Jesús como Cristo. El Evangelio es en sí mismo una doctrina salvífica y un acontecimiento salvífico (GER).

 

El evangelio relata en dos pasajes seguidos (Lc 1,57-2,21) el nacimiento y circuncisión de Juan Bautista y de Jesús. Resulta conveniente leerlos en contraste; mientras Juan nace en su casa en un clima de alegría y admiración (vv. 58.63.64.66), Jesús nace fuera de su casa, con un pesebre por cuna y reconocido sólo por sus padres y por unos pastores (2,1-20).

 

Es de considerar el manejo de la Biblia que hace Scott Hahn; cuenta que un amigo protestante le decía:

-“Pero los católicos adoran a María”.

Él contestó:

-“No la adoran, la veneran”.

Respondió el amigo:

-Eso no tiene base bíblica.

-Entonces, ¿por qué se lee en el Evangelio “por eso desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones” (Lucas 1, 48).

 

Al hablarle a las personas, hemos de tratar también de nuestra experiencia de Dios. Leemos, por ejemplo, el Evangelio según San Lucas, 1,46ss: Magnificat: “En esas sublimes palabras (...) se vislumbra la experiencia personal de María, el éxtasis de su corazón. Resplandece en ellas un rayo del misterio de Dios” (Juan Pablo II, Redem. Mat, 36).

 

Se puede decir que la Biblia es uno de los libros más leídos. Hay muchos libros de autores antiguos que se leen, pero generalmente por especialistas o por iniciados en los temas correspondientes, pero la Biblia es leída por personas de todos los niveles intelectuales. ¿A qué se debe ese fenómeno? Algunos leerán la Biblia por curiosidad -pocos-, la mayoría porque en la Biblia espera encontrar respuestas a los interrogantes que más afectan al hombre: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿cuál es el sentido de la vida? ¿cómo encontrar la felicidad? ¿en qué consiste el verdadero amor?

 

Ese diálogo al que pretende incorporarnos la Biblia es un diálogo de amor con Dios en el que se establecen vínculos tan estrechos y profundos que se puede hablar de amistad, filiación. Más aún, pretende incorporarnos a ese "diálogo" eterno entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo y que la unión establecida por ese diálogo se refleje en la Iglesia, es lo que pidió Jesucristo en su oración sacerdotal: "ut omnes unum sint sicut tu pater in me et ego in te, ut sint unum sicut et nos unum sumus" (Juan). Algunos místicos han llegado a decir que en la unión con Dios el diálogo llega a ser: Dios dice al alma: todo lo mío es tuyo y el alma dice a Dios: todo lo mío es tuyo.

 

¿Pero la Biblia no nos relata un diálogo que tuvo Dios con hombres que ya murieron? ¿Cómo es posible que yo me incorpore a ese diálogo? Efectivamente, la palabra del hombre es temporal, se pierde en la historia, pero la de Dios es eterna y permanece siempre actual. Más aún, la palabra del hombre, en la medida que es parte de ese diálogo con Dios, de alguna manera participa de esa eternidad y de esa actualidad. Por eso puedo yo incorporarme a ese diálogo que llamamos también revelación pública y convertirlo en un diálogo personal: yo y Dios.

 

Por todo lo anterior se ve claro cuál es la disposición que hemos de tener para leer la Biblia con fruto. Ha de ser una disposición de fe y amor. Esto implica la vida de la gracia y la vida de oración. Se trata en realidad no sólo de leer la Biblia sino de vivir dentro de esa historia de amor que son el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento.

 

Cuenta Scott Hahn: Lo que descubrí fue que la Nueva Alianza estableció una nueva familia que abarcaba toda la humanidad, con la que Cristo compartió su propia filiación divina, haciéndonos hijos de Dios[2] (...). Tracé una línea cronológica que mostraba cómo cada alianza que Dios hacía era su forma de actuar para engendrar su familia a lo largo de las épocas. Su alianza con Adán tomó forma de matrimonio; la alianza con Noé fue en una familia; con Abrahám la alianza tomó forma en una tribu; con Moisés la alianza las doce tribus en una nación familiar; la alianza con David estableció a Israel como una familia nacional de reyes; mientras que Cristo hizo de la Nueva Alianza la familia de Dios a nivel mundial, su familia “católica” (del griego katholikos), para incluir a todas las naciones, tanto judíos como gentiles”[3].

 

Para combatir una de las columnas del protestantismo en contra de la Iglesia Católica, la sola fide, Scott Hahn cita: En Santiago 2,24, la Biblia enseña que “el hombre es justificado por las obras y no por la fe sola”. Además, San Pablo dijo en I Corintios 13,2 “si tengo una fe capaz de mover montañas, pero no tengo amor, nada soy”. Y descubre que la Sola fide no era una doctrina de la Escritura. ¿Y qué decir de 2 Tesalonicenses 2,15? San Pablo dice: “manténganse firmes y fieles a las tradiciones que les fueron enseñadas por nosotros, ya sea de viva voz o por carta”.



[1] San Jerónimo, Com in Is. pról: PL 24, 17. Cf. Benedicto XV, enc. Spiritus Paraclitus: EB 475-480.

[2]  Scott y Kimberly Hahn, El regreso a Roma, el regreso a casa, Ignatius, San Francisco, p. 31.

[3] Scott y Kimberly Hahn, El regreso a Roma, el regreso a casa, Ignatius, San Francisco, p. 48.