Experiencia de Dios 

Autora: Rebeca Reynaud

 

 

La experiencia de Dios, hecha por innumerables hombres y mujeres a lo 
largo de la historia de la salvación, está al alcance de quien ora de verdad. 
El encuentro personal con Dios es provocado normalmente por el testimonio 
de la Biblia, leída en la Iglesia con las luces del Espíritu Santo. La 
“experiencia creyente” se halla, por tanto, en estrecha relación con la 
fe y la vida eclesiales, y contribuye a que la teología no sea una actividad 
puramente intelectual o erudita. Esta experiencia nutre la actividad 
teológica y es una garantía de su recta orientación .

La experiencia cristiana se refiere en concreto a un conocimiento de Dios y 
del misterio salvador, logrado por el contacto de alguna manera inmediato 
con esas realidades. Comporta una dimensión práctica, y así puede decirse 
que “es la vida cristiana en ejercicio” (A. Guerra).

Abraham, Moisés, David, Amós, Isaías, Jeremías, ... han tenido en su 
llamamiento una inefable experiencia de Dios, que se convierte en ellos en 
una realidad vital más importante que ellos mismos. Ha sido una experiencia 
transformante, inseparable de su vocación y de su misión.

La experiencia del Dios vivo se continúa en el Nuevo Testamento en la experiencia que los discípulos hacen de Jesús y con Jesús. Estas vivencias 
culminan en la experiencia de la Resurrección.
La fe posee una tendencia intrínseca a la experiencia y a la visión mística, 
que es como la antesala y la anticipación de la visión bienaventurada. 
San Pablo tuvo su propia experiencia, y luego escribe: “No soy yo el que 
vive, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20).

Hacia el año 988, según la «Crónica de Néstor», llamada también «Crónica de 
los tiempos antiguos» (o incluso «Crónica de Radziwill»), Vladimiro, Príncipe de Kiev, envió legados a diversos pueblos para que comprobaran qué clase de culto religioso rendían a Dios, y ver así cuál de ellos escogería. 
Los legados fueron a los búlgaros (= del Volga), musulmanes, y volvieron 
consternados de lo que hacían en las mezquitas. Fueron luego a los germánicos, cristianos latinos, y encontraron que su culto era frío, sin sentimiento. Finalmente, se dirigieron a Constantinopla, donde les recibió el Emperador. Éste se alegró y, poniéndose en contacto con el Patriarca, le avisó: «Los de Rus (= los de Kiev) han venido a indagar acerca de nuestra fe. Disponed el templo y a los ministros del Señor y revestíos con vuestras vestiduras sacerdotales para que puedan ver la gloria de nuestro Dios», 
El Patriarca convocó a los ministros del Señor y, según la costumbre, celebraron un Oficio festivo. Prendieron los incensarios y convinieron con el coro para que entonara los cánticos de la himnodia sagrada. El Emperador entró con los Legados en el templo y los situó en un lugar abierto, mostrándoles la belleza del edificio, el canto y el culto que los sacerdotes, diáconos y ministros rendían al Señor; les habló del servicio divino. Los Legados quedaron profundamente asombrados y se maravillaron de los divinos Oficios. A su regreso a Kiev dijeron a Vladimiro que lo que habían contemplado en Constantinopla no podía expresarse fácilmente en palabras, y que, durante la celebración litúrgica “no sabíamos si se 
estábamos en el cielo o en la tierra. Nunca hemos visto tanta belleza (...) 
No podemos describirlo, pero esto es lo que podemos decir: allí Dios habita 
entre los hombres” .

La experiencia de los legados del príncipe Vladimiro de Kiev no se ha extinguido, sigue siendo actual. También hoy, las celebraciones litúrgicas son para muchos, momentos intensos.

Dios es mayor que cualquier experiencia que podamos hacer de Él. El don 
divino es infinitamente superior a la capacidad humana de acogerlo. Es Dios 
quien lleva la iniciativa, y así podemos considerarle más sujeto que objeto 
de nuestra experiencia. De nada sirve buscarla si Dios no la concede 
graciosamente según su amor y beneplácito. Es la enseñanza de la Escritura, 
donde Dios se manifiesta a los personajes bíblicos antes de que expresen el 
deseo de experimentarle. En esa experiencia, Dios desborda cualquier 
expectativa humana, y desbarata cualquier plan preconcebido.

La experiencia de lo divino es también paradójico. No es siempre una 
experiencia de la luz y del consuelo espiritual. Es también vivencia de la 
Cruz y del “abandono” de Dios. Se manifiesta en la “noche oscura”, que es 
una experiencia de la no-experiencia, según un modo negativo de la cercanía 
de Dios.
La experiencia espiritual es una percepción particular del misterio. Es por 
tanto, inefable, y no del todo comunicable. El criterio práctico para discernir la experiencia tiene raíz evangélica: “Todo árbol se conoce por sus frutos” (Lucas 6,44). La coherencia de vida no se detiene en metas de santidad personal que no sean a la vez metas de servicio a los demás.

Un criterio de certeza acerca de la genuina experiencia religiosa es que cambia la percepción que el creyente tiene de sí mismo. Después de la visión de Dios, Isaías se declara “un hombre de labios impuros” (Isaías 6,5), y después de la pesca milagrosa, San Pedro se percibe como pecador (Lucas 5,8).