Ángeles y demonios

Autora: Rebeca Reynaud  

 

 

Hay algunos que niegan la existencia de los ángeles tanto buenos como malos. Dicen que es un mito común a casi todas las religiones paganas. Dicen que es una forma literaria de expresar los buenos impulsos y la presencia del mal en el mundo.

La función de interpretar la Palabra de Dios ha sido confiada a la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en nombre de Jesucristo (cfr. Dei Verbum, n. 10). Es verdad de fe la existencia de los Ángeles, seres espirituales personales y libres. Todos los ángeles fueron elevados por la gracia al orden sobrenatural, pero bastantes ángeles, abusando de su libertad, cayeron en pecado y se hicieron malos. “El diablo y los demás demonios fueron ciertamente creados por Dios buenos por naturaleza; mas ellos, por sí mismos, se hicieron malos” (IV Concilio de Letrán, año 1215), quedando así perpetuamente constituidos enemigos de Dios y condenados a pena eterna.

Es también una verdad profesada por la Iglesia que Dios encomienda a los hombres a la tutela y auxilio de los Ángeles buenos (cfr. Hebreos 1,14).

La Sagrada Escritura atribuye a los ángeles la misión de transmitir a los hombres las inspiraciones de Dios y protegerlos, y hacer llegar a Dios las oraciones de los fieles. Más aún, cada persona tiene asignado su propio Ángel Custodio, como lo confirman muchos Padres de la Iglesia. A la vez, es verdad de fe la existencia de los demonios y su acción maligna. Aunque han sido vencidos por Cristo, todavía tienen poder para tentar a los seres humanos.

En los Ejercicios Espirituales, San Ignacio de Loyola da algunas reglas precisas para discernir las inspiraciones del ángel bueno y los intentos del malo. Las primeras proporcionan serenidad y paz al alma, mientras que los segundos causan turbación e inquietud. (G. Huber, Op.cit., p. 136).

El Ángel ya está confirmado en gracia, ya no es perfectible; el hombre, en cambio, está en proceso de mejorar o de empeorar. San Bernardo dice “en el camino de Dios detenerse, es ir hacia atrás”.

Negar la actividad diabólica supondría minar en sus cimientos muchas verdades capitales: la tentación y la caída, el pecado original, la redención, etc. En julio del 2006, Benedicto XVI comentó que Satanás es “el que calumnia a Dios y al hombre”.

Santo Tomás explica que Dios da a la flor la posibilidad de producir semillas, gérmenes de otras flores; da al hombre y a la mujer la facultad de trasmitir la vida; asocia a los ángeles a su obra de gobierno del universo, y a los sacerdotes a su obra de difusión de la verdad revelada. Santo Tomás discrepa de la tesis que imputa cada pecado a la influencia directa de los demonios. Es ir demasiado lejos pues no siempre hay instigación del demonio, sino que la debilidad humana y la fuerza de las pasiones hacen que se peque porque se usa mal de la libertad.


En la interpretación de la Sagrada Escritura con frecuencia se olvida que no es la verdad revelada por Dios la que debe rebajarse al nivel de los hombres; es mas bien el cristiano el que, por un acto de fe, debe elevarse a la altura de las verdades divinas (Cfr. George Huber, Mi Angel marchara delante de ti, p. 126).

La acción del ángel no puede penetrar directamente en la inteligencia y en la voluntad. Estas facultades le son inaccesibles. En ellas solo Dios penetra. Los ángeles –los buenos y los rebeldes- tienen acceso a la imaginación, a la memoria y a la sensibilidad del hombre (Cfr. Ibidem, p. 128).

Santo Tomas observa que “la mayor parte de los hombres sigue la inclinación de los sentidos”. Están a merced de las imágenes, de las sensaciones y de las pasiones. Hay que ver la influencia que tiene la radio, la televisión y las películas sobre el hombre de hoy. Estos medios actúan sobre la imaginación y la sensibilidad, las cuales a su vez influyen sobre la inteligencia y la voluntad. En una palabra, ignorar el papel de las imágenes y de los sentimientos en la vida cotidiana, puede llevar a infravalorar la influencia de los ángeles buenos y malos sobre la conducta de los hombres y los destinos de los pueblos.

Juan XXIII afirmaba que por nuestros Ángeles custodios podemos en todo momento establecer una comunicación unos con otros. San Francisco de Sales, San Pablo de la Cruz y San Josemaría Escrivá saludaban a los ángeles de las personas que pasaban junto a ellos, antes de saludar a las personas humanas. Es decir, podemos fomentar la solidaridad entre las personas humanas y también con las personas angélicas.

Antonio Royo Marín escribe que “el Espíritu Santo no siempre nos inspira directamente por sí mismo. A veces se vale del Ángel de la Guarda, de un predicador, de un buen libro, de un amigo; pero siempre es Él, en última instancia, el principal autor de aquella inspiración” (E Gran Desconocido, p. 211).