Los jóvenes de hoy

Autora: Rebeca Reynaud  

 

 

Los jóvenes manifiestan una variada fragilidad aunque permanezcan abiertos, disponibles y generosos. Ya no pesan sobre ellos ideologías como en las generaciones precedentes. Aspiran a relaciones auténticas y están en búsqueda de la verdad, pero al no encontrarlas en la realidad, esperan encontrarlas en su propio interior. Tal actitud los predispone a replegarse dentro de sus propias sensaciones y del individualismo, poniendo a su disposición el vínculo social y el sentido del interés general. Aunque el contexto social no les ayuda a desarrollar una verdadera y propia dimensión espiritual, están dispuestos a comprometerse con algunas causas más grandes que las suyas”, escribe Tony Anatrella, psicoanalista francés, especialista en psiquiatría social:  

Una de las fragilidades de la juventud actual es la falta de virtudes humanas. Vemos que con frecuencia se echan para atrás ante una cosita de nada. Los hijos han aprendido a esperar casi todo de sus padres, a cambio de dar casi nada, por lo tanto están incapacitados para la entrega a Dios o para la entrega en el matrimonio. Muchos jóvenes están insensibilizados por el egoísmo y les cuesta un gran esfuerzo pensar en todo lo que no sea ellos mismos.  

Yo tengo la experiencia de que los jóvenes son poco valientes. Les sugieren que envíen una carta a los medios para defender sus valores y quieren que los avale otra persona o institución. No quieren quedar mal con nadie, aunque la verdad esté de por medio. Somos muy susceptibles a la influencia de las personas y lugares a los que asistimos; por temor callamos, evitamos contradecir la opinión equivocada, o definitivamente hacemos lo posible por comportarnos según el ambiente para no quedar mal ante nadie. No es posible formar nuestro criterio y carácter, si somos incapaces de defender los principios que rigen nuestra vida.  

La gente joven no valora la virginidad ni la pureza. La toma como decencia, no como un valor de gran estima. Su vida afectiva está marcada por muchas dudas, comenzando por aquéllas sobre la identidad, el sexo, la familia. Anatrella dice: “A veces experimentan una gran confusión respecto a los sentimientos y no saben distinguir entre una atracción a nivel de amistad y una tendencia homosexual. La coeducación, en la que han vivido desde la infancia, puede complicar en el momento de la post-adolescencia la relación entre hombre y mujer. Por último, el considerable aumento de los divorcios no favorece la fe en el otro ni en el futuro”.  

Algunos jóvenes son superficiales. Allí está la raíz de sus traiciones. Piensan que las dificultades son más fuertes que Dios. Los arrastra lo placentero por falta de convicciones. Amar cuesta; y el amor se avala con el sufrimiento. La superficialidad nos hace fluctuantes, débiles, sin compromiso.  

La gente no tiene el hábito de leer, por tanto, no piensa mucho. El cultivo de la inteligencia y la preparación cultural fortalecen la formación de la personalidad. La lectura incide en la capacidad de comunicación oral y escrita. Leer autores valiosos alza el nivel del pensamiento.  

Respecto a la práctica religiosa, Tony Anatrella añade: “(Los jóvenes) están en búsqueda de las razones para la vida sobre las que construir la existencia: la mayoría está lejos de preocupaciones religiosas y a menudo reconoce no haber sido sensibilizada ni educada en este campo. (...) Los jóvenes tienden a asirse a modalidades de gratificaciones primarias y tienen dificultad en madurar, entendiendo por madurez la personalidad que ha completado la organización de las funciones basilares de la vida psíquica y que por lo tanto es capaz de diferenciar la propia vida interior del mundo externo”.  

En algunos jóvenes hay tibieza, que es una actitud de indiferencia hacia las cosas de Dios, que se manifiesta en una postura de mediocridad, de dejaciones, de desgana ante lo que se refiere a Dios y de abandono de las cosas pequeñas.  

Benedicto XVI describe algunas características nuestras en La sal de la tierra: “El hombre actual ya no es capaz de reflexionar sobre lo esencial, pero nota que está falto de algo. Las grandes calamidades colectivas, que tanto abundan en el momento actual, se deben a que, en la vida del hombre falta algo, se advierte la carencia de algo... (p. 39). La fe es una fuente de alegría. Cuando Dios falta, el mundo queda en tinieblas, todo parece aburrido y no satisface nada. Cuanto más se vacía el mundo de Dios, más necesidad hay de consumismo y más se vacía el mundo de alegría” (p. 30).  

La esperanza es que los jóvenes son capaces de amar la verdad, de tener grandes ideales y de comprometerse con algunas causas más grandes que las suyas, para eso han de superar su egoísmo, aunque suponga dolor dar, pero, a la larga eso les hará felices.