Lectura del Santo Evangelio

Autora: Rebeca Reynaud

 

 

El Evangelio es el libro más importante de cuantos existen. San Ambrosio (s. IV) escribe: “A Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras” (Sobre los oficios, 1, 20,25). Santo Tomás de Aquino (s. XIII) dice: “el instruido en las Escrituras se hace fuerte para arrostrar todas las adversidades” (Catena Aurea, vol. I, p. 52). Gregorio el Grande reflexiona: “La palabra de la Escritura crece con el lector; sólo entonces la palabra muestra su grandeza y crece en el seno de la historia”.  

Más recientemente decía Bernanos que el misterio de toda vida cristiana consiste en descubrir qué lugar del Evangelio nos ha sido destinado, qué frase evangélica fue escrita para nosotros. Bernanos mismo decía haber encontrado su sitio “prisionero de la Santa Agonía ”. San Josemaría Escrivá dejó dicho: “Ojalá fuera tal tu compostura y tu conversación que todos pudieran decir al verte o al oírte hablar: éste lee la vida de Jesucristo” (Camino, n. 2).  

Dios es el autor principal de los libros que forman la Sagrada Escritura o Libros Canónicos. El autor de un libro sagrado se llama hagiógrafo. Los hagiógrafos han consignado por escrito todo y sólo lo que Dios ha querido comunicar a los hombres. La Dei Verbum dice: “todo lo que afirman los hagiógrafos lo afirma el Espíritu Santo” (n. 11).  

El Evangelio nos revela lo que es y vale nuestra vida y nos traza el camino que debemos seguir. El Verbo - la Palabra- es la luz que ilumina a todo hombre (Jn 1, 9). Y no hay hombre al que no haya sido dirigida esta Palabra. Di una sola palabra y [...]. Una sola palabra de Cristo aquieta, serena los sentidos, llena de esperanza la vida, puede cambiar el sentido de la vida en un hombre (Francisco Fernández Carvajal, Antología de Textos).  

El centro de la Biblia es la Pasión , Muerte y resurrección de Jesucristo. Los dos grandes temas de la Biblia son la creación y la redención, temas que hay que tener dominados para poder hacer apostolado y ayudar a los demás.  

El escritor Roman Brandstaetter, polaco converso del judaísmo, publicó en su libro “La búsqueda bíblica”, el testamento de su abuelo, que decía, entre otras cosas: “Lee la Biblia continuamente. Ámala más que a tus padres, más que a mí. No la dejes nunca. Y cuando seas viejo, te convencerás de que todos los libros que hayas leído son sólo comentarios banales a este Libro único”.  

La crema y nata de la Biblia son los cuatro Evangelios. La crema y nata de los Evangelios es el Evangelio de San Juan. La palabra evangelio significa “buena noticia”, “beneficio”, porque con tiene el anuncio de la salvación recibida de Jesús y predicada por los Apóstoles. Evángelos era el portador de una noticia alegre entre los griegos. Evangelio es un término para anunciar una victoria, un triunfo.  

La constitución dogmática sobre la revelación, Dei Verbum, dice: “La palabra de Dios, que es fuerza de Dios para la salvación del que cree, se encuentra y despliega su fuerza de modo privilegiado en el Nuevo Testamento. Cuando llegó la plenitud de los tiempos (Gal 4,4), la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros llena de gracia y verdad (cf. Io 1,14)” (n.17). Y continúa: Se “recomienda a todos los fieles (...) la lectura asidua de la Escritura para que adquieran la ciencia suprema de Jesucristo (Phil 3,8), pues “desconocer la Escritura es desconocer a Cristo” (San Jerónimo, Com in Is. pról: PL 24, 17). (...) “Recuerden que a la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar la oración para que se realice el diálogo de Dios con los hombres” (n. 25).  

El Evangelio ha de ser el libro de cabecera del cristiano. Su mensaje no se agota nunca. No se trata de leer mucho cada día, sino de leer con profundidad, sin prisas, en presencia de Dios, pidiendo ayuda al Espíritu Santo para comprender lo que quiere decirnos ese día con las palabras que nos toca leer. De esta lectura meditada saldrán propósitos de mejora en el trabajo, en el trato con los demás, puntos para meditar... Hay que meternos a su lectura como si fuéramos un personaje más de la escena. “Es preciso leer los signos de los tiempos y los problemas del mundo de hoy, a la luz indefectible del evangelio” (Juan Pablo II). El Evangelio no pasa, sus criterios son para todos y para siempre.  

Dios ha hecho a los hombres con el fin de conducirlos a la salvación. Pero el hombre no es sólo cabeza, sino también corazón. Por eso Dios ha hablado al entendimiento y también al corazón del hombre, todo para obtener la conversión. Para ello emplea exhortaciones, parénesis.  

En julio del 2004, Juan Pablo II decía en Castelgandolfo: “Cristo está siempre en medio de nosotros y desea hablar a nuestro corazón”, y es posible escucharle “meditando con fe la Sagrada Escritura , recogiéndonos en la oración o deteniéndonos en silencio ante el Tabernáculo, desde el cual Él nos habla de su amor”. Luego explicaba que “escuchar la Palabra de Dios” es la actividad “más importante de nuestra vida”.  

El mayor obstáculo para escuchar la palabra de Dios, dice Raniero Cantalamessa, es la tentación de convertirnos en jueces de los demás. “Además de los obstáculos exteriores impuestos por la vida moderna, se da un ruido más peligroso: el que dentro del corazón obstaculiza la escucha de la Palabra de Dios: el juzgar a los demás (...) Este ruido silencioso del corazón habría que acallarlo en ocasiones casi con violencia” (Zenit, 18 VII 04).  

Conocer los cuatro Evangelios ayuda a argumentar a la hora de defender la fe. Scott Hahn cuenta que un amigo protestante le decía:

-“Pero los católicos adoran a María”.

Él contestó:

-“No la adoran, la veneran”.

Respondió el amigo: -Eso no tiene base bíblica.

-Entonces, ¿por qué se lee en el Evangelio “por eso desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones” (Lucas 1, 48).