Lectura Espiritual

Autora: Rebeca Reynaud

 

 

Muchas personas acostumbran hacer 15 minutos diarios de lectura espiritual porque eso alimenta su alma y enriquece su vida interior. Para ello leen la Biblia , las obras de los Padres de la Iglesia o los libros que los santos han dejado, entre otros.

 

En julio del 2004, Juan Pablo II decía: “Cristo está siempre en medio de nosotros y desea hablar a nuestro corazón”, y es posible escucharle “meditando con fe la Sagrada Escritura , recogiéndonos en la oración o deteniéndonos en silencio ante el Tabernáculo, desde el cual Él nos habla de su amor”. Luego explicaba que “escuchar la Palabra de Dios” es la actividad “más importante de nuestra vida”.

 

¿Y hay algún motivo que nos haga sordos a la voz de Dios?... El mayor obstáculo para escuchar la palabra de Dios, dice Raniero Cantalamessa, es la tentación de convertirnos en jueces de los demás. “Además de los obstáculos exteriores impuestos por la vida moderna, se da un ruido más peligroso: el que dentro del corazón obstaculiza la escucha de la Palabra de Dios: el juzgar a los demás (...) Este ruido silencioso del corazón habría que acallarlo en ocasiones casi con violencia”.

 

En el libro segundo de Samuel se cuenta que Absalón trataba de matar a David, su padre, para quedarse en el trono, y David huye. “Al subir el Monte de los Olivos, David iba llorando, con la cabeza cubierta y los pies descalzos. Todos los acompañantes iban también con la cabeza cubierta y llorando. Cuando llegaron a Bajurim, un hombre de la familia de Saúl, llamado Semeí les salió al encuentro y se puso a seguirlos. Los iba maldiciendo y arrojaba piedras a David y a todos sus hombres (...). Abisay, hijo de Sarvia, le dijo entonces a David: ¿Por qué se ha de poner a maldecir a mi señor este perro muerto? Déjame ir a donde está y le corto la cabeza. Pero el rey le contestó: ¿Qué le vamos a hacer? Déjalo; pues si el Señor le ha mandado que me maldiga, ¿quién se atreverá a pedirle cuentas? (...) Tal vez el Señor se apiade de mi aflicción y las maldiciones de hoy me las convierta en bendiciones” (cfr. 2 Sam 15, 13 ss y 16, 5-13).

 

¡Cuánto nos puede servir este relato para soportar a las personas que nos avientan “piedritas” en el camino de la vida! Tal vez pensamos, a imitación de David: Tal vez el Señor se apiade de mi aflicción y las maldiciones de hoy me las convierta en bendiciones.

 

Veamos el cambio que puede producir la lectura del Evangelio: Vittorio Messori cuenta: “¿Cuándo decidí aceptar la Iglesia ? Cuando, al reflexionar sobre el Evangelio, me di cuenta de que el Dios de Jesús es un Dios que quiso necesitar a los hombres, que no quiso hacerlo todo solo, sino que quiso confiar su mensaje y los signos de su gracia -los sacramentos- a una comunidad humana. Es decir, si uno reflexiona bien, acepta la Iglesia no porque la ame, sino porque forma parte del proyecto de Dios”.

 

Decía Bernanos que el misterio de toda vida cristiana consiste en descubrir qué lugar del Evangelio nos ha sido destinado, qué frase evangélica fue escrita para nosotros. Bernanos mismo decía haber encontrado su sitio “prisionero de la Santa Agonía ”.

 

En su libro Dios y el mundo, Benedicto XVI dice que la primera palabra de la regla de San Benito es “escucha”: “Escucha, hijo mío, la indicación del maestro”. Y Benito añade: “Aguza el oído de tu corazón”. Es una invitación a escuchar. Escuchar significa no sólo abrir los oídos a lo que ocurre, sino también escuchar tu intimidad o las palabras de lo alto, porque lo que nos dice el Maestro es, en el fondo, la aplicación de la Escritura (cfr. p. 372).

 

Gregorio el Grande solía decir: “La palabra de la Escritura crece con el lector; sólo entonces la palabra muestra su grandeza y crece en el seno de la historia”.

 

La constitución dogmática sobre la revelación, Dei Verbum, dice: “La palabra de Dios, que es fuerza de Dios para la salvación del que cree, se encuentra y despliega su fuerza de modo privilegiado en el Nuevo testamento. Cuando llegó la plenitud de los tiempos (Gal 4,4), la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros llena de gracia y verdad (cf. Io 1,14)” (n.17). Y continúa: Se “recomienda a todos los fieles (...) la lectura asidua de la Escritura para que adquieran la ciencia suprema de Jesucristo (Phil 3,8), pues “desconocer la Escritura es desconocer a Cristo (San jerónimo)” (...) “Recuerden que a la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar la oración para que se realice el diálogo de Dios con los hombres” (n. 25).

 

La Epístola a los Hebreos dice: “La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de doble filo: penetra hasta la división del alma y del espíritu (...) y descubre los sentimientos y pensamientos del corazón” (4,12). La Palabra de Dios de la que habla el texto es la Sagrada Escritura, pero puede referirse también a Jesucristo, Palabra de Dios. La palabra divina es consoladora y engendra vida.

 

Dios ha hecho a los hombres con el fin de conducirlos a la salvación. Pero el hombre no es sólo cabeza, sino también corazón. Por eso Dios ha hablado al entendimiento y también al corazón del hombre, todo para obtener la conversión. Para ello emplea exhortaciones, parénesis.

 

El Evangelio nos revela lo que es y vale nuestra vida y nos traza el camino que debemos seguir. El Verbo - la Palabra- es la luz que ilumina a todo hombre (Jn 1, 9). Y no hay hombre al que no haya sido dirigida esta Palabra. Di una sola palabra y [...]. Una sola palabra de Cristo aquieta, serena los sentidos, llena de esperanza la vida, puede cambiar el sentido de la vida en un hombre (Cfr. Francisco Fernández Carvajal, Antología de Textos, Palabra; Madrid 1990, p. 1309).

 

Los católicos hemos de conocer la Sagrada Escritura para saber argumentar, como el teólogo norteamericano Scott Hahn. Cuenta Scott Hahn que un amigo protestante le decía:

-“Pero los católicos adoran a María”.

Él contestó:

-“No la adoran, la veneran”.

Respondió el amigo:

-Eso no tiene base bíblica.

-Entonces, ¿por qué se lee en el Evangelio “por eso desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones” (Lucas 1, 48).