La Oración del cristiano

Autora: Rebeca Reynaud

 

 

Jesucristo nos da ejemplo y nos enseña a hacer oración. “Por la mañana, muy de madrugada, dice el Evangelio, salió fuera a un sitio solitario, y allí hacía oración” (Marc 1, 35). ). Luego, al narrar la curación del cojo de nacimiento, la Escritura dice que Pedro y Juan “subían al templo a la oración de la hora nona” (Act, 3,1). Nosotros también podemos buscar al Señor para tener una conversación íntima con él.  

El Catecismo de la Iglesia dice que la oración es un don de la gracia y una respuesta decidida de nuestra parte. Supone siempre un esfuerzo... Es un combate contra nosotros mismos y contra las astucias del Tentador que hace todo lo posible por separar al hombre de la oración... Se ora como se vive, porque se vive como se ora (n. 2725). Hemos de partir de que “Dios no necesita nuestras obras, pero tiene sed de nuestro amor” (Santa Teresita de Lisieux).  

Jesús nos exhorta: “Cuando vayas a rezar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo escondido” (Mt 6,6). Este cuarto no es sólo un lugar material, sino un estado de ánimo, un lugar interior, “lo íntimo del corazón”:

“Y no pienses que se hable aquí de una habitación delimitada por cuatro paredes, en la que tu cuerpo pueda refugiarse; es también ese cuarto que está dentro de ti mismo, en el que están encerrados tus pensamientos y en el que moran tus afectos. Un cuarto que va siempre contigo y que siempre es secreto” San Ambrosio, Caín y Abel, I, 9,38).  

Lo primero que debemos cuidar al hacer la oración es la puntualidad, para empezar y para terminar, y el recogimiento. Ayuda tomar en cuenta que el Señor nos dice: Antes de entrar en conversación conmigo, hazte introducir por mi Madre, por San José y por los ángeles. Son como una corte de honor que suplirá tus deficiencias.  

Hay diversos modos de hacer la oración; cada uno debe escoger el que más le convenga. Hacemos oración para dar gracias, de petición, de reparación y de adoración. Hay quien parte de la jaculatoria: “Gracias, perdón, ayúdame más”, o de la oración de Fátima: Creo en ti, espero en ti, te adoro, te amo, te pido perdón por los que no creen, no esperan, no adoran y no aman.  

Es recomendable llevar algún libro a la oración, por si se nos acaba el tema o por si nos falta inspiración; y uno de los libros que más nos pueden ayudar es el Evangelio, la vida de Jesús. La lectura alimenta la oración. Escudriñad en la Escritura , dice Jesucristo.  

En su libro Dios y el mundo, Benedicto XVI dice que la primera palabra de la regla de San Benito es “escucha”: “Escucha, hijo mío, la indicación del maestro”. Y Benito añade: “Aguza el oído de tu corazón”. Es una invitación a escuchar. Y continúa Benedicto XVI: “El lenguaje de Dios es silencioso. Pero nos ofrece numerosas señales..., mediante amigos, un libro o un supuesto fracaso, incluso mediante accidentes. En realidad, la vida está llena de estas mudas indicaciones. Despacio, si permanezco alerta, a partir de todo esto se va conformando el conjunto y empiezo a percibir cómo Dios me guía” (Dios y el mundo, p. 12).  

Si no rezo, no se disciernen los espíritus, no entiendo a las almas, ni sé lo que quiere Dios de mí. Si rezo sé lo que es mejor para mí. Hemos de rezar para que se nos ocurran cosas, para tener iniciativas en nuestra vida interior. Dice Juan Pablo II que si no hay ideas hay poca oración. Benedicto XVI dice: “La creación se hizo para ser espacio de oración”.  

Al orar, hemos de luchar contra las distracciones, que se presentan con frecuencia, a veces porque la persona de al lado hace ruido, otras porque se nos vienen pendientes a la cabeza. La dificultad habitual de la oración es la distracción. La distracción descubre al que ora aquello a lo que está apegado su corazón (CEC, 2729).  

El demonio quiere que el alma esté floja, tibia, débil, y en lugar de ocuparse de las cosas de Dios, se desvíe a las cosas del barro, por eso trata de que no hagamos oración, ya que sin vida interior no haríamos más que el mal.  

La oración, si está bien hecha, es operativa, debe ayudarnos a ser mejores en la práctica. Sólo se puede hacer oración cuando buscamos hacer la Voluntad de Dios. Alguien rezaba: “Señor, tómame como soy, con mis defectos, con mis debilidades; pero hazme llegar a ser como Tú lo deseas”.  

La Sagrada Escritura dice: “Orad sin desfallecer”. Por eso hemos tomar ocasión de todo para hablar con Dios: si suena la sirena de la ambulancia, encomendamos al accidentado; si vemos una película rezamos por el director y los protagonistas; si vamos por la calle podemos ir repartiendo jaculatorias; si nos piden limosna podemos regalarles un Avemaría... Leemos en el periódico que Karen, mexicana, estuvo a punto de morir en el tsunami y, una vez rescatada recibió un e-mail de su esposo: “Gracias por lo feliz que me has hecho”, y así se lo decimos también al Señor: “Gracias por lo feliz que me has hecho..., y por los palos que me has dado, que me han caído muy bien”.  

Alexis Carrel afirmaba: Si te acostumbras a la oración, tu vida cambiará profundamente. “El arte de las artes es saber conversar con Dios”.  

Pero la dificultad más seria para progresar en la oración es el desaliento. Los Apóstoles negaron a Jesús y le dejaron porque se durmieron y abandonaron la oración. . La aridez en la oración, en sí, es cosa normal. Lo que importa es la determinación de la voluntad de seguir orando. Libermann advierte: “Lo que pierde a las almas es el desaliento”. Lo podemos anular o contrarrestar en la oración, y sobre todo, con la devoción a Santa María.  

Santa Teresa de Jesús aconseja: “En la oración, lo que cuenta no es pensar mucho, sino amar mucho”. Si la oración no es afectiva, no es oración.  

Hemos de llevar a la oración los consejos recibidos en la dirección. En cierta ocasión un sacerdote me hablaba de la eficacia de la oración, y me dijo: Dios gobierna al mundo, pero la oración gobierna a Dios.  

La principal tarea es amar, pero en la relación con Dios, amar es, en primer lugar, dejarse amar. Empezar por creer que somos amados. Dejarnos amar supone que aceptamos no ser ni hacer nada. Dejarnos amar como niños pequeños. Ceder a Dios el placer de amarnos. Podemos pedirle a la Virgen nos ayude a mejorar la calidad de nuestra oración; que nos ayude a ponderar, a meditar, a guardar las cosas en nuestro corazón. San Alfonso escribe sobre la Omnipotencia Suplicante : María: Ante Dios los ruegos de los santos son ruegos de amigos, pero los ruegos de María son ruegos de Madre.