Esperanza ante las calamidades

Autora: Rebeca Reynaud

 

 

"Aunque la fuerza de las tinieblas parezca prevalecer, el creyente sabe que el mal y la muerte no tienen la última palabra", dijo Juan Pablo II ante la audiencia del 12 de septiembre pasado. Y, efectivamente, la esperanza que la presencia de Dios da es más grande que todas las tragedias. 

La lectura de una de las homilías de San Alfonso Ma. de Ligorio nos puede dar un poco de luz sobre los acontecimientos sucedidos en Nueva York. Nada sucede en el mundo sino por Voluntad y permisión de Dios. De la mano de Dios nos vienen todos los bienes y todos los males. El trabajo que padeces, dice San Alfonso, ciertamente lo quiere Dios y por su mano te lo envía. Los trabajos que pesan sobre nosotros debemos mirarlos, no como cosas que suceden al acaso y por la sola malicia de los hombres, sino que debemos estar persuadidos de que cuanto sucede es por voluntad de Dios. "Todo cuanto nos acaece contra nuestra voluntad, dice San Agustín, hemos de convencernos que todo sucede por voluntad de Dios". Refiere Cesáreo que en cierto monasterio había un monje que no obstante llevar vida ordinaria y no más austera que los demás, hacía milagros, con solo tocar sus vestiduras sanaban los enfermos. El abad habló con él y le hizo preguntas. Contestó: Ni las cosas prósperas me levantan ni las adversas me abaten, porque yo las recibo todas como venidas de la mano de Dios. Vivo siempre contento en todos los sucesos de la vida. 

Escribe San Alfonso: Quien da a Dios su voluntad, le da cuanto posee; el que da limosna da al Señor parte de sus bienes; el que se mortifica le da su sangre; el que ayuna le ofrece su alimento; pero el que le entrega su voluntad, le da no sólo parte de lo que tiene sino que se lo da todo. Entonces puede con toda verdad decirle: Pobre soy, Dios mío, pero os doy todo lo que poseo, porque dandoos mi voluntad no tengo más que darte. Esto es justamente todo lo que el Señor pide de nosotros: Hijo mío, nos dice, dame tu corazón (Prov 23, 26); esto es, tu voluntad. 

La perfección de esta virtud exige que nuestra voluntad esté unida a la de Dios en todos los sucesos de nuestra vida, ya sean prósperos, ya adversos. En las cosas adversas es donde se aquilata nuestra virtud. Pero nótese que el mérito consiste en conformarnos con la voluntad de Dios, no tanto en las cosas que nos son gratas cuanto en las que nos son contrarias a nuestro amor propio; esta es la piedra de toque del amor. Juan de Ávila escribía: "Esta es la verdadera señal de los hijos de Dios, que dejan su voluntad propia y hacen la de El, y esto no en las prosperidades, mas en las adversidades, adonde vale más un "¡bendito sea Dios!" que tres mil gracias y bendiciones en prosperidades" (Epistolario espiritual, en Obras espirituales, t. 1, p. 744). 

¿En qué consiste la perfección en el amor? en estar completamente conformes con la voluntad de Dios. Esto nos enseñó J.C. a pedir: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. El Beato Susón decía: "Preferiría ser el más vil gusanillo de la tierra por voluntad de Dios que serafín por voluntad propia". 

Las perlas que forman la más bella parte de la corona de los santos son las tribulaciones que en la vida soportaron persuadidos de que todo procede de las manos de Dios. Cuando el santo Job se enteró de que los sabeos le habían arrebatado todas las riquezas, ¿qué respondió? ¡Yavé me lo dio, Yavé me lo quitó! (Iob 1,21). No dijo: "El Señor me dio las riquezas y los sabeos me las quitaron", sino "Yavé lo dio, Yavé lo quitó", y por eso lo bendijo pensando que todo acaecía por su divina voluntad... (S. Alfonso, Obras ascéticas). Por eso escribió San Agustín que "no podremos hacer cosa más grata a Dios que decirle: Toma posesión de nosotros" (In Ps. 131). 

Por eso, podemos pedir con San Agustín: "Oídme, oídme, Dios mío, rey mío, padre mío, honra y salvación mía, mi luz y mi vida, oídme, oídme. Cura y abre mis ojos. recibe a quien huyó de ti, a pesar de haber servido a tantos enemigos tuyos. Conviérteme en puro y perfecto amador de tu sabiduría" (Solil. 1.I.c.I). Ante los acontecimientos terroristas hemos de ver que de grandes males Dios puede sacar grandes bienes, si somos fieles a su amor.