México visto por la Marquesa viajera: Frances Calderón de la Barca (siglo XIX)

Autora: Rebeca Reynaud

 

 

Madame Fanny Calderón de la Barca -Frances Erskine Inglis- se casó con Don Ángel Calderón de la Barca, se hizo célebre después de haber adoptado el apellido de su marido, el primer ministro plenipotenciario de España en México, y de haber viajado a nuestro país. Nació en Edimburgo, Escocia, pero desde muy joven se estableció con su familia en la ciudad de Boston, en Estados Unidos. Fue en aquella ciudad en la que se casó con Calderón de la Barca.  Con él llegó a México a fines de diciembre de 1839 y permaneció en el país hasta enero de 1842.  

Durante ese tiempo, Madame Calderón de la Barca sostuvo una copiosa correspondencia con su familia, lo cual le sirvió para publicar un libro notable, compuesto de cincuenta y cuatro cartas, que llevó por título Life in Mexico during a residence of two years in that country, que también se publicó en Londres con un breve prefacio de Prescott. La Vida en México, (1839-1841) es un libro que fue y es muy gustado en México, y quizá aún más por ingleses y norteamericanos.  

A los ojos de los extranjeros, México aparece como un país exótico, pintoresco, peligroso, amable, exuberante, entre muchas maneras de percibirlo. En el siglo XIX, muchos viajeros llegaron a México y quienes dejaron un testimonio, en el arte o escrito, de su visita nos legaron una ventana que nos permite asomarnos a la vida en estas tierras en el primer siglo de su historia como nación independiente.  

En La vida en México se describe con minuciosidad hechos, personajes, modas, pasiones y costumbres del México de la época. También refleja los sentimientos e ideas, así como sus prejuicios, de la autora hacia México y su gente. Durante su estancia, la posición privilegiada de la marquesa le permitió conocer a las personalidades mexicanas de la época, como Antonio López de Santa Anna, Carlos María de Bustamante, Lucas Alamán, Manuel Paynó y la célebre "Güera" Rodríguez.

 

A su regreso a Estados Unidos, la señora Calderón de la Barca abandonó el protestantismo y se convirtió a la religión católica. Al quedar viuda se recluyó en un convento, del cual salió para dedicarse a servir a la familia real española. En 1876, el monarca Alfonso XIII le otorgó el título de marquesa Calderón de la Barca. Murió en Madrid en 1882.  

Hacemos aquí una breve selección de algunos textos que pueden ayudarnos a conocernos más.  

Madame Calderón de la Barca anota sobre la cordialidad que encontró: “En cuanto a amabilidad y cariñosos modales, nunca me he encontrado con mujeres que puedan rivalizar con las de México, y me parece que las de cualquier otro país parecerían frías y entonadas en comparación. Para los extranjeros esto constituye un encanto infalible, y es de esperarse que, no obstante las ventajas que puedan derivarse de ese trato, nunca lleguen a perder esta deleitosa cordialidad que ofrece tan agradable contraste con la frialdad inglesa y americana...” (Carta X)  

En la Carta IX escribe: “He pasado cerca de una semana con una ligera fiebre. Me atendió un médico de aquí y parece ser la persona más inofensiva que uno pueda imaginarse. Cada día me tomaba el pulso y me recetaba alguna pócima. Mas lo que dio de veras fue una lección de urbanidad. Todos los días, cuando se ponía de pie para despedirse, sosteníamos el siguiente diálogo:

“¡Señora, estoy a sus órdenes!”.

“Muchas gracias, señor”.

“Reconózcame por su más humilde servidor”.

“¡Buenos días señor!”.

“¡Señora, beso a usted los pies!”.

“¡Señor, beso a usted la mano!”.

“¡Señora (ya cerca de la puerta), mi pobre casa, y cuanto hay en ella, y yo mismo, aunque inútil, todo lo que tengo, es suyo!”.

“Muchas gracias, señor”.

Me da la espalda para abrir la puerta, pero se vuelve hacia mí después de abrirla.

“¡Adiós señora, servidor de usted!”.

“Adiós, señor”.

Sale por fin, más entreabriendo luego la puerta y asomando la cabeza:

“¡Buenos días, señora!”.

 

(...) Se considera aquí más cortesano decir Señorita que Señora, aun cuando se trate de una mujer casada; y la dueña de la casa es generalmente llamada La niña, aunque pase de los ochenta”. (Carta IX).

 

En otra de sus cartas observa: “A mí me parece que entre las jóvenes no hay ese afán de contraer matrimonio que se observa en otros países (...). No he visto nunca que las madres o las hijas les hagan la corte a los jóvenes; ni hay tampoco mamás casamenteras o hijas que anden a la busca de sus propios intereses (...). Cuando los jóvenes de encuentran con las señoritas en sociedad, parecen muy galantes, pero al mismo tiempo se les ve como temerosos de ellas (...). En cuanto al flirt, no se conoce aquí ni la cosa ni el nombre” (Carta XVI). Añade: “Nada existe en México que parezca vulgar. Todo alcanza grandes proporciones y todo tiene un aire pintoresco” (Carta XXX).

Cumplidos de las señoras
"Los modales de las señoras de aquí son amables en extremo. Luego de haber abrazado a cada señora que entra, conforme a la costumbre, es de rigor el siguiente diálogo:
'¿Cómo está usted? ¿Está usted bien?'
'Para servirla, ¿y usted?'
'Sin novedad, para servirla'
'¡Cuánto me alegro! ¿Y cómo está usted señora?'
'A su disposición ¿Y usted?'
'Mil gracias ¿Y el señor?'
'Para servirla, sin novedad'
Etcétera, etcétera. Además antes de tomar asiento, se dice:
'Sírvase usted sentarse'
'Usted primero, señorita'
'No, señora, usted primero, por favor'
'Vaya, bueno, para obedecerle a usted, sin ceremonias; soy enemiga de cumplimientos y etiquetas' Terminada la visita, las señoras vuelven a abrazarse, acompañando a la señora de la casa hasta el descanso superior de la escalera, en donde se repiten los dares y tomares de los cumplimientos. 'Señora, ya sabe usted que mi casa es la de usted'
'Mil gracias, señora, la mía es de usted, aunque inútil, reconózcame por su servidora y mándeme en todo lo que se le ofrezca'
'Adiós, deseo que usted pase una buena noche'
En el primer descanso de la escalera, las visitantes se vuelven para mirar a la señora de la casa y se reproducen los adioses.

 

Los trabajadores manuales

Madame Calderón de la Barca, también cuenta su experiencia con los que hoy llamamos los “eros”: “Una de las mayores dificultades con que aquí debemos enfrentarnos para el arreglo de nuestros asuntos consiste en que es del todo imposible persuadir a ningún artesano de que debe cumplir su palabra. Fijan el día, la hora, el minuto en que han de estar con vosotros, o en que han de mandar tales o cuales mercancías. Si dudáis de su puntualidad, se ofenden, y es lo más probable que no volváis a saber de ellos ni tampoco de lo que os tenían que entregar. Si no observan la puntualidad para con ellos mismos, mucho menos habrán de observarla para con vosotros; y aún cuando hemos tenido repetidas pruebas de su desidia, nos fastidian particularmente ahora cuando son tan pocos los días que faltan para nuestra salida” (Carta LI).  

Madame Calderón de la Barca describe las Posadas a mediados del siglo XIX: Las Posadas –dice- son “una curiosa mezcla de devoción y esparcimiento, pero un cuadro muy tierno (...). Esta peregrinación de la Sagrada Familia se representa por ocho días, y parece más bien que se hace a la intención de los niños que con fines de más seriedad. A cada una de las señoras le fue puesta en la mano una velita encendida, y se organizó una procesión, que recorrió los corredores de la casa cuyas paredes estaban adornadas con siemprevivas y farolitos, y todos los concurrentes cantaban las Letanías. Un ejército de niños, vestidos de ángeles, se unió a la procesión (...). Unas voces, que se suponían de María y José, entonaron un cántico pidiendo posada, porque, decían, la noche era fría y oscura, el viento zumbaba con fuerza, y pedían albergue por esa noche. Cantaron los de adentro, negándoles la posada. Otra vez imploraron los de afuera, y al fin hicieron saber que aquella que se encontraba en la puerta, errante, en la noche, sin tener donde reposar la cabeza, era la Reina del Cielo. Al oír este nombre, las puertas se abrieron de par en par, y la Sagrada Familia entró cantando (...). Regresamos a la sala, ángeles, pastores y demás invitados, y hubo baile hasta la hora de la cena. La cena fue un alarde de dulces y pasteles”. (Carta XXX).

 

Los gritos callejeros

"Hay en México diversidad de gritos callejeros que empiezan al amanecer y continúan hasta la noche, proferidos por centenares de voces discordantes, imposibles de entender al principio. Al amanecer os despierta el penetrante y monótono grito del carbonero:
'¡Carbón señor!' El cual, según la manera como le pronuncia, suena como '¡Carbosiú!'. Más tarde empieza su pregón el mantequillero:
'¡Mantequía! ¡Mantequía de a real y di a medio!'
'¡Cecina buena, cecina buena!'; interrumpe el carnicero con voz ronca.
'¿Hay sebo-o-o-o-o?' Esta es la prolongada y melancólica nota de la mujer que compra las sobras de la cocina, y que se para delante de la puerta.
Luego para el cambista, algo así como una india comerciante que cambia un efeto por otro, la cual canta:
'¡Tejocotes por venas de chile!'
Un tipo que parece buhonero ambulante deja oír la voz aguda y penetrante del indio. A gritos requiere al público que le compre agujas, alfileres, dedales, botones de camisa, bolas de hilo de algodón, espejitos, etcétera.
Detrás de él está el indioi con las tentadoras canastas de fruta; va diciendo el nombre de cada una hasta que la cocinera o el ama de llaves ya no puede resistir más tiempo... Se oye '¡Gorditas de horno caliente!'.
Le sigue el vendedor de petates: '¿Quién quiere petates de la Puebla, petates de cinco varas?'
Al mediodía los limosneros comienzan a hacerse particularmente inoportunos, y sus lamentaciones y plegarias, y sus inacabables salmodías, se unen al acompañamiento general de los demás ruidos. Entonces, dominándolos, se deja oír el grito de:
'¡Pasteles de miel!'
'¡Queso y miel!'
'¿Requesón y melado bueno?'
En seguida llega el dulcero, el vendedor de fruta cubierta, el que vende merengues, que son muy buenos, y toda especie de caramelos.
'¡Caramelos de espelma, bocadillos de coco!'
Y después los vendedores de billetes de la lotería, mensajeros de la fortuna con sus gritos:
'¡El último billetito, el último que me queda, por medio real!'
A eso del atardecer se escucha el grito de:
'¡Tortillas de cuajada!' o bien:
'¡Quién quiere nueces!', a los cuales sigue el nocturno pregón de:
'¡Castaña asada, caliente!', y el canto cariñoso de las vendedoras de patos:
'¡Patos, mi alma, patos calientes!'
'¡Tamales de maíz!, etc., etc. Y a medida que pasa la noche, se van apagando las voces, para volver a empezar de nuevo, a la mañana siguiente, con igual entusiasmo."  

Selección de textos hecha por Rebeca Reynaud, de La Vida en México, Editorial Porrúa, México 1994.