El alcoholismo y la esperanza

Autora: Rebeca Reynaud

 

 

No hay en la historia el ejemplo de alguien que haya superado sus problemas personales con el alcohol. El antidepresivo más antiguo es el alcohol. 
Desde tiempos inmemorables el hombre utiliza esa bebida para sobrellevar la angustia, la frustración, los traumas o la soledad. El alcohol sólo ayuda a disfrazar los problemas, y posteriormente se convierte en el principal conflicto de quien trató de solucionar sus males con la bebida. El alcohólico termina solo, sin trabajo y sin patrimonio. Y a pesar de esos, no sólo los hombres, también las mujeres se animan a emborracharse.

Al escritor Jorge Luis Borges, anciano y ciego, le preguntaba un joven: “¿Cómo es posible que un hombre tan culto e inteligente como usted, se empeñe en oponerse al curso de la historia?”. La respuesta fue la siguiente: 
“Oiga, joven ¿no sabe usted que los caballeros sólo defendemos causas perdidas?”. Las causas perdidas son las únicas que vale la pena defender. No sólo porque las otras se defienden solas, sino porque la verdad siempre 
aparece como desvalida.

A veces se ve el alcoholismo como una causa perdida pero no lo es. Si se trata de un hijo, los padres han de mantener una vigilancia prudente, para orientarles positivamente sobre los ambientes y diversiones que 
frecuentan. 
¡A veces van a cada fiesta! Y los últimos en enterarse son los padres. 
Los “amigos” del hijo lo animan a tomar y, cuando viene una congestión, son los primeros que desaparecen de la escena.

La familia está atacada por diversas fuerzas provenientes de los medios de comunicación, de la música, de las drogas y de otras adicciones. Nadie tiene la sabiduría suficiente para enfrentarse a todo lo que sucede en la vida. 
Los problemas nos dejan perplejos. Es vital que la persona descubra sus defectos y los elimine uno por uno.

El alcoholismo es un tipo de enfermedad en la que el paciente cree no estar enfermo. El alcohólico sufre de un sentimiento de culpabilidad; recordarle sus fracasos empeora su situación. A veces una crisis puede convencer 
al alcohólico de que necesita ayuda: un accidente, un arresto, una indigestión, la pérdida del trabajo... La crisis puede ser necesaria para su recuperación. No hay que hacer nada para impedir que suceda. No hay mal que 
por bien no venga. Quien tiene un problema de bebida tiene que estar dispuesto a recibir ayuda sino no puede ser ayudado.

La esperanza de recuperación estriba en la capacidad de reconocer la necesidad de ayuda, el deseo de dejar de beber y la sinceridad de admitir que, por sí mismo, no puede lidiar con el problema.

Hay organizaciones internacionales que desean debilitar a los pueblos del Tercer Mundo por lo que tienen de más valioso: sus niños y sus jóvenes. 
Y les ofrecen un paraíso artificial a base de diversiones, alcohol y drogas. 
Tocqueville consideraba como el fundamento de la democracia: “el estado moral e intelectual de un pueblo”.

Si a pesar de los pesares podemos tener la esperanza bien alta es porque las energías de la inteligencia y la libertad son más poderosas que todos los condicionamientos económicos y políticos. Las cosas pueden cambiar para mejor. Condición de posibilidad para lograrlo es una transformación de mayor hondura, que se refiere a la concepción que el hombre tiene de sí mismo. 
Asombra ver la capacidad que tiene el ser humano de rectificar, y eso es muy edificante, pero siempre requiere de ayuda, de sentido, de ideales.

Lo que nos aqueja es una antropología del todo insuficiente, muy por debajo de la altura de la dignidad que pertenece a toda persona. Lástima que sean tan pocos los que se preocupan por cuestiones de pensamiento, y menos aún los que se ocupan de la base humanística y teológica imprescindible en todos los niveles de la enseñanza.

Para quienes tienen un pariente con problemas de alcoholismo, se recomienda acudir a un Grupo de Familia Al-Anon o AA. Solos nos pueden resolver ese problema.