Oración mental

Autora: Rebeca Reynaud

 

 

“La creación se hizo para ser espacio de oración” (Joseph Ratzinger) .

Al Señor le gusta que le dediquemos tiempo en exclusiva, que le contemos nuestras cosas, alegrías y tristezas, ambiciones nobles y acciones de la vida cotidiana; es decir, que hagamos oración mental. Cada uno ha de 
concretar el tiempo que dedicará a la oración mental. Este tiempo de oración –no menos de media hora, repartido en lo posible entre la mañana y la tarde- ha de ser el necesario para mantener el espíritu de contemplación.

San Agustín dice que Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Dios. 
Por eso es bueno luchar por ser personas que contemplan a Dios en la creación entera. Pero ¿qué es la oración de contemplación?... La contemplación es una mirada de amor. Es presencia de Dios. Es la acción de considerar 
atentamente, con la mirada o con el espíritu. Requiere del concurso de la inteligencia y de la voluntad. “El estado contemplativo es simplemente la perfección de la caridad operada por el Espíritu mediante el don de la 
sabiduría” (Carlo Caffarra).

Acercar las almas a Dios, hacer apostolado es contemplar y entregar a los demás las cosas contempladas, decía Santo Tomás de Aquino.

Ahora repasemos una anécdota. Edith Stein nació en 1891 en Breslavia (actualmente Wroclaw, Polonia) en el seno de una familia judía. Era la pequeña de siete hermanos. A los 13 años abandonó la práctica religiosa, 
declarándose agnóstica. En 1921 leyó la autobiografía e Santa Teresa de Jesús y se convirtió al catolicismo. Cuenta que en una ocasión, cuando aún no era católica, fue a Francfort con su amiga Rosa. Como les gustaba 
mucho el arte entraron en la catedral católica, de estilo gótico florido. 
Mientras recorrían en silencio las altas naves, observando las bóvedas de nervaduras, las impresionantes vidrieras y los diferentes retablos, vieron entrar en el templo a una sencilla mujer con la cesta de la compra cargada de verduras. 
La mujer se arrodilló y, cerrando los ojos, oró unos minutos. Luego se acercó a una imagen de la Virgen, y se fue. A la salida Edith no dejó de comentar la sorpresa que le causó el hecho:
—¿Has visto, Rosa? Esa mujer ha entrado a rezar, sin más.
—Sí, en los católicos eso parece algo normal.
—Esto es lo que me admira de esa religión –explicó Edith-. Ya sabes que a las sinagogas y a las iglesias protestantes sólo va la gente en los momentos en que hay oficios religiosos. Sin embargo, mira: ¡en medio de sus ocupaciones, esa señora entra en la iglesia a rezar a su Dios! ¿No es algo 
más auténtico, menos frío?
—Sí, es verdad –concede Rosa.

Esta sencilla anécdota tendrá para Edith un significado pleno allá por el año 1921. No la olvidará nunca.

Hace poco asistí a la clase de un teólogo de la Universidad de Navarra. 
Decía que el hecho de conocer la Biblia nos daba luces para entender la Historia, ya que la Palabra de Dios da un nuevo sentido a este mundo. El cristiano recibe una Revelación para entender la historia. El argumento 
de la historia es el pecado y la salvación. La Palabra de Cristo es luz para la inteligencia, ilumina el cosmos, la historia y la vida personal. Decir que Dios es Creador es decir que gobierna este mundo, es decir que está 
presente en la Historia. Si nos quedamos en que Dios ha creado un mundo bonito, nos quedamos en un cuento de hadas. Este mundo no es Disneylandia; hay quienes aspiran a vivir en Disneylandia, entretenidos. Hay quien sólo piensa en divertirse, en pasarla bien, y piensan que estamos en el paraíso terrenal. 
No estamos para divertirnos. Tenemos un papel en esta historia de pecado. Si quiero Disneylandia y la vida no es así, vivo en una frustración constante. 
El problema de nuestros contemporáneos es que quieren hacer de este mundo Disneylandia, cuando aquí está pasando algo, estamos llamados a colaborar en este campo de trigo y cizaña.

Por otro lado, hay que tomar en cuenta que la lectura espiritual alimenta la oración. Escudriñad en la Escritura, dice Jesucristo. Por eso también es recomendable llevar el Evangelio a la oración. Allí conocemos las 
palabras, los gestos y las actitudes de Cristo.

El número de estrellas en el universo se calcula en unos 200 000 trillones, ¡un número de 24 cifras! Imaginemos el poder creador de Dios. Y el lo único que quiere es que le amemos: Dame, hijo mío tu corazón, que llevemos 
esta vida –donde hay dificultades y alegrías- con garbo, elegancia y por amor de Dios, y luego nos promete el Cielo para siempre, para siempre, para siempre. 

Pero para eso hay que conocer y amar a Dios, ofrecerle lo pequeño y lo grande de cada día. Tenemos que orar y no desfallecer. “Ante Dios los ruegos de los santos son ruegos de amigos, pero los ruegos de María son ruegos 
de Madre” (San Alfonso).