Virtudes humanas

Autora: Rebeca Reynaud

 

 

Cuando una persona nos cae bien, pensamos: “Esta persona ¿qué tiene?”. Vemos que es alegre, servicial, sencilla. Tiene virtudes humanas. Las virtudes humanas embellecen la personalidad. Cuando una persona nos cae mal, analizamos “¿por qué cae mal?” Y vemos que es voluble, pesimista, impuntual, mentirosa, egoísta o vanidosa. ¿De qué carece? De virtudes humanas.

Una virtud es un hábito operativo bueno en contraste con el vicio que es un hábito operativo malo. El desarrollo de las virtudes realimenta el entendimiento y la voluntad de tres modos. Se trata de la firmeza, la prontitud y de un cierto agrado para hacer las cosas.

En términos generales las virtudes tienen por objeto hacer al hombre como debe ser. La firmeza significa que la virtud reafirma a la persona en lo que está haciendo. La prontitud quiere decir que la virtud crea una capacidad de obrar bien con más facilidad porque los actos aislados se han incorporado a la misma persona, a su modo de pensar y de actuar. Y, por último, la virtud permite a la persona conocer, en parte, la felicidad; le permite actuar a gusto, con satisfacción.

Pero convendría comentar el gran peligro de estos hábitos: el que en lugar de ser virtudes lleguen a ser nada más que rutina. Rutina porque los actos no tienen ninguna finalidad, es decir, no hay objetivo.

Todos tenemos que aprender a vivir las virtudes con intensidad y a profundizar en cuáles son los motivos más importantes para esforzarse a adquirirlas o a conservarlas. En el desarrollo de cualquier virtud humana —dice David Isaacs— existe la posibilidad de mejora en dos aspectos: la intensidad con la que se vive y la rectitud de los motivos. Si se entiende que esos motivos son rectos, porque coinciden con la verdad, podemos llegar a decir que la madurez natural del hombre es el desarrollo armónico de las virtudes humanas.

Un ejemplo concreto de esto, lo pone Juan Pablo II cuando dijo que “la estatura moral de las personas crece o disminuye según las palabras que pronuncian y los mensajes que eligen oír”.

Hace un tiempo estuvo en México la vicerrectora de una universidad española. Y le preguntaron: 
—¿Qué es lo que le falta a la juventud actual? 
—Muchas cosas contestó-, pero sobre todo, fortaleza y templanza.

Las virtudes humanas se resumen en las cuatro virtudes cardinales.
Virtudes cardinales: La palabra “cardinal” viene de cardo: gozne, quicio. Todo acto de virtud debe de ser prudente, justo, fuerte y templado. 


Los apetitos sensibles, por tener un movimiento instintivo propio, pueden rebelarse ante las potencias superiores, y necesitan ser perfeccionados por las virtudes propias de las potencias apetitivas: la voluntad (justicia), el apetito concupiscible (templanza) y la tendencia irascible o agresividad (fortaleza). Estas dan a las tendencias sensibles la disposición estable para seguir dócilmente el imperio de la razón.

La Prudencia: Esta virtud permite encontrar los medios más aptos para llevar a cabo el bien moral que se desea. “Bienaventurado el hombre que alcanza la prudencia –dice la Sagrada Escritura-, porque su adquisición es mejor que la plata, más provechosa que el oro y más preciosa que las perlas” (Prov. 3, 14-15). Para ser prudente no basta poseer la fe y la ciencia moral: es preciso también conocer los hechos, las personas y las circunstancias concretas que nos rodean, y sacar de ellas una enseñanza para el futuro. Esto se logra considerando las propias experiencias y pidiendo consejo a quien pueda darlo. Luego, en una segunda etapa, la prudencia exige relacionar entre sí esos conocimientos, discernir —a la luz de la fe y de los principios morales, y con ayuda de la gracia— lo que realmente tiene importancia en orden a la decisión concreta que se debe tomar. Pero sólo en un tercer momento se ejercita plenamente la prudencia: cuando —una vez elegidos los medios más aptos para llegar al fin— se ponen en práctica esos consejos y juicios (S. Th. II-II, q. 47 a. 3).

Implica ser reflexivos, conscientes y responsables. Prudencia para saber lo que tenemos que hacer a cada momento, para prever las necesidades de nuestra casa, de los demás, del apostolado, para considerar las circunstancias antes de obrar. Esta virtud lleva consigo:
• Docilidad
• Sagacidad: ingenio
• Providencia: ver lejos, anticiparse a los sucesos

La Justicia impulsa a dar a cada uno lo suyo, a respetar los derechos ajenos. Cada alma es una obra maestra de Dios. Pero a la justicia le falta poner la caridad. Hay que excederse generosamente en la justicia. Incluye:
• Lealtad: cumplir los compromisos adquiridos.
• Sinceridad: persona oportuna, momento adecuado...
• Laboriosidad: haz lo que debes y está en lo que haces.

La Fortaleza da vigor al alma para correr tras el bien. Con la fortaleza se dominan los defectos del temperamento y se soportan con alegría las contradicciones; es fuerte el que persevera en el cumplimiento del deber; el que mide una tarea no sólo por el beneficio que recibe sino por el servicio que hace. La fortaleza da grandeza de ánimo y nobleza de carácter. Fortaleza: consiste en acometer y resistir (aguantar). Es fuerte el que sufre pero resiste; llora, quizá, pero se bebe las lágrimas. El fuerte es paciente. La fortaleza lleva consigo:
• Paciencia: soportar molestias con serenidad.
• Magnanimidad: grandeza de ánimo.

Cuento que viene a cuento. Un día un campesino le pidió a Dios le permitiera mandar sobre la Naturaleza para que —según él— le rindieran mejor sus cosechas. ¡Y Dios se lo concedió! Entonces cuando el campesino quería lluvia ligera, así sucedía; cuando pedía sol, éste brillaba en su esplendor; si necesitaba más agua, llovía más regularmente; etc. Sin embargo, cuando llegó el tiempo de la cosecha, su sorpresa y estupor fueron grandes porque resultó un total fracaso. Desconcertado y medio molesto le preguntó a Dios por qué salió así la cosa, si él había puesto los climas que creyó convenientes.

Pero Dios le contestó: "tú pediste lo que quisiste, más no lo que de verdad convenía. Nunca pediste tormentas, y éstas son muy necesarias para limpiar la siembra, ahuyentar aves y animales que la consumen y purificarla de plagas que la destruyen". Así nos pasa. Queremos que nuestra vida se a puro amor y dulzura, nada de problemas.

El optimista no es aquel que no ve las dificultades, sino aquel que no se asusta ante ellas y no se echa para atrás. Por eso podemos afirmar que las dificultades son ventajas, las dificultades maduran a las personas, las hacen crecer.

Por eso hace falta una verdadera tormenta en la vida de una persona, para hacerla comprender cuánto se ha preocupado por tonterías, que son chubascos pasajeros. Lo importante no es huir de las tormentas, sino tener confianza en que pronto pasarán... y dejarán algo bueno en nuestras vidas (cfr. ww.encuentra.com).

La Templanza modera el uso de los bienes de la tierra y nos ayuda a poner el corazón en el Cielo, no ayuda a no sobrepasar la medida fijada por la razón. Es una virtud que enriquece a la voluntad y la inclina a refrenar los apetitos sensitivos hacia los bienes deleitables contrarios a la razón (Cr. Aristóteles, Etica a Nicómaco, III, 13). La templanza requiere que seamos modestos, sobrios, clementes, humildes y que amemos la mansedumbre y la mortificación.

Si todas las virtudes son importantes, quizá la templanza tenga especial relevancia, porque continuamente se ofrecen ocasiones para ejercitarla.
Templanza en comida, bebida, vista (películas), música, comodidad... La voluntad está inclinada al bien honesto o moral, pero puede desviarse. Para seguir su inclinación natural al bien honesto, la voluntad debe moderar los apetitos sensitivos para usarlos con moderación. Pero la voluntad es débil frente a la vehemencia de las pasiones y está expuesta constantemente a consentir a sus requerimientos, aun a costa de claudicar del recto orden, o sea, de perder el bien honesto propio del hombre. Para tener sometidas a las pasiones, la voluntad necesita la templanza y convicciones. La templanza. pone orden en las pasiones.

La templanza junto con la fortaleza, informa todo el ámbito del apetito sensitivo con el orden racional. Con esto nos podemos ordenar al fin último. Necesitamos el desprendimiento, para tener el corazón libre para ponerlo en Dios. Pues: Donde está tu tesoro está tu corazón.

Vicios opuestos a la templanza:
 la intemperancia: búsqueda desordenada de placeres sensibles.
 la insensibilidad o menosprecio de esos bienes sensibles.

El ser humano puede controlar sus respuestas si controla sus estímulos (bebidas, películas, lecturas). La sociedad esta poco motivada para rechazar esto porque piensa que nada le afecta. Y la realidad nos muestra que cuando el hombre lo tiene todo –en el sentido material-, se olvida de Dios. Las carencias son las que muchas veces le hacen orar. Cuando vemos que las personas que conocemos y queremos están lejos de Dios, rezamos más.

La generosidad es una virtud humana definida por David Isaacs así: “Actúa en favor de otras personas desinteresadamente, y con alegría, teniendo en cuenta la utilidad y la necesidad de la aportación para esas personas, aunque le cueste un esfuerzo” (La educación de las virtudes humanas, cap. IV). Se pueden dar cosas, dar tiempo, dar una sonrisa o un saludo, y todos estos actos suponen una decisión en un momento dado.

La generosidad nunca nos debe llevar a satisfacer los caprichos de los demás. Por eso la prudencia debe regir a la generosidad, para saber cuándo, con quién y dónde se ha de ejercitar. Educar en la generosidad es fundamental para que la persona llegue a su plenitud, para que se autoposea y para que sirva mejor a Dios y a los demás, ya que el ser humano está hecho para la donación.

Las virtudes naturales constituyen como un punto de apoyo para las sobrenaturales. Contribuyen a la perfección de las realidades humanas. Ayudan a realizar el trabajo con perfección y alegría, a amar a Dios y a los hombres.

San Agustín describe así las virtudes cardinales: “templanza es el amor que se mantiene íntegro e incólume para Dios; fortaleza es el amor que todo lo soporta fácilmente por causa de aquello que ama; justicia es el amor que observa el orden recto, porque sólo sirve al amado; prudencia es aquel amor que sabe distinguir bien entre lo que es ventajoso en su camino hacia Dios y lo que puede ser un obstáculo”.