Jonás, el profeta, y su noche

Autora: Rebeca Reynaud

 

 

Jonás recibe de Dios la orden de predicar penitencia en Nínive; y si no se arrepienten, la ciudad será destruida. Sin embargo, Jonás no quiere ir y, en vez de dirigirse a Nínive, se dirige al lado opuesto. Huyendo del Señor huyó a Jope, halló una nave que se hacía a la vela para Tarsis (actual Andalucía). Al poco tiempo se desató una tempestad. Los marineros arrojaron al mar el cargamento y echaron suertes para saber de dónde venía el infortunio, y cayó la suerte sobre Jonás. Éste pidió que lo arrojaran al mar, y al punto cesó el furor de las olas (Jon 1,1-16).

 

En la tradición bíblica, el mar es presentado como lugar de las fuerzas enemigas del hombre, que sólo Dios puede dominar (cfr Job 7,12 y Salmo 104). En ocasiones se asimila al reino de la muerte. Teniendo presente este significado, se entiende mejor la aplicación que Jesús hace del signo de Jonás (Mt 12,40) para explicar su propia muerte y resurrección[1].

 

El Señor había preparado un gran pez para que se lo tragara. Dentro del vientre del pez recita un salmo:

—Desde mi angustia clamé al Señor,

y Él me respondió.

Desde el vientre del seol grité,

y escuchaste mi voz.

Me arrojaste en el fondo,

en el seno del mar,

y la corriente me volteaba;

todas tus rompientes y tus olas

me anegaban.

Y yo me decía: “soy expulsado

lejos de tus ojos.

¿Cómo contemplaré de nuevo

tu Templo santo”. (…)

Descendí hasta los cimientos de los montes;

la tierra echaba sus cerrojos

tras de mí para siempre.

Pero tú sacaste mi vida de la fosa,

Señor, Dios mío.

Cuando mi alma estuvo a punto de desfallecer (…)[2].

 

Precisamente San Juan de la Cruz compara su experiencia de la noche oscura con la de Jonás[3], equiparándose al profeta, que después de tres días de oscuridad y temor, fue expelido a la luz. Así, después de tres días el pez lo vomita en la orilla (2,1-10). El Señor le habló por segunda vez y le dijo que fuera a predicar a Nínive. Así lo hizo, y dijo: De aquí a cuarenta días, Nínive será destruida.

 

Los ninivitas creyeron en Dios y publicaron el ayuno. La noticia llegó al rey e hizo penitencia; se vistió de saco y se sentó sobre la ceniza. Dios tuvo misericordia y no les envió los males que había decretado. Jonás se molestó y le dijo al Señor que él se había querido ir a Tarsis porque sabía que Él era clemente. Jonás se encolerizó hasta desear su muerte.

 

En este breve relato, la misión de Jonás se describe con caracteres fuertemente profético didácticos. El tema fundamental del libro es presentar la infinita bondad de Dios, que perdona a los pecadores arrepentidos, aunque sean paganos, como los habitantes de Nínive Con esto se nos enseña que la religión de Israel no era exclusiva del pueblo judío, sino que tenía un sentido universal que luego alcanzaría con el Nuevo Testamento. La conducta de Jonás deja perplejo al lector, a pesar de que es el único personaje del libro que conoce al Dios verdadero.

 

Todos los personajes del libro se nos muestran simpáticos, —los marineros , el rey de Nínive, sus habitantes y hasta sus ganados—, menos el profeta Jonás, quien pretende esquivar el cumplimiento de su misión; y cuando luego la cumple a viva fuerza y ve que Dios concede a Nínive el perdón, se entristece pues le hubiera gustado más que Dios castigara a la ciudad (Serafín de Ausejo).

 

No se sabe si este libro es historia o es parábola didáctica. Quizás lo más acertado es decir que sea un relato de género didáctico con fondo histórico. Jesús cita este libro (en Mateo 12, 38-42), pero hay que tomar en cuenta que Jesús estaba predicando, no defendiendo si tales hechos eran históricos o no.

 

El mensaje del libro es que Dios es indulgente para quien se arrepiente de sus yerros; y lo es hasta con su propio profeta, desobediente al principio. Al final le dice el Señor: “¿Y yo no tendré compasión de Nínive, ciudad grande, y en la cual hay más de ciento veinte mil personas, que no saben aún discernir la mano derecha de la izquierda, y un gran número de animales?”.

 

El libro es una llamada a la conversión y a la penitencia. Expone que el perdón está condicionado a la previa conversión del corazón. Hoy, pueden faltar deseos de conversión porque falta amor a la verdad. Dice el Papa Benedicto XVI que hoy, la libertad y la felicidad son el altar donde se sacrifica la verdad.


[1] Cfr. Biblia de Navarra. Edición Popular, EUNSA; Pamplona, España 2008, p. 1292, pié de página 2,1.

[2] Idem.

[3] 2N 6,1 y 3.