San Juan Clímaco y la Escala espiritual

Autora: Rebeca Reynaud

 

 

Durante el sigloVI, el monte Sinaí se encontraba lleno de monjes que vivían en monasterios y cuevas, siguiendo la regla de san Basilio y la legislación de Justiniano. Entre todos ellos brilló con luz propia el monje Juan, apodado "Clímaco" o "El Escolástico". Antes de ingresar al monasterio, Juan había recibido una importante formación “en las ciencias seculares”, por lo que fue llamado "El Escolástico".

 

Se sabe poco de su vida. Cuando era muy joven se ofreció a Dios en el monte Sinaí, bajo la guía de un santo anciano, llamado Martyrius. Cuando murió el maestro, Juan se retiró al yermo, donde vivió cuarenta años en una cueva, sobre el monte Sinaí, a pocas leguas del monasterio, a donde bajaba los sábados y los domingos para participar en las ceremonias litúrgicas. En la cueva no había sino una gran cruz de madera, una mesa y un banco que servía de silla y de cama. Su única riqueza eran los libros de la Sagrada Escritura, Gregorio Nacianceno y el pseudo Dionisio. Pero su primera fuente es la experiencia como monje y asceta y la Regula Pastoralis de San Gregorio Magno, traducida al griego por un patriarca de Antioquía hacia el año 600. La Scala Paradisi depende de la Regula Pastorales.

 

Juan venció la acidia y enojo del corazón, que son muerte del alma, con la memoria continua de la muerte y practicando la lectura y la oración. Vivía en presencia de Dios, con pocos visitantes, pero algunos monjes acudían a él en busca de orientación y ayuda.

Juan Clímaco escribió esa síntesis en los años siguientes a su experiencia de anacoreta, cuando fue sacado de su amada soledad para ponerlo al frente del monasterio del Monte de Santa Catalina del Sinaí (fundado por Justiniano). Siendo abad del Monasterio de Santa Catalina del Monte Sinaí redactó su Scala Paradisi o Scala espiritual. Su Scala Paradisi es una guía para recorrer el camino interior hacia Dios.Esta obra, que alcanzaría gran trascendencia durante la Edad Media, le valió el apodo de "Clímaco" ("Klimax" en griego significa "escalera").

 

Esta obra fue traducida al castellano por orden del cardenal Cisneros, e impresa en Toledo en 1504. Así se ha venido repitiendo desde mediados del siglo XVI en las nueve ediciones castellanas, preparadas y comentadas por fray Luis de Granada. En otras ediciones latinas que llegaban a España, se llama Escala del paraíso (Scala paradisi).

 

En la Iglesia oriental, desde el siglo VII hasta nuestros días, ha sido el libro más leído después de la Biblia. Lo que la Imitación de Cristo (Kempis) ha sido para los cristianos de occidente, así es la Escala espiritual para los orientales.

 

La Escala está destinada sobre todo a los monjes, pero también a los que viven en medio del ajetreo diario, ya que Dios invita a todos a llevar una vida de santidad. Escribe: “Dios es la salvación de todos, ateos o creyentes, justos o injustos, devotos o impíos, de cuantos están libres de pasiones y de los cautivos, de los monjes y de los que viven en el mundo, de sabios e ignorantes, de sanos y enfermos, de jóvenes y ancianos. Dios es como luz desbordante, como el fulgor del sol. A todos se da por igual porque para Dios no hay acepción de personas”[1]. Por eso la Escala espiritual es libro conveniente para toda persona. La Escala espiritual es el libro más leído, después de la Biblia, entre los griegos ortodoxos. De hecho, en la Iglesia griega se ha tenido siempre como libro de hogar.

 

San Juan Clímaco pide al lector un encuentro personal con Cristo. Clímaco se llama a sí mismo modesto arquitecto, al construir la escala para subir de la tierra al cielo, como los ángeles a que se refiere el patriarca Jacob[2]. Se habían valido de este símbolo Gregorio Nacianceno, Juan Crisóstomo y Teodoreto de Ciro antes del siglo VI. Más tarde, Bernardino de Laredo habla de la Subida del Monte Sión y San Juan de la Cruz de la Subida del Monte Carmelo.

 

La Scala Paradisi consta de treinta escalones. Los primeros veintitrés están referidos a la lucha contra los vicios, los siete restantes a la adquisición de las virtudes. El primer paso que debe dar el monje es el desprendimiento de las cosas materiales y el desasimiento interior. Habla de tres etapas en la vida ascensional: ruptura con lo mundano, ejercitarse en la virtud y unirse con Dios, como se venía diciendo en los siglos precedentes. Los términos los acuño el Pseudo Dionisio cien años antes: vía purgativa, iluminativa y unitiva.

 

1ª etapa: Explica que en la ruptura con el mundo prevalece el esfuerzo humano para adquirir las virtudes cardinales. Pide renuncia y desprendimiento de los bienes terrenos y del egoísmo. Pide vaciar el corazón para que Dios lo pueda llenar totalmente.

2ª etapa: Es la vida activa o práctica de las virtudes. Exige la disposición a la penitencia, a la sencillez y a la humildad. Aquí entra el combate contra las pasiones desordenadas: ira, maledicencia, falsedad, desaliento, gula, lujuria, vanagloria, soberbia, indolencia.

3ª etapa: Vida contemplativa o de unión Dios. Aquí prevalece la oración, la paz interior, la práctica de las virtudes teologales, y la gracia domina casi por completo.

 

Dice Juan Clímaco: “En la hora de la muerte no seremos acusados por no haber hecho milagros, no haber disputado de teología, ni haber sido contemplativos. Pero ciertamente tendremos que dar explicaciones a Dios por no haber tenido siempre dolor de los pecados”[3]. Juan Clímaco afirma que no se llega a Dios por los esfuerzos de la razón sino por la adhesión del alma enamorada. El hombre es imagen y semejanza de Dios y el amor constante a Dios es lo propio del alma. El alma que se reforma buscando recuperar su condición de imagen y semejanza de Dios, que se purifica, no necesita ya de la razón para mostrar a Dios, pues lo tiene dentro de sí.

 

Conviene tener en cuenta que el haber escalado los últimos peldaños no excluye andar por los primeros. No se trata de nociones matemáticas. No muestra interés por ascetismos físicos; le importa ante todo la humildad y la pureza de corazón. Escribe: “Cualquiera que se haya ejercitado en la castidad no debe atribuirse a sí mismo mérito por sus triunfos. El hombre no puede conquistar lo que ya es. La victoria sobre la naturaleza hay que atribuirla a aquel que está sobre la naturaleza, pues es innegable que el más débil es siempre vencido por el más fuerte”[4].

 

“Dios no es autor del mal — escribe Juan Clímaco—, por eso están muy equivocados los que afirman que algunas pasiones son congénitas al alma. Les falta entender que nosotros mismos convertimos nuestras cualidades naturales en pasiones (…). Es en nosotros natural la arrogancia, mas ha de ser contra los demonios. Gozar es propio de nuestra naturaleza pero ha de ser en bien del prójimo. La naturaleza nos ha dado rencor, pero ha de ser contra los enemigos del alma. Tenemos necesidad de alimentarnos, mas no por desenfreno”[5]. La Antropología filosófica explica actualmente que las pasiones son impulsos naturales; serán buenas o malas según la orientación de la voluntad; es decir, todo depende de cómo se usen o a dónde se dirijan los deseos y esperanzas. Clímaco insiste en que hay que atacar las raíces, los vicios.

 

En su Carta al pastor, San Juan Clímaco afirma que el verdadero pastor no guía por conocimientos recibidos desde afuera sino en base a una iluminación interior por la que conoce a Dios. El verdadero pastor, que recibe su sabiduría de Dios, es capaz de guiar no sólo a las ovejas dóciles y obedientes sino también a las incultas y desobedientes. El prototipo del buen pastor no es otro que el propio Jesucristo (cfr. www.luventicus.org).

 

Juan Clímaco muere entre el año 605 y el 649. Su biógrafo fue el monje Daniel del monasterio de Raithu, al suroeste del Sinaí.

 San Juan Clímaco



[1] San Juan Clímaco, Escala espiritual, Escalón 1,4.

[2] Cfr. Génesis 28, 12-13.

[3]  VII, 79.

[4]  XV,5.

[5]  XXVI, 141