¿El sexo por curiosidad?

Autora: Rebeca Reynaud

 

 

El que ama no busca el goce, sino busca la felicidad del ser amado, aunque le suponga sacrificio, y entonces él mismo es feliz. El que sólo busca el placer, busca lo impersonal, y muestra el grado de envilecimiento a que podemos llegar. El egoísta se mueve constantemente en el nivel de los meros hechos y las puras sensaciones, sin elevarse nunca al nivel de la creatividad. Ya no busca el romance, sino el contacto físico.

 

—Si me quieres ¡entrégate a mí! Tengo curiosidad por probar qué se siente estar contigo-, dice el muchacho.

—No soy coche para que me pruebes- dice la mujer. Las caricias y besos se traducen en fajes, te ponen en tentación y la pasión puede salirse de control. Tú quieres vivir el momento, y no mides las consecuencias para ti y, sobre todo, para mí. Muchos adolescentes lo hacen por curiosidad y luego no pueden decir “basta”, y se esclavizan. Ceder una o dos veces equivale a rodar cuesta abajo...

 

Resistir el impulso es el fundamento del autocontrol, puesto que toda emoción supone un deseo de actuar, y es evidente que no siempre ese deseo será oportuno. La capacidad de resistir los impulsos, demorando o eludiendo una gratificación, constituye una parte esencial del gobierno de uno mismo.

 

En una encuesta a jóvenes se vio que lo que más interesa es la diversión y luego la salud. Los jóvenes viven el instantaneísmo. Hay desinterés en lo intelectual. En resumen: La crisis actual es una crisis de falta de reflexión.

 

Hay mujeres que ceden a las presiones del novio, para tener relaciones sexuales, por curiosidad o por placer. No se dan cuenta del peligro que lleva esa decisión: no ven que empezar a ceder es empezar a corromperse y a corromper al otro. El sexo no es un juego. La sexualidad es tan maravillosa que se ha de cuidar para alguien que valga la pena y dentro del matrimonio. Amar es querer el bien; no es fácil perseguir el bien del otro porque hay una tendencia fuerte al egoísmo. Aquel bien que le ofrecemos a la persona amada ha de ser un bien real, ha de ser algo que la mejore, y no que me beneficie sólo a mí.

 

El sexo ha empezado a considerarse como un hobby, algo que puedes hacer cuando te aburres, cuando te apetece..., sin relación con el amor o el matrimonio. Eso empobrece mucho a la persona.

 

El problema es el aburrimiento, lo que lleva a buscar más violencia, más sexo, más emoción. En el fondo es el egoísmo el que prevalece: sólo cuento yo. No hay un deseo de amar y darse a la persona amada. No existe el drama del amor real. Es triste que los jóvenes no tengan la experiencia del enamoramiento. No disfrutan el amor, todo es sexo, sin posibilidad de una auténtica relación personal, romántica. Se pierden todas las cosas que dan sentido al sexo. Y si se quedan con la parte física, se pierden el 99% de la relación.

 

Si el joven se entrega a cualquiera, habrá quizás pasión, pero el sexo dejará de ser algo especial. A veces nos asombra el crecimiento de corrupción a nivel de gobernantes y a nivel del pueblo. Y es que existe una estrecha relación entre la vida casta y la honestidad. Como abunda la pornografía y el libertinaje, eso se refleja enseguida en la falta de ética en los demás campos. La castidad es una virtud que nos afecta a todos.

 

Cuando Bernardo de Claraval era muy joven, en cierta ocasión, cabalgando lejos de su casa con varios amigos, les sorprendió la noche, de forma que tuvieron que buscar hospitalidad en una casa desconocida. La dueña les recibió bien, e insistió que Bernardo, como jefe del grupo, ocupase una habitación separada. Durante la noche la mujer se presentó en la habitación con intenciones de persuadirlo suavemente al mal. Bernardo, en cuanto se dio cuenta, fingió que se trataba de un intento de robo y empezó a gritar: “¡Ladrones, ladrones!”. La intrusa se alejó rápidamente. Al día siguiente, cuando el grupo se marchaba cabalgando, sus amigos empezaron a bromear acerca del imaginario ladrón; pero Bernardo contestó:

—“No fue ningún sueño; el ladrón entró, pero no para robarme el oro y la plata, sino algo de mucho más valor”.

 

Amar a alguien es desear que esa persona sea mejor y alcance la plenitud a la que está llamada.

 

Cuentan que un profesor fue a visitar París, un fin de semana, acompañado por dos alumnos. De pronto, vieron a una prostituta parada en una esquina. Vieron que su profesor se dirigió hacia ella y le preguntó:

—¿Cuánto cobra?

—Cincuenta dólares.

—No, es demasiado poco.

—¡Ah!, sí, para los americanos son150 dólares.

—Es aún muy poco.

—¡Ah, claro!, la tarifa de fin de semana es de 500 dólares.

—Incluso eso es demasiado barato.

Para entonces la mujer ya estaba algo irritada, y dijo:

—Entonces, ¿cuánto valgo para usted?

—Señora, nunca podré pagar lo que vale usted, pero déjeme hablarle de alguien que ya lo ha hecho.

 

Y le habló de Cristo, de su Pasión y Muerte por nosotros.

La Biblia habla del valor del cuerpo, y dice algo que muchos jóvenes de hoy ignoran: “Fuisteis comprados a gran precio. Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo (1 Cor 6,20). El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor (1 Cor. 6,13). ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? (1 Cor 6,15)”.

 

La sexualidad humana es un don, un regalo de Dios increíble, precioso, de gran valor. Como todo regalo, quien nos lo ha dado tiene previsto que se use en unas determinadas circunstancias: las del matrimonio estable. Entonces se convierte en un instrumento maravilloso para transmitir la vida. Fuera de él, en cambio, puede dañar a quienes lo utilizan.

 

Alfonso López Quintás comenta: “Que un corredor de comercio, llamado Gregorio Samsa, aparezca una mañana —en el libro de La metamorfosis, de F. Kafka— convertido en vil insecto es una ficción, pero el estado de envilecimiento personal que tal metamorfosis expresa es sufrido espiritualmente por millones de personas que existen de modo real. Es irreal el argumento de la obra, pero no su tema. Este es profundamente real”. Es verdad que no hay mayor denigración del hombre o de la mujer que reducirlos a cuerpo.

 

Hay mujeres que persiguen al varón para buscar placer, pero no son capaces de sacrificarse esa persona amada, porque la persona no es amada, es “usada”. No piensan en el daño que pueden hacerle a un joven muchacho al truncarle su carrera o al quitarle otras posibilidades de futuro. No ven más allá de sus narices. No piensan en hacer felices a su esposo e hijos, sino sólo en el instante, en el capricho presente, actual.

 

Otras veces, las mujeres dicen palabras groseras o muestran actitudes marimachas para mostrar lo liberadas y fuertes que son, cuando lo que atrae al varón es la feminidad y el actuar con acierto. La delicadeza en el trato es una de las cosas más agradables de la convivencia. Y es fruto del desinterés, de la pureza de corazón. La castidad es algo interior que resplandece en el rostro y encanta al exterior