La alegría de una vida limpia

Autora: Rebeca Reynaud

 

 

A veces nos asombra el crecimiento de corrupción a nivel de gobernantes y a nivel del pueblo. Y es que existe una estrecha relación entre la vida casta y la honestidad. Como abunda la pornografía y el libertinaje, eso se refleja enseguida en la falta de ética en los demás campos. La castidad es una virtud que nos afecta a todos. El cuerpo es algo bueno y ha de emplearse según la recta razón, esto es, ha de quedar bajo el dominio de la inteligencia. No tengo el cuerpo en uso, yo mismo soy mi cuerpo.

 

El cuerpo no es responsable del pecado, si así fuera, ¿por qué un cadáver no peca? Porque el cuerpo no peca en sí mismo: es el alma quien peca por medio del cuerpo. Para alcanzar la plenitud humana se requiere de la castidad, y esto requiere esfuerzo y entrenamiento, y, sobre todo, convicciones. Cuando falta la limpieza de vida, la capacidad de amar discurre por los cauces del egoísmo, del olvido o desprecio de los demás.

 

La castidad es algo muy interior: es pureza de corazón. Todos tenemos el deber de cultivar la limpieza de corazón, tanto los solteros como los casados pueden vivir con delicadeza esta virtud. El amor verdadero conlleva siempre sacrificio, en el matrimonio o fuera de él. El que ama no busca el goce, sino busca la felicidad del ser amado, aunque le suponga sacrificio. Y entonces él mismo es feliz.

 

Tú, ¿qué lees, qué ves, qué amistades tienes? ¿Cómo te diviertes? Cada uno es responsable de cómo alimenta su inteligencia.

 

La limpieza de alma y cuerpo es algo grandioso. Cuando la pureza de vida cuesta –porque la carne se rebela o la imaginación se desboca- hay que ver si las películas y programas de TV que se ven son las adecuadas. Cuando viene una tentación hay que ser sinceros y llamar bien al bien y mal a lo que está mal, sería poco honrado condescender y pactar con las pasiones. En cuestiones de pureza no hay detalles de poca importancia.

 

Hay psicólogos que dicen a los jóvenes que la masturbación es normal, cuando la verdades que la masturbación lleva al egoísmo y a que el varón no haga feliz a su mujer en el matrimonio porque adquiere un ritmo rápido que le lleva a pensar sólo en sí y no en dar gusto a la mujer amada. A la larga, y a la corta, deteriora la psicología del individuo.

 

Para vencer en esta lucha tenemos los medios al alcance: la guarda de los sentidos, sobre todo de la vista; una vida sobria y ordenada; la huida de las ocasiones, la sinceridad, la penitencia y el estar convencidos de que la castidad lleva a amar más y mejor. San Agustín aconsejaba: “Sean fieles en el estado de vida que tengan, para recibir a su tiempo la recompensa que Dios tiene reservada a cada uno (…) Una será la luz de la virginidad, otra la de la castidad conyugal, otra la de la santa viudez. Lucirán de distintos modos, pero todas estarán allí. No será idéntico el resplandor, pero será común la gloria eterna” (Sermón 132).