Prudencia, virtud cardinal

Autora: Rebeca Reynaud

 

 

Son cuatro las virtudes cardinales.
La prudencia, cuya contraparte es la ignorancia.
La justicia, cuya contraparte es la malicia
La fortaleza, cuya contraparte es la blandenguería.
Y la templanza, cuya contraparte es la concupiscencia.

Esas cuatro virtudes se llaman “cardinales” porque son el quicio donde se apoyan todas las demás virtudes morales. Las virtudes son el perfeccionamiento de las facultades.
La prudencia perfecciona la inteligencia, busca la verdad; la justicia perfecciona la voluntad, busca el bien; la fortaleza perfecciona el apetito irascible (busca el bien arduo) y la templanza, el apetito concupiscible, y busca el bien deleitable.

La virtud principal es la prudencia, por eso vamos a estudiarla un poco más a fondo. ¿Qué es la prudencia? Es la recta razón en el obrar . La prudencia nos hace conocer y practicar los medios conducentes para obrar el bien. 
O con palabras más de la calle, es “actuar con tino”. Hay vocablos sinónimos 
de la prudencia con matices diferentes: discreción, sensatez, sabiduría, madurez.

Etimológicamente, la palabra deriva de procul videre, ver desde lejos, fijarse en el fin lejano que se intenta alcanzar. También se le llama buen juicio, capacidad de discernimiento. El buen juicio relativo a los medios, es la médula de la prudencia.

La prudencia es una virtud fundamental, la más importante de las virtudes 
cardinales, porque la justicia, la fortaleza y la templanza dependen de ella. Sólo el hombre prudente podrá ser justo, fuerte y templado. Como la prudencia radica en el intelecto, orienta a todas las virtudes, teniendo como punto de mira el fin último.

¿Quién es prudente? El que tiene la visión global del sentido de la vida para alcanzar el fin de la vida humana. La prudencia orienta, la voluntad actúa.

Contra la virtud de la prudencia van.
Por defecto:
a) la precipitación: obrar demasiado rápido despreciando una atenta 
consideración de los hechos;
b) Inconsideración: sigue a la precipitación;
c) Inconstancia: es cierto alejamiento de un buen propósito;
d) Negligencia: por un defecto de la diligencia requerida, por ejemplo, por pereza intelectual para mover la voluntad.
Por exceso:
1. Prudencia de la carne: no obrar por miedo de correr un riesgo, o vivir según la carne.
2. Astucia: es mala cuando busca un mal fin. Por ejemplo, cuando se emplea 
el engaño o medios no buenos para alcanzar un fin (dolo).
3. Preocupación excesiva por las cosas temporales o futuras.

Las acciones del hombre llevan la huella de su prudencia y de su libertad. 
No siguen la ley de la necesidad. La moral siempre se ve atravesada por la 
libertad.

Santo Tomás escribe que “el arte es la recta razón en la producción de cosas, mientras que la prudencia es la recta razón en el obrar”. El hacer es una acción que pasa a una materia exterior (edificar, pintar, cortar); el obrar es acto que permanece en el mismo agente (ver, amar, pensar) (cfr. Sum Th 1-2 q57 a4).

El artista puede realizar excelentes obras de arte en pésimas condiciones 
morales; el prudente, no. El hombre prudente es un artista de la razón práctica. Los actos propios de la prudencia son: consejo, juicio e imperio. Juzgamos según lo que somos.

Para ser prudente es necesario escuchar la experiencia. Una característica de nuestro tiempo es la precipitación. La prudencia no es infalible. 
Puede suceder que, después de haber valorado, uno se puede equivocar.

La docilidad es parte de la prudencia. Todos necesitamos aprender cosas. 
Nadie hay que se baste siempre a sí mismo, es necesario contar con la ayuda 
de otras personas antes de tomar nuestras decisiones. Nunca se insistirá 
bastante sobre la necesidad de pedir consejo. Y no se trata de eludir la 
responsabilidad, sino de inquirir sinceramente la verdad, huyendo del orgullo de llevar siempre la razón, de modo que la decisión sea siempre personal, pero más responsable y libre, es decir, más acomodada a la verdad.