El amor libre

Autora: Rebeca Reynaud

 

 

La persona que defiende el amor libre dice: “El amor no es amor si no es libre”. Aparentemente, esa persona pone al amor por encima de todo, pero no lo pone. Sitúa la libertad individual por encima del amor. Su posición equivale a decir: “Te doy todo menos mi libertad, que es lo que más aprecio. La aprecio por encima de ti”. No comprometerse ¿es amor?...

 

            Si alquilas una casa, ¿comprometes todo tu dinero en mejorarla? no, ¿por qué? porque es provisional. Así, no puede haber totalidad en el experimento. La persona que sostiene el amor libre dice: “Voy a experimentar contigo, si me conviene, sigo...”.

 

            Quien ama, pone la libertad individual al servicio del amor. Los que aceptan el amor libre o el matrimonio a prueba, son personas inseguras. Generalmente son así porque han visto infidelidades en sus padres o han tenido una experiencia negativa del amor. La persona que defiende esta postura dice: “Como hay fracasos en el amor conyugal, no me caso”. En vez de decir: “Me hago adulto para contraer, como adulto, el compromiso de entrega del amor, sin el cual el amor no es amor”.

 

            El amor libre toma a los seres humanos como objeto de prueba, pero el ser humano se destruye para siempre en esa prueba, en el aspecto biológico, psicológico y moral.

 

            El amor libre equivale al matrimonio a prueba para conocerse bien; pero esa observación es artificial, impide la espontaneidad, porque se pretenderá cuidar la imagen. La experiencia ha demostrado que el matrimonio a prueba no garantiza un pleno conocimiento de la persona, ya que el ser humano siempre está en proceso de evolución; es inconstante por naturaleza; no obstante, puede superar esa deficiencia con virtudes y con la fuerte atracción hacia el bien que anida en su corazón.

 

            El varón desea ser admirado por la mujer, pero predomina en él la tendencia a dejarse atraer por la mujer; predomina lo sexual sobre lo sentimental. Si el varón no llega a dominarse, se creerá un gran enamorado porque se prenda de la última belleza que ve, cuando en realidad está siendo esclavo de una sensualidad superficial.

 

            Se hace un pésimo servicio a la grandeza del hombre cuando fidelidad se considera equivalente a estabilidad, fijeza o inmovilismo. Aceptar esto es hacerle el juego a la infidelidad, que se presentará como lo dinámico, inventivo y espontáneo. Fidelidad es crecimiento en el amor, es constancia en el cariño, es calidad de vida. El enamorado tiende al sí total, perpetuo y exclusivo, al sí sin reservas. Quien no experimenta el sentimiento de que se entrega de una vez para siempre, sin posible retorno, no ama verdaderamente.

 

            El matrimonio a prueba es una situación irregular que muchos quieren hoy justificar, atribuyéndole un cierto valor. La misma razón humana insinúa que no se puede aceptar, que es poco convincente que se haga un “experimento” tratándose de personas, cuya dignidad exige que sean únicamente término de un amor de donación, sin límite alguno de tiempo; pide que sean fin y no medio.

 

Juan Pablo II decía a los alemanes: “La unión corporal y sexual es algo grande y hermoso. Pero solamente es digna del hombre si ella es integrada en una vinculación personal, reconocida por la sociedad civil y eclesiástica. Toda unión carnal entre hombre y mujer tiene, por tanto, su legítimo lugar sólo dentro del recinto de fidelidad personal, exclusiva y definitiva, en el matrimonio. (...). No se puede vivir solamente de prueba; no se puede morir solamente de prueba. No se puede amar sólo de prueba, aceptar a una persona sólo de prueba y por un tiempo determinado (Alemania, 15 de noviembre 1989, n. 5).

 

            El don del cuerpo en la relación sexual es el símbolo de la donación total de la persona. Esto no se consigue sin una educación en el amor auténtico y en el recto uso de la sexualidad.