Fidelidad a Dios y examen de conciencia

Autora: Rebeca Reynaud

 

 

Solamente viviendo de fe podemos ser fieles. La gente que no es fiel ha perdido la confianza en Dios. La Virgen María es maestra de fe; le dijo que sí a Dios sin saber exactamente todo lo que había de venir con su fiat (hágase). Vivió tiempos de sorpresas – la Anunciación , la Visitación , la carencia de hospedaje en Belén, la visita de los pastores y de los Reyes Magos, la huída a Egipto- y tiempos de normalidad. Ese era el plan divino.

 

La fe es creer en lo que no he visto, y confiar en que la Voluntad de Dios es mejor que la mía. Decirle: “Señor, que yo te vea detrás de todo acontecimiento grande o pequeño”.

A Dios hay que pedirle todo menos explicaciones…, con el paso del tiempo entenderemos lo que en el presente no se entiende. Dios permite muchas cosas para afianzarnos en la fe; nos prueba a través de tentaciones. El demonio en nuestra alma ansias, angustias, temores e imaginaciones que nos llevan a perder la paz. Si luchamos por ser humildes, venceremos. La soberbia que nos ataca es ver todo desde el propio yo: el yo es el centro, es el referente, es la medida de todo. Gran parte de nuestra lucha tiene que ir por no ser el centro, que Dios sea el centro de la vida. El humilde reza mucho porque sabe que solo no puede nada, y que Dios pone el incremento si hay confianza en Él. Entre menos aparece el yo es más fácil la convivencia con los demás.

 

Lo que San Juan Apóstol recordaba de Cristo después de pasados 60 años era su amor. ¡Cuánto nos ama Dios! Nos lo ha demostrado desde que nacimos, luego, los cuidados que ha tenido contigo, luego ha fortalecido tu fe, la llamada; ¡tantos ratos de intimidad!, tantos medios de formación, tantas comuniones, ¡tantas Misas!... Y su amor no nos ahorra sacrificios, como una buena madre no les ahorra esfuerzos a sus hijos. Luchamos para identificarnos con Jesús, para ser más de él, para llegar al Cielo y vivir con Él para siempre. ¿Dónde está tu corazón, hijo mío? Nos dice el Señor. Siempre tenemos el peligro de las compensaciones grandes o pequeñas. ¡Cuánto  nos puede ayudar el Señor para que nuestro corazón no se apegue a una persona o a una cosa! Sólo yo sé si mis afectos pasan a través del Corazón de Jesús y de María o si dejo que se meta el propio interés.

 

Escribe Alejandro Llano en La Vida Lograda : “Ser constante en el amor equivale a ser fiel a uno mismo, a vivir auténticamente. Esta autenticidad se configura como amor y, en definitiva, como felicidad. La autenticidad es amor y fidelidad”.

 

Para eso es necesario en primer lugar examinar dónde están mis deseos. ¿Qué deseo? Si mi deseo es estar con una amiga determinada, ¡cuidado! Esa amistad puede ser una cadena, un impedimento para agradar a Dios y volar hacia Él. ¿Quién conoce mi interior? Sólo Dios y yo. Sólo yo sé si estoy siendo sincera hasta decir lo que hay en mi corazón. Sólo yo sé cómo hago la oración, si establezco un  diálogo con él o si me estoy enfriando, entibiando. Sabemos cómo vamos si revisamos nuestra conciencia cada día, queriendo ver las luces que Dios nos da.

 

No somos inmunes al ambiente. Toda la podredumbre exterior se nos puede meter si no hay presión interior. Que no seamos superficiales porque allí está la raíz de las traiciones. Las dificultades no son más fuertes que Dios. Amar cuesta; y el amor se avala con el sufrimiento. La superficialidad nos hace fluctuantes, débiles, sin compromiso. Nos echamos para atrás ante una cosita de nada. ¡Qué importante es ser valientes para acompañar al Señor!

 

 

El examen bien hecho nos ayuda a avanzar más pronto; nos lleva a hablar de lo importante. En la dirección espiritual, ¿digo lo que me afecta para  bien o para mal? ¿Señalo los obstáculos que me alejan de Dios? Y ese obstáculo puede ser mi poca profundidad en el examen, o el afán de no cambiar, la falta de sinceridad o de pureza.

 

Dice el profeta Oseas: “Esforcémonos por conocer al Señor (…) ¿Qué voy a hacer contigo Efraín? ¿Qué voy a hacer contigo Judá? Su amor es nube mañanera, es rocío matinal que se evapora. Por eso los he azotado por medio de los profetas… Porque yo quiero sacrificios, conocimiento de Dios, más que holocaustos” (Oseas 6, 4-6).

 

La fidelidad a la vocación recibida de Dios es obra de la gracia y de la correspondencia personal. La tierra es lugar de exilio, la Humanidad entera está en marcha hacia la Eternidad. Todo lo que hasta ahora hemos vivido es preparación para lo que va a venir. Hasta la cosa más pequeña está llena del triunfo de Cristo. No hemos de vivir de fidelidades pasadas. Hay que luchar siempre. La paz es consecuencia de vencer todo lo malo que hay en nosotros.

 

Benedicto XVI dice en La sal de la tierra: El hombre actual ya no es capaz de reflexionar sobre lo esencial, pero nota que está falto de algo. Las grandes calamidades colectivas, que tanto abundan en el momento actual, se deben a que, en la vida del hombre falta algo, se advierte la carencia de algo... (p. 39). “La fe es una fuente de alegría. Cuando Dios falta, el mundo queda en tinieblas, todo parece aburrido y no satisface nada. Cuanto más se vacía el mundo de Dios, más necesidad hay de consumismo y más se vacía el mundo de alegría” (p. 30). Y continúa: Cuando se vive rectamente “ser sacerdote no puede significar que, al fin, se ha alcanzado un puesto de mando, significa que se ha renunciado a un proyecto de vida para darse al servicio de los demás” (p. 207).

 

Rafael Llano Cifuentes escribe: “Si quisiésemos reducir la vida interior a sus elementos más simples, nos encontraríamos, en el fondo de la voluntad, con un y un no. Un al Espíritu Santo que nos hace crecer. Un no al Espíritu Santo que nos encastilla en nuestro pobre yo, nos atrofia y empequeñece. Abrirse al Espíritu Santo, corresponder con fidelidad a la gracia es el único sistema para enriquecernos, dilatamos y crecer.

 

Una fidelidad llama a otra fidelidad. Y la fidelidad llama a la santidad. Y ésta, a nuestra felicidad. Juan Pablo II, en un Encuentro Mundial con las Familias, estableció precisamente la conexión de estos tres conceptos: santidad, fidelidad y felicidad: "Dejad que os lo diga: Dios os llama a la santidad. Él mismo os ha elegido "antes de la creación del mundo para ser santos e inmaculados en su presencia (...) por medio de Jesucristo"(Ef 1, 4). Él os ama muchísimo y desea vuestra felicidad, pero quiere que sepáis conjugar siempre la fidelidad con la felicidad; pues una no puede existir sin la otra". (Encuentro Mundial con las Familias, Río de Janeiro 1997).

 

El hombre se auto construye por su libertad, de allí la importancia del silencio y de la reflexión.

Es importante querer aprender la ciencia de la cruz. Que haya en nuestra vida una penitencia buscada, una penitencia acogida, en los sentidos internos, en los sentidos externos. Tener presentes las llagas de Cristo. Refugiarnos allí.

 

El camino de la gloria va hacia abajo.

Baja si quieres subir;

Pierde, si quieres ganar:

Sufre, si quieres gozar;

Muere si quieres vivir (San Juan de La Cruz).

 

Juan Arintero cuenta que a Sor Benigna Consolata (salesa) el Señor le dijo: ¡Si supieras cuánto trabajaría Yo en un alma, aunque estuviera llena de miserias, si me dejara hacer! El Amor no necesita de nada, pero no debe encontrar resistencia. Lo que requiero de un alma para hacerla santa, es que me deje hacer.

 

Tarde o temprano la fidelidad se plantea como una disyuntiva absoluta, que de algún modo está presente a lo largo de todo el camino: o desear plenamente, en todo momento, cumplir la Voluntad de Dios, o buscarse a uno mismo: el yo en su aspecto espiritual —amor propio, egoísmo, etc.—, o en su aspecto material —sensualidad, comodidad—, aspectos que van siempre unidos. La radicalidad de esta disyuntiva no aparece del golpe, sino que se va fraguando en una sucesión de opciones, pequeñas quizás, pero que cada vez se hacen más profundas.

 

Todos los días podemos ser más santos, más de Dios. Tiene que entusiasmarnos hasta humanamente porque Dios nos ama también con un corazón humano. Se trata de ser fieles al proyecto que Dios ha diseñado para cada uno, para mí. En esto nadie nos puede suplir. Dios nos ha diseñado para ser santos, responderle. Sin piedad no se puedes ser fiel ni en la vida ni en la doctrina. “El amor satisface por sí solo... es lo único con lo que la criatura puede responderle a su Creador” (S. Bernardo, Sermo 83). “Mi amor es lo que me da solidez” decía San Agustín.

 

Dios tiene un camino para cada uno. Si se pasa por crisis o túneles oscuros, se puede salir más purificado de ellos; pero no siempre es necesario pasar por ellos. Sólo Dios lo sabe.

 

Escribe San Agustín: “Si dijeras basta, pereciste. Ve siempre a más, camina siempre, progresa siempre. No permanezcas en el mismo sitio, no retrocedas, no te desvíes” (Sermo 169, 15; PL 38, 926).

 

Un padre de familia le decía a su hija, entregada a Dios, para animarla a ser fiel: “El guajolote fuera del corral acaba en mole”.