Más sobre moda

Autora: Rebeca Reynaud

 

 

Hay personas que con su sola presencia siembran alegría y paz porque con su propio ser y su elegancia interior contribuye al bienestar y al bien-ser de los demás.

 

Si una mujer se viste indecentemente va a atraer a los muchachos más indecentes. En vez de atraer por su carácter o por su interioridad, va a atraer por lo más impersonal. Y ¿qué es vestirse indecentemente? es dejar desprotegida y a la vista de los demás la intimidad; es decir, ciertas partes del cuerpo como el pecho, el ombligo, las piernas, etc. Así, en vez de pescar novio pescan un resfriado.

 

Con frecuencia la moda, lejos de fomentar la personalidad, nos hace masa, número. Son precisamente las mujeres que saben ser de una pieza, las que luego son punto de referencia para otras personas. Si una mujer sabe custodiar su y su cuerpo, no será una más: será la que sabe distinguirse por su elegancia, por su feminidad.

 

Una tarea importante de la mujer actual es la batalla por mejorar la moda. Si las mujeres queremos ayudarnos unas a otras, debemos de hablar. Así, si vemos a una amiga, o a una mujer desconocida en la calle que no va bien vestida, debemos detenernos a hablar con ella y decirle que puede ser mejor. Quizás se enfade pero es mejor eso que callar. No hemos de tener miedo a hablar. Necesitamos hablar claramente de este tema pues las mujeres deben de amar y conocer su dignidad, pues Dios eligió a una mujer para venir al mundo. Mucha gente joven desea vivir una vida pura pero no sabe cómo: que empiece por la moda.

 

Un joven de familia noble llegó de Marsella, quería confesarse con el Cura de Ars. Se encontró con el hermano Atanasio, director de la escuela, a quien hizo varias preguntas sobre la vida del cura: Quiere usted decirme, hermano, ¿a qué familia pertenece el Reverendo Vianney, dónde ha hecho sus estudios, en qué medio social ha vivido, qué cargos desempeñó antes de ser destinado a esta parroquia? El Hermano Atanasio le contó que provenía de una familia pobre, que casi no tenía estudios, que no desempeñó cargo alguno antes, etc. Y el Hermano le dice: ¿Por qué me pregunta usted eso? A lo que el joven caballero contesta: Porque me ha encantado la exquisita finura con que me ha recibido. Al entrar en la sacristía, me saludó muy amablemente; me colocó en el reclinatorio, y no se sentó sino después. Terminada la confesión, fue el primero en levantarse, me abrió la puerta, me saludó, y siempre con aquella finísima cortesía, introdujo al penitente que seguía. El Hermano Atanasio explicó que el Cura de Ars trataba a todos igual. A lo que el joven dijo:

—Ya entiendo, es un santo, vive la caridad, que es la fuente de la verdadera educación.

 

Está de moda decir malas palabras: “Buey”, c..., ch… ¿Nos dejamos llevar por esa moda?

A veces se da un proceso que inicia por hacer a un lado los buenos modales, y se manifiesta por el desorden, los gritos y risotadas, la incorrección en el lenguaje, la suciedad y la falta de respeto a los demás. De esto, fácilmente se pasa a la vulgaridad y al uso de palabras hirientes. Y de allí suele resbalarse a la obscenidad, que es la expresión verbal o corporal de lo sexual en forma burlona o provocativa: los chistes, las descripciones eróticas, los albures y los bailes provocativos. En este proceso, la violencia asoma en casi todas sus manifestaciones. “A la humanidad le ha costado mucho salir de la barbarie, dice Lorenzo Servitje, hemos de esforzarnos por no regresar a ella”.

 

Juan Pablo II sintetizó las exigencias de la solidaridad en la vida diaria con las siguientes palabras: “buscad, siempre y en todo, pensar bien de los demás; buscad, siempre y en todo, hablar bien de los demás; buscad, siempre y en todo, hacer el bien a los demás” (Homilía, 4-IV-1987, n. 6).

 

Goethe dice:”No hay ningún signo externo de cortesía que no tenga una profunda razón de ser moral”.

 

Decir malas palabras, vivir sin sentido, no se queda en la nada, sino que se plasma en la vida social, en el cambio del sentido sublime del amor, convertido en vulgar explosión hormonal o en experiencia sexual desechable; en la inversión de valores.

 

Hay familias en donde los hijos crecen, en el decir de Juan Pablo II, como "huérfanos de padres vivos".

 

En expresión de Ortega y Gasset, el caos cultural insufla esa "vulgaridad dominante" que desemboca en una general fatiga, en la saturación del placer y en el tedio existencial: es la globalización de la vulgaridad, el gregarismo de la pobreza cultural y moral (Cfr. La rebelión de las masas, 67).