La verdad del amor

Autora: Rebeca Reynaud

 

 

La verdad del amor está en la unidad. Estoy unido a lo que amo. Amar es formar uno con el amado. Esto implica sacrificio, pero este sacrificio no es vivido como tal, pues todo lo que se ama es también de uno mismo.

 

Dice Gustave Thibon que la tragedia del ser aislado es que no tiene compenetración con nada. Todo le es extraño, todo constituye para él una carga. Aquí “lo externo” y “la carga” se identifican: una carga siempre nos es exterior. Todo lo que llevamos en nosotros, todo lo que somos y amamos, no es carga, y si lo es, es una “carga alada” que impulsa. El cuerpo no siente el peso de un órgano; no nos pesa el páncreas o el corazón. Así sucede con un ser o con un deber al que estamos ligados vitalmente.

 

Todo es carga para aquel a quien todo es extraño, incluso su propia vida. Uno puede ser carga para uno mismo. De un lugar o ser amado decimos “lo llevo en el corazón”, así, no pesa. Así se entiende la respuesta de una niña que cargaba a su hermanito. Le preguntaron que si no le pesaba la carga que llevaba, y contestó: “¡No es carga!, es mi hermano”. Por eso dice Gustave Thibon: “No intentes cargar sobre ti lo que no puedes cargar en ti: ese peso te aplastaría inútilmente”.

 

Todos tenemos pasiones, y las podemos usar para móviles inferiores o superiores. No es preciso luchar contra las pasiones en cuanto motor, lo que hace falta es arrebatarles el timón. Lleva tú el timón, que no lo lleve otro en sustitución tuya, a menos de que así lo hayas elegido responsable y  libremente.

 

Lo que yo haga o deje de hacer repercute en los demás; si estoy contento y trabajo bien, ayudo; si hago lo contrario, destruyo. Toda felicidad que no engendra un deber, empequeñece o empobrece.

 

No hay fidelidad sin desprendimiento: el mismo amor que me hace capaz de renunciar a tu posesión a la hora de mi deseo, me impedirá rechazarte cuando sienta el hastío, afirma Thibon.

 

Podemos tomar diversas actitudes ante los demás:

§         La indiferencia es “tú no existes para mí”.

§         El apego es “existes en la medida en que me das placer”.

§         El desasimiento es “existes para mí absolutamente y me alegro de ello”.

La indiferencia es la peor de las desgracias porque suprime la posibilidad de desasimiento, porque arrebata a Dios su presa. Es la condición del hastiado que no tiene qué sacrificar a Dios.

 

Gustave Thibon define la promiscuidad como “la intimidad sin amor”.

 

Las alegrías de aquí abajo nos revelan, para hablar con el lenguaje de Pascal, que las cosas creadas son imagen de Dios; pero la desesperación nos enseña que no son mas que imagen. La dicha es el reflejo de Dios en nuestra alma, y la desesperación es la sombra de Dios solitario y lejano.

 

Toda prueba grave desmorona nuestro edificio anterior, cimentado en la rutina y en la propia complacencia, y nos suministra materiales vírgenes para la reconstrucción del alma.

 

Pronto seremos despojados de nosotros mismos, ya sea por la pasión –la brecha baja que desemboca en la nada-, o por el amor, la brecha alta que desemboca en el infinito. Según la manera de usar nuestro tener por un instante (la vida), será fijado nuestro ser por toda la eternidad (chr. G. Thibon, El pan de cada día, Rialp 1952, p. 210). G. Thibon escribe: Quien rechaza ser la imagen de Dios será eternamente su mono de imitación.