Apostolado personal

Autora: Rebeca Reynaud

 

 

Hay muchas obras de misericordia materiales y espirituales. La principal obra de misericordia espiritual se resume en hacer apostolado: en preocuparnos porque los demás se acerquen a Dios. Lo que hace más perfecta a una persona es su amor a Dios; no es fácil saber quién ama más a Dios, pero si sabemos que la perfección humana es la perfección en el amor. Dios ha querido hacernos colaboradores suyos. La caridad de Cristo nos urge, dice San Pablo. Pidámosle al Señor un corazón compasivo, dispuesto a olvidarse de sí mismo para pensar en los demás, sin olvidar que toda eficacia proviene de la oración; que las dos medias horas de oración sean realmente oración.

Preguntarnos: ¿Por qué no hago más apostolado personal?... Hay gente que se queda tranquila porque da buen ejemplo.

 

Hemos de tener conciencia de que tenemos una misión en el mundo, y es el apostolado personal. No es una tarea esporádica o eventual, sino habitual. Apostolado y caridad se identifican (cfr. Forja 565). Tener amigos es una necesidad para la formación y para ser felices. Hay que aprender a dialogar con todo tipo de personas. Hay que tener un trato afable: dar confianza. Hay que amar la libertad manifestada en hechos.

 

Hay cosas que no deberían darse como ser un “hielo” al no le importa nada de los demás, va a lo suyo; se aísla, no quiere dejarse ayudar, ni se alegra con lo de los demás.

 

La única manera de entrar en el mundo del otro es sabiendo escuchar. Interésate porque tu amiga sea feliz. Hay que ayudar, comprender, hacer cosas juntas. Todo es personal y secular, y eso es lo propio del laico.

 

La fe tiene que ser revivida y reencontrada en cada generación, sino, se emprende otro tipo de búsqueda en ambientes esotéricos: magia, tarot, espiritismo, etc.

 

Es necesario ser un foco de iniciativas, pero hay que evitar que los planes de apostolado sean una forma de evadirnos o de buscar la propia independencia. Dios no nos necesita y sin embargo se pone en nuestras manos. Sabe que podemos hacer poco sin embargo quiere contar con nosotros y nos confía lo que más quiere: las almas.

Cuando el Señor envió a 72 discípulos a predicar en su nombre, les indicó hasta en los mínimos detalles lo que habían de llevar y cómo debían comportarse, porque no era cosa de ellos sino misión encomendada por Dios (cfr. Lucas 10, 1-12). Los discípulos cumplieron con exactitud los mandatos de Cristo, y el resultado fue un gran fruto apostólico. San Josemaría Escrivá decía: ¡qué pena, si al final hubieras hecho “tu” apostolado y no “su” Apostolado! (Camino n. 967).

 

Recordar la llamada universal a la santidad no consiste en repetir que todos tenemos que ser santos. Es mucho más importante mostrar que, de hecho, en esta época o en aquella circunstancia, una persona normal, puede vivir la vocación bautismal, incluso en una sociedad pagana. Lo que convirtió a los primeros cristianos no fue la novedad de una doctrina, sino la vida de quienes la ponían en práctica. La presencia de personas alegres, optimistas y capaces de dar razón de su esperanza, es lo que atrae.

 

 “Somos instrumentos de la misericordia de Dios”.

 

La amistad es el puente entre el ejemplo y la doctrina. Escribía San Juan de la Cruz: donde no hay amor, pon amor y sacarás amor. También podría decirse: donde no hay amistad, pon los sentimientos nobles de la amistad, y sacarás amistad.

 

Importa mucho mostrar en estos momentos que las exigencias de la ley natural no son en sí valores confesionales, sino que por estar radicadas en el ser humano, son válidas para todos.

 

Santa Teresita escribió: “Es voluntad de Dios que en este mundo las almas se comuniquen entre sí los dones celestiales por medio de la oración, para que llegadas a la patria celestial, puedan amarse con amor de gratitud y con afecto mucho mayor todavía que el de la familia más ideal que pueda existir en la tierra. (...) Allí no habrá miradas indiferentes, porque todos los santos se deberán mutuamente algo”. 

En una clase en una universidad, un profesor, Carlo Cafarra, preguntó:

—¿Y cómo hacer para que los demás entiendan el mensaje del Evangelio correctamente?

Alguno contestó:

—En base al Magisterio de la Iglesia.

—No basta...dijo (y se hizo el silencio).

—En el Evangelio estaba muy clara la pobreza, pero nadie le entendió hasta que vino San Francisco de Asís. En el Evangelio estaba muy clara la santificación del trabajo ordinario, pero nadie le entendió hasta que no vino San Josemaría Escrivá a enseñarlo. Para que la gente entienda el mensaje es necesario que lo vea vivido

A veces estamos haciendo la oración y pensamos: “¡Ay! Qué buenas ideas se me ocurren en la oración”.

— ¿No te las estará soplando el Señor?

El apostolado real se hace junto al Sagrario, a diario: allí cambiamos nosotras y se transforman las almas.