Vida de Piedad

Autora: Rebeca Reynaud

 

 

Dicen que el único placer nuevo es la prisa. Todo el mundo corre y tiene mucha prisa, y a veces no sabe adónde. Atendemos a muchos pendientes y trabajos pero no hay que olvidar que la prioridad la tiene la vida interior.

 

La piedad es un don que nos lleva a sentirnos hijos de Dios y a vivir como hijos de Dios. La piedad es la disposición estable de quien se sabe hijo de Dios. No consiste sólo en hacer oración o rezar el Rosario, sino en la devoción que se pone en ello.

 

El hombre decide sobre sí mismo. Está llamado a la verdad, al bien, a la belleza, pero para garantizar la verdadera doctrina, y equivocarnos menos, es necesaria la piedad, la práctica devota. En su último libro Juan Pablo II dice que sin Jesucristo no hay bien.

 

Para que la piedad florezca se necesitan unos prerrequisitos: cierto silencio, paz interior; además, si no se dan la castidad, la continencia y el pudor no se da el amor. Y lo único que puede hacernos felices es el amor. Con el alma limpia se entiende más la grandeza del amor.

 

Santa Teresa decía: “Nada te turbe, / Nada te espante, / Todo se pasa, / Dios no se muda, / La paciencia / Todo lo alcanza; / Quien a Dios tiene / Nada le falta: / Sólo Dios basta” (Santa Teresa de Jesús, Poes. 30).

 

Para ser piadosos hay que fortalecer la fe para confiar más en Dios. Cualquier cosa que suceda, sucede por bondad de Dios. Si es algo penoso, inclusive malvado, y por tanto movido por fuerzas extrañas a Dios, Dios lo permite por bondad, y porque respeta nuestra libertad.

 

Todo lo que penetra a nuestros sentidos —sobre todo por los ojos, el tacto y el oído—, penetra en nuestra conciencia. “La estatura moral de las personas crece o disminuye según las palabras que pronuncian y los mensajes que eligen oír” (Juan Pablo II, a comunicadores 2004).

 

Una carta que tiene 21 siglos de antigüedad (Epístola a Diogneto) habla de la vida de los primeros cristianos, y dice así: “Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra, ni por su habla, ni por sus costumbres. Porque ni habitan ciudades exclusivas suyas, ni hablan una lengua extraña, ni llevan un género de vida aparte de los demás. A la verdad, esta doctrina no ha sido por ellos inventada gracias al talento y especulación de hombres curiosos, ni profesan, como otros hacen, una enseñanza humana; sino que, habitando ciudades griegas o bárbaras (que no hablan latín ni griego), según la suerte que a cada uno le cupo, y adaptándose en vestido, comida y demás género de vida a los usos y costumbres de cada país, dan muestra de un tenor peculiar de conducta admirable y, por confesión de todos, sorprendente” .

 

El hombre debe ser santo para hacer realidad su identidad más profunda: la de ser “imagen y semejanza de Dios”. El hombre no es sólo naturaleza, sino vocación. No seamos nunca superficiales en la piedad.

 

Una anécdota de la vida real

Un joven universitario se sentó en el tren frente a un señor de edad, que devotamente pasaba las cuentas del rosario. El muchacho, con la arrogancia de los pocos años y la pedantería de la ignorancia, le dice: “Parece mentira que todavía cree usted en esas antiguallas...”. “Así es. ¿Tú no?”, le respondió el anciano. “¡Yo! –dice el estudiante lanzando una estrepitosa carcajada–. Créame: tire ese rosario por la ventanilla y aprenda lo que dice la ciencia”. “¿La ciencia? –pregunta el anciano con sorpresa–. No lo entiendo así. ¿Tal vez tú podrías explicármelo?”.

“Déme su dirección –replica el muchacho, haciéndose el importante y en tono protector–, que le puedo mandar algunos libros que le podrán ilustrar”. El anciano saca de su cartera una tarjeta de visita y se la alarga al estudiante, que lee asombrado: "Louis Pasteur. Instituto de Investigaciones Científicas de París". El pobre estudiante se sonrojó y no sabía dónde meterse. Se había ofrecido a instruir en la ciencia al que, descubriendo la vacuna antirrábica, había prestado, precisamente con su ciencia, uno de los mayores servicios a la humanidad. Pasteur, el gran sabio que tanto bien hizo a los hombres, no ocultó nunca su fe ni su devoción a la Virgen. Y es que tenía, como sabio, una gran personalidad y se consideraba consciente y responsable de sus convicciones religiosas. (Interrogantes.net).

 

Después de que Cristo muere, María Magdalena va a buscarlo con ansia. Y lo encuentra. Ana Catalina Emmerick comenta: “Según el modo como buscamos a Dios, así lo encontramos” (Visiones y revelaciones, tomo X, 388).

 

Escribe León Bloy algo que no se debe olvidar: “Eres particular e inexpresablemente preciosa, puesto que el universo fue creado sólo para ti (...). Tu alma es tan preciosa que han sido necesarios la Encarnación y el suplicio de Dios para comprarla”. Hay una JACULATORIA que podemos decirle muchas veces al Señor: “Creo en tu amor por mí, en tu inmenso amor, en ese amor sin principio ni fin”.

 

La Hermana Lucia escribió el 24 de abril de 1940: “(...) Nuestro Señor se disgusta a veces, no sólo por los grandes pecados, sino también por nuestra dejadez y negligencia en atender sus pedidos. Son muchos los crímenes, pero, sobre todo, ahora es mucho mayor la negligencia de las almas de quienes Él esperaba fervor en su servicio. Es muy limitado el número de aquellas con quienes Él se encuentra” (El futuro de España).

 

Acudamos a la Virgen Santa María para que nos ayude a ser cada día más piadosos. Podemos decirle con un poeta:

 

El Señor ha plasmado en tu alma, María

la más bella historia de amor,

en tu boca plasmó el silencio,y en tu alma firmeza y valor.