Tener un amor que cree y espera

Autora: Rebeca Reynaud

 

 

Valentina Alazraki contó una anécdota: A pocos meses de que Juan Pablo inició de su pontificado, su secretario don Estanislao, le confesó: 

─ Santo Padre, quiero decirle algo: ¿Por qué no me regresa a Polonia? Me siento muy incómodo aquí en el Vaticano, tengo pocos conocidos, no sé manejar mucho el protocolo, desconozco mucho de cómo se deben hacer las cosas, su agenda a veces no tengo idea cómo debo priorizarla, etcétera, estoy muy forzado.  

Juan Pablo II se le queda viendo y le contestó:

─ Estanislao, ¿qué te parece si nos regresamos los dos? Por que a mí me pasa exactamente lo mismo.

Después de aquel momento ya no volvió a tocar el tema. 

Dios no espera de mí que todo me salga bien, ni tampoco yo espero de Dios que si hago lo que debo todo evolucionara favorablemente; seria ingenuo pensar que basta ser bueno para que todo sea positive. Dios espera que yo me fíe de El y por eso ponga lo que esta de mi parte para que las cosas vayan bien. Y yo tengo la certeza de que, hacienda lo que El quiere, estoy logrando el objetivo que realmente importa en mi vida. 

Un gran jurista, Don Julián Herranz, escribe: “La lógica divina es muy distinta de la nuestra. Ahora, desde la lejanía histórica, se entiende mejor el juego de Dios: el sentido providencial de cada dificultad, de cada obstáculo, de cada incomprensión. Como en el ajedrez, Dios se deja comer algunas piezas y permite que otras se enroquen. Mueve alfiles, caballos, reinas, torres y peones. Para seguir su juego hay que estar firmemente asido de su mano, dejarse llevar aunque no se entienda plenamente el sentido de cada jugada, y confiar siempre en Él” (A las afueras de Jericó, p. 184). 

Dios quiere que la fe se haga vida, que repercuta en nuestras obras de cada día. Ejemplo de ello nos dan muchas personas, entre ellas, María Magdalena. Después de que Cristo muere, María Magdalena va a buscarlo con ansia. Y lo encuentra. Ana Catalina Emmerick comenta: “Según el modo como buscamos a Dios, así lo encontramos” (tomo X, 388). La fe no es sólo un contenido o unas verdades, es una Persona. Mi adhesión a la verdad pasa por mi adhesión a Cristo. 

Dice una mística: "Tratemos de comprender que es cada alma la que hace de cada cruz una prueba amarga o una gracia dulce, de acuerdo a su aceptación o  rechazo de la misma. Si el alma tiene un corazón inmerso en Amor Santo, le es más fácil rendirse a cada cruz conforme llegue. La aceptación de cada alma a la cruz es proporcional a la aceptación de la Voluntad del Padre celestial. Entre más luche el alma contra la cruz, menos efectiva será en convertir corazones. Entre más coopere el alma con cada cruz, mayor es la gracia que Dios derrama en su corazón, y mayor es su capacidad de amar. Comprendamos  entonces el poder de la cruz y de su aceptación." 

Dios nos pide luchar contra nosotros mismos –que es la lucha más difícil- y luego, contra el ambiente, si éste es adverso, y  quiere que confiemos en Él, sabiendo que la fe es lo que vence al mundo. A veces no entendemos nuestra situación. “Sufrir no es libre, lo que es libre es sufrir amando, o sufrir huyendo, quejándose”, decía el Cura de Ars. 

Se concluye que enamorarnos cada día más del Señor vale más que cualquier cosa de la tierra. Por ello no hay que regatear a Dios nada de lo que nos pida. El Señor está “prendado” de cada uno de nosotros y eso nos ha de llevar a ser muy maduros en la entrega diaria. 

El amor es la más alta forma de existencia; pero para ser uno mismo hay que salir de sí mismo. Edith Stein dejó escrito: Cuanto menor es el amor con que tratamos algo, tanto menos abiertos nos hayamos hacia esa cosa o hacia esa persona; cuanto mayor es el amor con que procedemos, tanto más dispuestos estamos para retirarnos a fin de que la cosa o la persona hablen por sí mismas. Esta actitud corresponde al sentido original de la humildad... El amor es un excelente medio para conocer al hombre. 

No debemos de amar algo en la persona sino a la persona en su totalidad, al Tú y a su misterio. No hay amor “absoluto” sino cuando el amor no depende del cambio de cualidades de una persona, es decir, el amor es un conocimiento sin objeto. “El amor se fundamenta en el valor captado de la persona humana, y por otra parte, tan solo al amante se le revela el amor de una persona, plena y enteramente”, dice Edith Stein. El verdadero amante contempla a la persona amada ‘tal y como ésta salió de las manos de Dios’.  

A uno le gusta conocer aquello que ama, por lo tanto, a los que vivimos en medio del mundo nosotros nos gusta conocer el mundo. Ver la seriedad con la que la persona se toma el trabajo profesional. Tomarnos en serio este mundo es profesionalizar ese interés. Si el mundo es de Dios –el mundo no es nunca puramente natural- Dios está allí.  

Santo Tomás comentando a San Agustín dice que solo hay dos bienes que pueden presentarse como absolutos, y, por lo tanto, guiar el resto de las acciones: la gloria de Dios o la propia estima. Y Leon Bloy, literato francés, escribió una verdad que se podría escribir con letras de oro: “La única tristeza es la de no ser santos”