Afanarse en la educación de los hijos, dice el Crisóstomo

Autora: Rebeca Reynaud

 

 

San Juan Crisóstomo escribió, en el siglo IV; un libro sobre La vanagloria y la educación de los hijos. A este santo, arzobispo de Constantinopla, la gente le puso el apodo de "Crisóstomo" que significa: "boca de oro", porque sus predicaciones eran enormemente apreciadas por sus oyentes. Este el más famoso orador nació en Antioquía (Siria) en el año 347. Era hijo único de un gran militar y de una mujer virtuosísima, Antusa, que ha sido declarada santa también. A los 20 años Antusa quedó viuda y aunque era hermosa renunció a un segundo matrimonio para dedicarse por completo a la educación de su hijo Juan.  

Desde sus primeros años el jovencito demostró tener admirables cualidades de orador, y en la escuela causaba admiración con sus declamaciones e intervenciones en las academias literarias.  

San Juan Crisóstomo insiste a los padres de familia en la necesidad de educar en la sobriedad pero también llega a detalles muy concretos que asombran por su actualidad. En algunos de sus párrafos habla de la moda en varones y mujeres:  

“Un pedagogo concienzudo es lo que se necesita para educar al niño y no oro. También le sueltas el pelo por detrás a la manera de una jovencita, afeminando así instantáneamente al niño y ablandando su vigor natural, infundiéndole desde el principio un desmesurado amor a las riquezas y persuadiéndolo para que se apasione por las cosas vanas (...). Muchos se cuelgan de las orejas objetos de oro. Ojalá y no gozaran con ello las jóvenes, pero vosotros lleváis esta plaga también a los varones (...). Quizás muchos se rían de lo que digo como si se tratara de pequeñeces. No son pequeñeces sino cosas importantes, y mucho. Una joven que ha sido educada en el cuarto de su madre para apasionarse por los adornos femeninos, cuando deje la casa paterna será difícil y fastidiosa para su marido y más cargante que los recaudadores de impuestos” (nn. 16 y 17).  

Esta comparación debió impactar a su auditorio dado que en el año 387, seis antes de la composición de este tratado, se había producido en Antioquía un levantamiento a causa de una subida de impuestos.  

Pone el acento en la poca dedicación de algunos padres de familia, a la educación de sus hijos. Escribe: “Ya os he dicho que de ahí viene que el vicio sea difícil de extirpar, que nadie se preocupe por sus hijos, que nadie les hable de la virginidad, nadie de la templanza, nadie del desprecio a las riquezas y a la gloria, nadie de los preceptos que vienen en las Escrituras”.  

Aconseja que se seleccionen bien los profesores que darán lecciones a los niños: “Ciertamente, cuando desde la primera infancia los niños carecen de maestros, ¿qué será de ellos? Pues si algunos, educados e instruidos desde el seno materno y hasta la vejez, aún se tuercen, quienes desde los comienzos de su vida se han acostumbrado a oír este tipo de cosas –se refiere al amor a las riquezas y a las cosas vanas-, ¿qué malas acciones no llegará a cometer?” (n. 18).  

San Juan fue educado en el amor a Dios desde su mas tierna infancia, y eso le hizo un gran bien. Por eso escribe: “Cría un atleta para Cristo y, permaneciendo en el mundo, enséñale a ser piadoso desde la primera infancia.  (n. 19). Si en un alma todavía tierna se imprimen las buenas enseñanzas, nadie podrá borrarlas cuando se queden duras como marcas, igual que pasa con la cera (...). Si tienes un hijo virtuoso, tú eres el primero que goza con sus buenas cualidades y luego Dios. Para ti mismo te afanas” (n. 20).  

Educar es un arte que pide dedicación, reflexión y una atenta observación de los hijos. Dice San Juan: “Cada uno de vosotros, padres y madres, igual que vemos a los pintores trabajar sus pinturas y sus estatuas con gran minuciosidad, ocupémonos así de estas admirables estatuas (...). Examinadlas cada día, qué cualidades naturales tienen, para hacerlas crecer, qué defectos naturales, para suprimirlos. Y con gran meticulosidad desterrad de ellos, en primer lugar, lo que esté relacionado con la intemperancia, pues esta pasión perturba especialmente las almas de los jóvenes. O mejor, antes de que la haya experimentado, enséñale a ser sobrio, a estar despierto –vigilante ante las pasiones-, a velar en oración” (n. 22).  

San Juan Crisóstomo compara el alma del niño a una ciudad recién fundada y organizada; una ciudad que tiene ciudadanos sin experiencia; a este tipo de gente es fácil educarla. Establece para esta ciudad y para sus ciudadanos, dice, leyes severas. Escribe:  

“Piensa que eres un rey que tiene una ciudad bajo su dominio: el alma de tu hijo, porque una ciudad es, realmente, el alma. Y como en la ciudad unos roban, otros practican la justicia, otros trabajan, otros simplemente hacen todo de cualquier manera, así también la inteligencia y los pensamientos del alma (...). Unos hablan de impudicias, como los libertinos, otros de cosas santas, como los castos; unos son afeminados, como las mujeres entre nosotros; otros tienen una conversación ininteligible, como los niños (...). Así pues, necesitamos leyes para desterrar a los malos, seleccionar a los buenos y no dejar que los malos se subleven contra los buenos” (n. 23).  

Frases textuales tomadas de San Juan Crisóstomo, Sobre la vanagloria, la educación de los hijos y el matrimonio. Editorial Ciudad Nueva, Madrid-Buenos Aires 1997