El enamoramiento

Autora: Rebeca Reynaud

 

 

La cultura popular afirma que el enamoramiento es la “anestesia” para el matrimonio; es un estado extático en el que tendemos a ver en ser amado todas las virtudes y perfecciones posibles. La encarnación del ideal. Cuando se ama todo el universo resplandece, vemos una belleza que antes era desconocida: todo se transfigura. El enamoramiento es algo inicial; es el anzuelo que conduce al amor.

En la Edad Media se hablaba de un “loco amor”. Estar enamorado es volverse un tonto feliz, es perder por completo el sentido crítico y disfrutar del embeleso que supone observar y escuchar al ser amado. Parecería el estado ideal para cualquiera –y en cierto modo lo es-, sólo que tiene un inconveniente: El enamoramiento termina. La vida se vuelve entonces una dura caída desde la nube en que se andaba para terminar estrellándose en la realidad. Se descubre que esa persona a la que se había idealizado es tan imperfecta como cualquier otra, y no es capaz de hacer tantas cosas como esperábamos. A veces es necia, egoísta, vanidosa, poco educada... Es, en otras palabras, limitada, humana. Pero ¿qué esperabas? ¿Cómo puede uno llegar a creer que otro es tan perfecto? ¿Cómo podría alguien responder, absolutamente, a todas nuestras expectativas?

Allí está el error: hacer del amado un absoluto; creer que una persona puede dar lo infinito –que es lo que anhelamos-. Queremos el amor, la belleza y la verdad infinitas. No hay personas perfectas: Si se ama a alguien, se le ama con todo y defectos, aunque siempre se le trate de ayudar y de mejorar; se le ama con sus arranques de mal humor, con sus faltas de ortografía o con sus despistes.

No hay una asignatura que enseñe a amar; a ello se aprende en la familia y en la vida social. ¿Cómo es la familia de la persona que amo? Esa respuesta nos lleva a conocer parte de la intimidad del amado. El filósofo francés, Jacques Maritain, decía: “La educación debería de enseñarnos a estar siempre enamorados y de qué nos hemos de enamorar”.

La idealización que el enamorado hace de la persona amada es una trampa que él mismo se tiende. Y no hay quien experimente en cabeza ajena. Lo peor es que aún experimentado, no se aprende, vuelve uno a caer en la trampa.

Hay “Don Juanes” que creen que saben amar porque conquistan a muchas mujeres, y desgraciadamente, se aman sólo a sí mismos. Se precipitan de abismo en abismo; se entregan con ardor excesivo a la fiebre pasional de los placeres. Toman a la mujer como un altavoz de su propio yo para que alimenten su amor propio, su vanagloria. En verdad, amar es salir de sí mismo, es sacrificarse por el amado, es servir con alegría.

¡Qué fácil es enamorarse y qué difícil mantenerse enamorado! No se ha de divinizar el amor. El amor es una tarea; al amor hay que cuidarlo con esmero de artesano.