El “día del Señor” y el precepto dominical

Autora: Rebeca Reynaud

 

 

Dios ha hecho a los hombres con el fin de conducirlos a la salvación. Pero el hombre no es sólo cabeza, sino también corazón. Por eso Dios ha hablado al entendimiento y también al corazón del hombre, todo para obtener la conversión. 

¿Cuál es el centro del domingo —o mejor— de “tu” domingo? un paseo, el cine, el trabajo, la comida familiar... A veces el centro no es Dios porque no sabemos lo que implica cumplir el precepto dominical, porque el domingo debería de ser el “Día del Señor”.

Si nos preguntaran: “¿Qué es la Misa?”… ¿qué contestaríamos? Si lo sabemos bien, responderíamos: es la repetición del Sacrificio de Cristo en la Cruz. ¡Tiene por tanto valor infinito!

Cuando el sacerdote celebra Misa, hace memoria de la Pascua –del paso- de Jesucristo y esta Pascua se hace presente: el sacrificio que Cristo ofreció una vez para siempre en la cruz, permanece siempre actual. ¡Esto es lo más impresionante! La palabra “memorial” no es sólo un recuerdo sino que tiene la fuerza de hacer presente lo que representa: Renueva en el altar el sacrificio de la cruz. La Misa es un sacrificio porque representa (=hace presente) el sacrificio de Cristo, porque es su memorial y aplica su fruto .

Cada quien tiene tiempo para lo que ama. Juan Pablo II, en la Carta apostólica La santificación del domingo. “Dies Domini”, dice: “No tengáis miedo de dar vuestro tiempo a Cristo”.

Hay que asistir a Misa los domingos (o los sábados en la tarde), porque sin observancia del Domingo no puede haber vida religiosa. Tertuliano decía a los fieles de su tiempo: “Sin el Domingo no puede haber cristianos. Non est christianos sine domenica”.

PARTES DE LA MISA:

Liturgia de la Palabra (lecturas homilía y oración universal): no es un momento de meditación y de catequesis, sino que es “el diálogo de Dios con su pueblo, en el cual son proclamadas las maravillas de la salvación”.
La liturgia eucarística incluye la presentación del pan y del vino, la consagración y la comunión del sacerdote. Estas tres partes no se deben de separar para que la Santa Misa sea válida.

La presentación de las ofrendas (el ofertorio), la consagración y la comunión, es la acción misma de Jesucristo en la Última Cena.

Al ofrecer el sacerdote el pan y el vino, los que participan en la Misa pueden presentar, en ese momento, sus peticiones interiormente, sus intenciones y también ofrecer al Padre celestial la creación entera.

Durante la persecución del emperador romano Dioclesiano, se prohibió la Misa con severidad, pero unos cristianos de Abitinia (África) dijeron: “Nosotros no podemos vivir sin la cena del Señor”, y fueron mártires por ser fuertes en la fe.

En el siglo IV, la ley civil del Imperio Romano reconoció que el “día del sol” (Sunday) se debía dejar de trabajar. Los primeros cristianos se alegraron, pues en la reunión dominical ellos compartían fraternalmente con los más pobres y con todos. “La alternancia entre trabajo y descanso, propia de la naturaleza humana, es querida por Dios (cfr. Génesis 2, 2-3)” (Dies Domini, n. 65).

La Misa es la celebración de la “nueva creación” (Dies Domini, n. 8). El domingo prefigura el día final, el día de la Parusía, anticipada ya de alguna manera en el acontecimiento de la resurrección (Ibidem, n. 75).

El domingo es día de fiesta y de alegría, pero también de descanso, y si alguien ve en conciencia que debe trabajar –se trata de trabajo remunerado-, ha de tener una conversación con su párroco para ver cómo puede suplir esa deficiencia.