El Próximo Cónclave (versión larga)

Autora: Rebeca Reynaud

 

 

El 16 de octubre de 1978, un carismático sacerdote llamado Karol Wojtyla fue elegido Papa con el nombre de Juan Pablo II; es el 264º sucesor de San Pedro. Este histórico papado tiene algún día que terminar. Juan Pablo II ha sido uno de los Papas más amados y con más prestigio a lo largo de la historia. Un historiador, James Hitchock, dice: “es el pensador más brillante de los que han ocupado la silla papal; destaca como teólogo y filósofo aunque no hubiese sido Papa. Tomará al menos cien años a la Iglesia para digerir todo lo que ha escrito”.  

El Sacro Colegio Cardenalicio fue formado en año 1150, bajo el pontificado de Eugenio III, y quedó constituido por un Cardenal Decano, que es cabeza del Colegio, y un Cardenal Camarlengo para la administración de los bienes, cuando no hay Papa. Este Colegio ya venía configurándose desde el año 1059, cuando los cardenales se convirtieron en electores exclusivos del Papa, desde el decreto de Nicolás II. Entre los siglos XIII y XV, sólo tuvo 30 elementos. En el año 1999 ya sumaban 155 los cardenales. El Congreso de Viena, celebrado en 1815, dio a los cardenales la dignidad de Príncipes de la Iglesia, por su calidad de herederos en la elección del Papa.  

El mundo ha visto enormes cambios desde el “año de los tres Papas”. El proceso de selección del Romano Pontífice es conocido para quienes han vivido los cónclaves pasados. La muerte del Papa es certificada por el camerlengo, que en el momento actual es el Cardenal Eduardo Martínez Somalo. La tradición es que él llame al Papa tres veces por su nombre; el Papa no responde, entonces el camerlengo anuncia: “El Papa ha muerto”, y desde ese momento la sede apostólica está oficialmente vacante. De inmediato las cabezas de la mayor parte de las oficinas de la Curia Romana pierden su autoridad. Los Obispos permanecen como cabezas de sus diócesis. Los cardinales que trabajan en los diferentes dicasterios, cesan en su labor.  

Los Cardenales que trabajan como prefectos en las diversas Congregaciones o como presidentes de diversos Consejos, pierden su mandato. En la práctica, la mayor parte del trabajo del Vaticano se para, y las decisiones de peso se posponen hasta que haya un nuevo Papa. El único cardenal que sigue en funciones y tiene un trabajo definido es el camerlengo. Él será el punto focal hasta que dé comienzo el cónclave. Una vez que ha declarado que el Papa ha muerto, le piden que rompa el anillo del Papa –el famoso anillo del Pescador-, en una ceremonia de larga tradición que establece que se destruya, para evitar que algún impostor lo use para sellar documentos oficiales. Anuncia la muerte del Papa al decano del colegio de cardenales para que sea él quien dé la noticia al mundo y convoque a los cardenales para un nuevo cónclave.  

Los cardenales llegan a Roma de diversas partes del mundo y se reúnen en la “Congregación General”. Todos los cardenales electores se reúnen para participar en el cónclave. Este cuerpo de Cardenales dirige a la Iglesia Católica durante el tiempo de sede vacante.  

La constitución apostólica Universi Dominici Gregis, emitida por Juan Pablo II el 22 de febrero de 1996, estipula que el cónclave debe empezar 15 ó 20 días después del deceso del Romano Pontífice, por lo cual el proceso de elección siempre comenzará entre los días decimoquinto y vigésimo. El colegio cardenalicio sigue siendo el medio que mejor garantiza el romanismo y la universalidad.  

Eligen en secreto:

Los cardenales se encierran en la Capilla Sixtina para empezar en cónclave. Para palabra “cónclave” significa bajo llave o cerrojo (del latín: con clavis). La primera orden de trabajo está dada por la tradición y la refuerza la constitución apostólica Universi Dominici Gregis

Cada Cardenal hace un juramento solemne de que nunca divulgará los procesos del cónclave, a menos de que sea dispensado de ese juramento por el Papa elegido. Las personas que ayudan a los cardenales –cocinero, doctores y técnicos que apoyan a los cardenales en sus necesidades- declaran bajo juramento “guardar un perpetuo y absoluto secreto” de lo que puedan ver u oír; de allí que se sepa muy poco de lo que pasa dentro del cónclave.  

Sabemos que el cónclave da inicio con la celebración de la Santa Misa en la basílica de San Pedro, concelebrada por todos los cardenales. Después, entran en procesión a la Capilla Sixtina, donde hacen el juramento citado de acatar las reglas de la elección papal, que pide elegir en conciencia al mejor candidato para regir la Iglesia Católica. Los cardenales se disponen a oír a un sacerdote, elegido previamente por la congregación general por su sabiduría y altura moral, para que los exhorte a llevar a cabo una buena elección, al cabo de la cual se cierran las puertas.  

Las votaciones

A diferencia de anteriores legislaciones, en las que se contemplaba la posibilidad de elegir a los Pontífices bajo las modalidades de aclamación, compromiso o escrutinio, la “Universi Dominici Gregis” limita las posibilidades a solo el escrutinio, con voto individual y secreto.  

Cada cardenal escribe el nombre de un candidato y lo pone en un gran cáliz. La votación es contada meticulosamente por un panel de tres cardenales previamente elegidos. Si no se llegó a un acuerdo, las papeletas se queman con un tinte oscuro para producir humo negro, así los que esperan afuera saben que no han terminado su trabajo.

Según las reglas del cónclave, el primer día hay una sola votación. En los días siguientes, hay dos votaciones por la mañana y dos por la tarde, hasta que un candidato reciba los dos tercios de la votación (mayoría cualificada). En Universi Dominici Gregis Juan Pablo II decretó que, pasados tres días, si no se ha llegado a un acuerdo, la votación debe ser interrumpida para dedicar una mañana completa a la oración. Si continúan en punto muerto tres días más, habrá otra pausa, y el proceso se volverá a repetir. Finalmente, si pasan doce días sin una resolución, el cónclave podrá decidir por mayoría simple.  

Este cambio en las reglas -que antes pedía las dos terceras partes de los votos para hacer la mayoría requerida-, fue decretado por Juan Pablo II para evitar el estancamiento. Pero actualmente, desde el inicio del siglo XX, ninguna elección papal ha durado más de cinco días. Paulo VI fue elegido al tercer día de cónclave; Juan Pablo I, al segundo; Juan Pablo II, al tercero.  

Teóricamente, el cónclave puede elegir a uno que no sea cardenal; en la práctica esto no ha pasado desde la elección de Urbano VI en 1378.  

El decano del Colegio de Cardenales –actualmente sería Joseph Ratzinger-, pregunta al candidato elegido si acepta el papado. Si contesta afirmativamente, el cónclave se da por terminado. Aparece humo blanco arriba de la Capilla Sixtina: Fumata bianca indica que San Pedro tiene un nuevo sucesor.  

En cuanto el nuevo candidato dice “acepto” se levanta el cónclave. La Constitución Apostólica «Universi Dominici Gregis» dice en el n. 60: “Ordeno además a los Cardenales electores, graviter onerata ipsorum conscientia, que conserven el secreto sobre estas cosas incluso después de la elección del nuevo Pontífice”, recordando que no es lícito violarlo de ningún modo, a no ser que el mismo Pontífice haya dado una especial y explícita facultad al respecto.  

Sabemos que una vez elegido Juan Pablo I le dijo a los cardenales: “Que Dios los perdone por lo que han hecho”. Juan Pablo II dijo: “Acepto por obediencia a la fe en Cristo, mi Señor y puesta mi confianza en la Madre de Cristo y en la Iglesia, a pesar de las graves dificultades”.  

La tradición de cambiar de nombre parte de Juan II, quien fue Papa de 533 a 535, y quien antes se llamaba Mercurio. Así pues, el Cardenal decano, después de haber obtenido el consentimiento del neoelecto, pregunta: “¿Cómo desea ser llamado?” (Quomodo vis vocari?). El nuevo Papa dice el nombre que adopta.  

El nuevo Papa aparece en el balcón central de la basílica de San Pedro para impartir la bendición Urbi et Orbi, a la ciudad y al mundo. El protocolo señala que sólo debe pronunciarse la bendición, no hay discurso. Sin embargo, el papa polaco rompió el protocolo y dijo, en magnífico italiano:  

“Alabado sea Jesucristo (ovación).

Queridos hermanos y hermanas, ahora estamos todos adoloridos después de la muerte del amadísimo Papa Juan Pablo I (ovación). Y he aquí que los eminentísimos cardenales han llamado a un nuevo Obispo de Roma... (ovación), lo han llamado de un país lejano... (ovación), lejano pero siempre cercano por la comunión en la fe y en la tradición cristiana... (ovación). Yo he tenido miedo de recibir esta nominación, pero... pero lo he hecho en espíritu de obediencia a nuestro Señor y en la confianza total en Su Madre, la Virgen Santísima. No sé si podré expresarme bien en vuestra... en nuestra lengua italiana (ovación), si me equivoco me corregiréis (ovación). (...)”.  

A partir de ese momento, Karol Wojtyla demostró su gran carisma de líder.  

¿Por qué tanto secreto? Por la experiencia de más de veinte siglos. La primera vez que los cardenales fueron encerrados con llave fue en 1241, cuando gente de la nobleza italiana estaba impaciente porque los cardenales llevaban más de dos meses deliberando sobre el tema. En 1268 murió Clemente VI y los cardenales no se ponían de acuerdo para nombrar sucesor. Transcurrieron casi tres años sin que se pusieran de acuerdo; se encontraban en Viterbo, cuando el pueblo intervino. Comenzaron con los albañiles a tapiar puertas y ventanas. Posteriormente les fueron racionando la comida hasta dejarlos a pan y agua. El nuevo pontífice, Gregorio X, emitió la Bula Ubi Periculum, en la que emitía los lineamientos para urgir la elección papal[1].  

En años más recientes, se ha pedido aislamiento y secreto de oficio para evitar presiones del exterior. Como sus deliberaciones son secretas, no pueden ser premiados o castigados por agentes externos, pueden votar conforme a lo que su conciencia les dicte. Está prohibido que pongan condiciones a su voto y, si lo hacen, ese voto es nulo. Las nuevas reglas prohíben que algún cardenal actúe como agente de un gobierno civil, y, explícitamente, rechazan el clamor de ciertos gobiernos de ejercer el derecho a vetar a algún candidato, clamor que fue invocado por un emperador austriaco en 1903.  

Una vez que entran en la Capilla Sixtina —donde todo contribuye a alimentar la conciencia de la presencia de Dios—, sólo pueden consultar con otro cardenal. No reciben correo, periódico, material escrito ni aparatos electrónicos.  

Los reporteros más ávidos de noticias, pondrán especial atención en el elogio que se hace en la Misa de funerales del Papa desaparecido. Los términos en que se hable, puede darles luz de las cualidades que se esperan del siguiente Papa. Cada vez que llegue un cardenal a Roma será interrogado por la prensa de sus expectativas sobre el futuro del papado. El resultado de esas entrevistas aparecerá en la prensa los días anteriores al cónclave.  

Nuevas circunstancias: De los muchos cambios que han ocurrido desde 1978, cabe destacar la internacionalización del colegio cardenalicio, pero el que más puede afectar el proceso, es el notable desarrollo de la tecnología de los medios de comunicación.

El reto más grande del nuevo cónclave será el de lograr la unidad, habrá muchas presiones aun cuando estén aislados, pues el nuevo Papa enfrentará la edad más turbulenta de la historia de la Iglesia.  

Un hombre providencial: Juan Pablo II es un hombre de admirable energía y gran vigor intelectual y espiritual. Su enorme popularidad y su vida de oración han suscitado nuevos encuentros con Dios, mayor devoción a la Virgen María y miles de vocaciones a diferentes órdenes, carismas y diócesis. Los millones de adolescentes y jóvenes que han acudido a las Jornadas de la Juventud, han salido con nuevos bríos y con una fe renovada. Después de 25 años, el pontificado de Juan Pablo II resulta un enigma, siempre avanza in novitate sensu, con novedad de sentido. Sus pronunciamientos públicos son conservadores y su estilo para gobernar es claramente liberal. Es un campeón de las reformas proclamadas en el Concilio Vaticano II.  

Hay abnegación y heroísmo en la figura desvencijada del Papa, hay además, entusiasmo y fe en el ser humano. Juan Pablo II es una persona admirable que agota sus días en el cumplimiento de la misión que le ha sido asignada. Merece el aplauso y la reverencia que se le profesa a los héroes, esa especie en peligro de extinción. Es un hombre que en plena vejez da testimonio de una lucha infatigable, cada mañana se levanta sobreponiéndose al reuma y a lasa cicatrices del alma y de la carne, para seguir pronunciando su verdad refractaria a la moda: Es un espectáculo de incalculable belleza. Esa vejez fecunda que se inmola ante las multitudes constituye uno de los emblemas más esperanzadores de una civilización que ya agoniza.  

Al morir Juan Pablo II, cardenales de 59 países se reunirán en Roma para la elección de un nuevo Papa. Hay 117 cardinales que pueden ser elegidos, pero algunos pueden ser descartados por motivos de salud. Además de los cardenales electores, indica el mismo documento firmado por Juan Pablo II en febrero de 1996, podrán asistir al Cónclave el Secretario del Colegio Cardenalicio, el Purpurado argentino Jorge Mejía, que actuará de Secretario de la asamblea electiva, el Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias, el Arzobispo Piero Marini, un eclesiástico elegido por el Decano del Colegio, el Cardenal Joseph Ratzinger, además de algunos pocos eclesiásticos y personal sanitario y de servicio.  

Seguramente habrá desconcierto, se harán muchas presiones y conjeturas, no será fácil la elección del nuevo candidato. Será un cónclave especial y único en la historia, y nos veremos sorprendidos por la decisión del Espíritu Santo. Si queremos una línea segura de conducta ante el posible “terremoto”, podemos apegarnos al contenido del Catecismo de la Iglesia Católica que Juan Pablo II nos legó y podemos luchar para aumentar la devoción a la Virgen María, Madre de Dios y de la Iglesia.  

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La salud del Papa:  

Mayo, 1981: Un atentado le ocasiona herida de bala en la mano y en el estómago.

Julio, 1992: Cirugía le remueve tumor intestinal.

1992: aparecen síntomas del Mal de Parkinson

Noviembre, 1993: se disloca un hombro en una caída.

Abril, 1994: Se quiebra la pierna derecha

Diciembre, 1995: deja de celebrar Misa de Navidad por padecer gripe

Octubre, 1996: Una cirugía le extirpa el apéndice

Junio, 1999: Cancela Misa en Polonia tras una caída

Marzo, 2002: Cancela compromisos debido a dolores de artritis

Septiembre, 2003: cancela compromisos debido a padecimientos intestinales

Febrero, 2005: es internado en el hospital por complicaciones respiratorias ocasionadas por la gripe.


[1] Cfr. Gustavo Méndez Tapia, Habemus Papam, Trillas, México 2001, p. 52.