Coherencia de Vida

Autora: Rebeca Reynaud

 

 

La coherencia de vida es una característica de la autenticidad de vida . La división, la incoherencia, la falsedad, la ruptura entre lo que se piensa, se dice y se hace, muestran que falta una recia unidad de vida. El esfuerzo diario por conseguir la unidad de vida, nos lleva a ser cada vez más coherentes. La unidad de vida comprende tanto a la persona misma como a sus obras, pues excluye fisura entre ambas.

En la vida corriente se mezclan lo divino con lo humano. Por eso no puede haber un corte tajante entre la práctica de la fe y las obras humanas, entre las relaciones con Dios y las relaciones con el prójimo.

Cuando vino por primera vez a México el Papa Juan Pablo II dijo: “Toda fidelidad debe pasar por la prueba más exigente: la de la duración (...). Es fácil ser coherente en la hora de la exaltación, difícil serlo en la hora de la tribulación. Y sólo puede llamarse fidelidad una coherencia que dura a lo largo de toda la vida. El fiat de María en la Anunciación encuentra su plenitud en el fiat silencioso que repite al pie de la cruz” (Homilía en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, 26-I-1979).

Unidad de vida, coherencia de vida, ¿qué es? Pensar de una manera y actuar conforme a esa manera de pensar. Si sé que robar es malo, y lo hago, falta coherencia de vida. La unidad de vida consiste en conocer nuestros derechos y deberes y armonizarlos con lo que realmente somos: hijos de Dios. ¿Creemos en la vida eterna? ¿Si? Entonces hay que actuar cara a la eternidad, donde 3 mil trillones de años son el amanecer del primer día.

Cuando vino por primera vez a México el Papa Juan Pablo II dijo: “Toda fidelidad debe pasar por la prueba Más exigente: la de la duración (...). Es fácil ser coherente en la hora de la exaltación, difícil serlo en la hora de la tribulación. Y sólo puede llamarse fidelidad una coherencia que dura a lo largo de toda la vida. El fiat de maría en la Anunciación encuentra su plenitud en el fiat silencioso que repite al pie de la cruz” (Homilía en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, 26-I-1979).

¿Cuál es la verdad que está en el corazón del Evangelio? San Gregorio Magno contesta: “este es el don que excede a todos los demás: Dios llama hombre a su Hijo y el hombre llama a Dios Padre” (Sermón 6 sobre Navidad). Somos hijos de Dios. No se trata de una metáfora. Escucha a San Juan: “Mirad qué amor nos ha dado el Padre, que nos llamemos hijos de Dios... y lo somos” (1 Juan 3,1). No hemos sido meramente perdonados, hemos sido adoptados como hijos. La salvación no es sólo del pecado, sino para la filiación divina. Desde el principio, esta fue la vida para la que Dios creó al hombre.

Tenemos obligación de hacer lo que nuestra conciencia nos dicte. Pero antes, tenemos obligación de formar bien la conciencia. Asumir la responsabilidad de nuestra formación. Cada uno es responsable de cómo alimenta su inteligencia. Cada una es el término y el principio de la formación. ¡Qué difícil es tener unidad de vida! Pero hay que intentarlo.

En el siglo XVI había un conocido proverbio: Qui bene vivit semper orat (el que vive con rectitud está siempre rezando). Después de citarlo, comenta Santo Tomás Moro: Y esto es verdad porque quien todo lo hace para la gloria de Dios, una vez que ha empezado con atención nunca interrumpe luego su oración (cfr. La Agonía de Cristo).

“Nada hay tan eficaz para la salvación y para la siembra de todas las virtudes en un corazón cristiano, como la contemplación piadosa y afectiva de los sucesos de la pasión de Cristo”, escribe Santo Tomás Moro.

Jesús dijo: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12,24). El grano de trigo es sobre todo el propio Jesús. Él cayó en tierra en su pasión y muerte, y volvió a brotar y dio fruto en su resurrección. Ese “mucho fruto” que dio es la Iglesia que nació de su muerte, su cuerpo místico. La historia del granito de trigo nos ayuda a entendernos a nosotros mismos y a comprender el sentido de nuestra existencia. Jesús explica esta imagen cuando añade: “El que ama su vida la pierde, y el que pierde su vida en este mundo la conservará para la vida eterna” (cf. Mt 16,25).

Caer en tierra y morir no es, pues, únicamente el camino para dar fruto, sino también para “salvar la propia vida”, o sea para seguir viviendo. El significado es claro. Si el hombre no pasa por la transformación que proviene de la fe y del bautismo, si no acepta la cruz, sino que se queda atado a su egoísmo, todo acabará con él, su vida terminará extinguiéndose. Juventud, ancianidad, muerte. Pero si cree y acepta la cruz, uniéndose a Cristo, entonces se abrirá ante él el horizonte de la eternidad, explica Raniero Cantalamessa.

Si el viñador nos poda, quiere decir que espera mucho de nosotros. Dice la Escritura: “El Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos” (Hb 12,6). A veces ofrecemos el dolor, pero no lo aceptamos. “Sufrir no es libre, lo que es libre es sufrir amando, o sufrir huyendo, quejándose”, decía el Cura de Ars. 

Mother Angélica cuenta que tenía mil problemas para hacer funcionar y pagar el canal de TV con el que deseaba llegar a millones de hogares; y le dijo a Jesús en su oración: ¿Por qué yo?, ¿por qué yo? Y oyó una voz dulcísima, en su interior, que venía del sagrario y le decía: “¿Por qué yo?”.

En Portugal, el Ángel Custodio del país les pide a los pastorcitos que hagan penitencia, pero a ellos no se les ocurría qué hacer excepto rezar la oración que el mismo Ángel les enseñó con la frente en el piso. Le preguntan qué hacer además de eso, y contesta: Someterse en todo a la voluntad de Dios. 

Narra un cuento que en cierta ocasión, un hombre caminaba por la playa en una noche de luna llena. Iba pensando de esta forma: Si tuviera un carro nuevo, sería feliz. Si tuviera una casa grande, sería feliz. Si tuviera un excelente trabajo, sería feliz. Si tuviera una pareja perfecta, sería feliz..., cuando tropezó con una bolsita llena de piedras. Comenzó a arrojar las piedritas una por una al mar cada vez que decía: Sería feliz si tuviera... Así lo hizo hasta que solamente quedó una piedrita en la bolsita, que decidió guardar. Al llegar a su casa percibió que aquella piedrita era en realidad un diamante muy valioso. Así son las personas. Arrojan sus preciosos tesoros por estar esperando lo que creen perfecto o soñando y deseando lo que no tienen, sin darle valor a lo que tienen cerca de ellas. Si mirasen alrededor, deteniéndose a observar, percibirían lo afortunadas que son. Muy cerca de sí está su felicidad. Cada piedrita debe ser observada -puede ser un diamante valioso. Cada uno de nuestros días puede ser considerado un diamante precioso, valioso e insustituible. Depende de cada uno aprovecharlo o lanzarlo al mar del olvido para jamás recuperarlo. ¿Y tú como estás lanzando tus piedritas? que pueden ser novios, amigos, trabajo, e inclusive tus mismos sueños... "El mundo está en las manos de aquellos que tienen el valor de soñar y correr el riesgo de vivir sus sueños." (Paulo Coelho).