Vi un caballo blanco

Autor: Ramón Aguiló SJ

 

Hace cincuenta años sucedieron cosas maravillosas en mi vida y también acontecimientos históricos de gran relieve en el mundo. 

El año 1953 ha marcado con su sello a varias naciones, a comunidades culturales y muchas personas individualmente consideradas: Las dos Coreas, Cuba y el Cuartel de Moncada, el nacimiento del Diario de Mallorca, hijo del Correo de Mallorca y La Almudaina. Son solamente algunos ejemplos concretos. 

Para mí este año fue la culminación de una vocación que me llevó a la Compañía de Jesús a través del largo camino de la formación: noviciado de dos años (parte en Boltaña, casi dentro de los Pirineos) y otra parte en el monasterio de Veruela, cerca del Moncayo en Zaragoza, letras y ciencias, filosofía, experiencia de la enseñanza en el Colegio de Santo Domingo de Orihuela y los cuatro años de Teología en el hermoso Colegio San Francisco de Borja, recién inaugurado, en San Cugat del Vallés, Cataluña. 

La Teología nos puso en contacto con muy buenos profesores, que recuerdo con cariño y gratitud, pero, sobre todo, con la Biblia Sagrada: el Viejo y el Nuevo Testamento. 

Hace cincuenta años que comencé a leer tranquilamente, fijándome en lo que decían los comentaristas de aquellas páginas sorprendentes. Leí los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles, las Cartas y el Apocalipsis. 

Jesucristo era el Centro de todas aquellas luces y Verdades. Y su figura se iba completando, perfeccionando a través de aquellas pinceladas superiores, geniales, de un artista que era el inspirador de aquella obra, el Espíritu Santo. 

Jesucristo el Hijo de Dios, el Hijo del Hombre, iba creciendo dentro de mí como la única Verdad, la única Vida y el único Camino para mi pequeña vida de jesuita intranscendente. 

Hoy recuerdo toda aquella fascinante experiencia interior y social. Amaría  a Jesucristo, procuraría conocerlo siempre mejor y Él sería el tema de mis comunicaciones a los hermanos y hermanas que encontraría en las diferentes partes del mundo donde trabajara. 

Leí el Apocalipsis que es una gran Poesía Cristiana, cuyo centro temático es Jesucristo: Alfa y Omega, Principio y Fin de todas las cosas. 

Y recuerdo una frase que me impresionó mucho y que recordé intensamente el día de mi ordenación sacerdotal, hace cincuenta años: 

“Entonces ví el cielo abierto, y había un CABALLO BLANCO; el que lo monta se llama FIELY VERAZ; Y JUZGA Y COMBATE CON JUSTICIA. SUS OJOS LLAMA DE FUEGO;

SOBRE SU CABEZA MUCHAS DIADEMAS: LLEVA ESCRITO UN NOMBRE QUE SÓLO ÉL CONOCE. VISTE UN MANTO EMPAPADO EN SANGRE Y SU NOMBRE ES LA PALABRA DE DIOS” (Apocalipsis 19, 11-l3) (Traducción de la Nueva Biblia de Jerusalén). 

Aquellas Verdades, aquella Poesía, aquella misteriosa y brillante revelación llenó mi vida, y resumió todas las sensaciones y vivencias de mi ordenación para participar del único sacerdocio que es el de Cristo. Y ahora todo aquello revive en las Bodas de Oro que celebramos hoy, Fiesta de San Ignacio de Loyola, nuestro Fundador, Creador de la Compañía de Jesús, junto con sus amigos y compañeros. 

Nos ordenamos 18 compañeros hace cincuenta años en San Cugat del Vallés. De ellos algunos han fallecido ya y hoy los recuerdo con amor fraternal. 

Quisiera también en estos emotivos momentos recordar a los que ahora están dispersos por el mundo: Hubert Daubechies que está en Chile, Miguel González que trabaja en Quito (Ecuador), Angel López Caballero que ejerce actividades pastorales en Huesca, Luis Cortés en Barcelona. Además, José Luis Cortés que está con nosotros. Que todos seamos felices con Jesucristo, el Hijo de Dios, el Hijo del Hombre, el considerado Hijo del Carpintero. Gracias.