Un tema de actualidad

Autor: Ramón Aguiló SJ

Se ha puesto de moda en todo el mundo el tema del papel o rol de la mujer en los diversos niveles de la sociedad humana. También en tu iglesia, Jesucristo. Se discute sobre este tema, y hasta experimentamos una intensa presión social de las multitudes femeninas para estar más presentes, más activas en el desarrollo de los pueblos, en las familias y en los grupos sociales. 

Hay mujeres dirigentes en todos los Estados y Comunidades políticas: Presidentas de las Repúblicas, Reinas, Jefas de gobierno, Ministras de diferentes ministerios, Directoras generales, Diputadas, Senadoras. Ahora todos los puestos más relevantes pueden ser ocupados y están ocupados por mujeres. 

Las profesionales de diferentes especialidades hablan y enseñan con gran decisión en las universidades, en las cátedras, en las oficinas, en los consultorios médicos, psicológicos y psiquiátricos. Investigan los temas más variados, publican libros, contestan a las preguntas más acuciantes y les dan respuestas que parecen nuevas y hasta atrevidas.  

Todo parece indicar que se ha producido una verdadera revolución social, aunque ha sido una revolución pacífica, más bien sobre ideas y actitudes. 

El tema también ha pasado al campo de tu iglesia, de la iglesia que Tú fundaste y que quieres que se vaya desarrollando en todo el mundo. Es verdad que cuando se trata de mujeres cristianas, católicas, las ideas feministas suelen ser más moderadas, más comprensivas. 

PRESENCIA FEMENINA EN TU VIDA. Cuando nosotros queremos comentar tu vida y tus palabras ante las multitudes que te escuchaban y te seguían, solemos recordar a tus Apóstoles y Discípulos, que te acompañaban y a veces, te precedían porque Tú les enviabas por delante, a los pueblos y aldeas a donde Tú pensabas ir. 

Pero leyendo con más atención los libros sagrados que nos dan a conocer los principales rasgos de tu vida y de tus enseñanzas, nos encontramos con unos hechos maravillosos en los que suelen ser casi protagonistas las mujeres. 

Ahora recuerdo algunos hechos que me han impresionado. 

He leído en el Evangelio de Lucas, el médico, pintor y literato, que en el grupo que te acompañaba en tus viajes por la tierra de los judíos, había unas cuantas mujeres, además de los Apóstoles y Discípulos. Mira lo que dice Lucas en su capítulo 8: “Sucedió a continuación que iba por las ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios. Le acompañaban los Doce. Y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y de enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que les servían con sus bienes”.  

Esta descripción me ha sorprendido y sorprende a muchos. Todos sabemos que iban contigo generalmente los Apóstoles, y que todos ellos eran hombres. También nos era patente que te seguía un número impreciso de Discípulos a los que solemos imaginar como hombres, aunque ahora Lucas nos ha hecho conocer que también te seguían algunas “discípulas”. 

UNA FAMILIA AMIGA. También es interesante la amistad muy especial que mantuviste con aquellos tres hermanos de Betania, dos de los cuales eran mujeres: Lázaro, Marta y María. Tú, Jesús, cuando querías descansar un poco de las acusaciones y acosos de los fariseos y legistas, te dirigías hacia Betania, que está cerca de Jerusalén. Y te hospedabas, juntamente con los Apóstoles, en la casa de esta familia amiga. Se acercaba tu pasión y tu muerte violenta y Tú encontrabas la tranquilidad de la amistad en aquel ambiente aldeano. Lucas, en el Capítulo 10 de su Evangelio, describe esta bella amistad y tu confianza en aquella familia: “Yendo ellos de camino, entró en un pueblo. Y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Ella tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: ´Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo?. Dile, pues, que me ayude´. Le respondió el Señor: ´Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas. Y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada”. 

El relato de la resurrección de Lázaro se encuentra en el Evangelio de Juan, capítulo 11. Y en él se manifiestan también los rasgos característicos de la cada una de las hermanas. Gracias a ellas tenemos una hermosa definición de tu Personalidad: “Yo soy la Resurrección y la Vida”. Te impresionaron tanto con sus llantos que también brotaron de tus ojos amigos las lágrimas. La resurrección de Lázaro fue una de las causas que decidieron a los dirigentes judíos a actuar contra ti, para llevarte a los tribunales y matarte. 

TAMBIÉN TRATASTE CON OTRAS MUJERES. Todos habíamos observado que Tú no tenías ningún reparo en recibir a algunas mujeres que podríamos llamar de mala fama y tratar con ellas asuntos serios e importantes de tu mensaje y de su conducta malsana. 

Especialmente llamativos son dos: el de la mujer Samaritana, a la que encontraste cerca de un pozo famoso, como narra en exclusiva Juan en su capítulo 4. Y el de la mujer adúltera que estaba a punto de ser apedreada hasta la muerte, porque había sido descubierta en flagrante adulterio. Es también una exclusiva de Juan, en su capítulo 8. 

Con las dos hablaste. A las dos escuchaste. A las dos abriste el camino de la Salvación. Y lo hiciste sencillamente, sin escandalizarte de su vida, ni enojarte por lo malo que habían vivido tantos años.  

Otras veces te sucedió algo parecido en tus comidas y banquetes de trabajo, a los que asistías por invitación de los hipócritas fariseos. Una mujer entró en el comedor, y se puso a tus pies, a los que lavó con sus lágrimas, los enjugó con sus cabellos, y los perfumó con un perfume de gran calidad y muy caro. 

MUJERES VALIENTES. También quisiera recordar que unas cuantas mujeres estaban al pie de la cruz cuando Tú te debatías entre la vida y la muerte, en la agonía del calvario. Lo subraya Juan, capítulo 19: “Junto a la cruz de Jesús estaban su Madre y la hermana de su Madre, María, mujer de Clopás y María Magdalena”.  

Cuando los hombres tus Apóstoles, menos Juan, estaban aterrorizados y escondidos, estas mujeres nos dan un ejemplo, muy femenino, de fortaleza y de constancia. Ellas también se preocuparon de tu sepultura, y después quisieron embalsamar mejor tu cadáver. Y ésta fue la causa por la cual te apareciste a María y a algunas amigas suyas, una vez resucitado para la Vida Eterna. Lo narra Juan, Capítulo 20 y Lucas en sus Capítulos 23 y 24. 

Estas mujeres te querían de veras. Y Tú confiabas en ellas. Eran como mujeres consagradas a Dios. Como tantas mujeres que ahora, en nuestros tiempos, se consagran a ti, para vivir una vida evangélica, angelical, pobre, casta. Obediente en diferentes órdenes y congregaciones religiosas.