Un turista, un amigo

Autor: Ramón Aguiló SJ   

 

 

Mallorca y el mundo están sumergidos en el fenómeno turístico. Completamente. Y esta realidad se puede analizar desde diferentes puntos de vista, desde diferentes ángulos. Como cuando analizamos un gran edificio, o una genial obra de arte.

 

Los hay que consideran el turismo como fenómeno económico, exclusivamente económico. Y éste es un punto de vista interesante, crucial para nuestras Islas. Ellas tienen unas bellezas naturales, tienen un clima, tienen unas condiciones sociales, una historia, y todo esto -y mucho más- tiene un valor económico, y en cierto modo, está en venta. Se vende su usufructo al turista, por un tiempo. El turista paga. Y todos los habitantes isleños reciben unos beneficios por ello. Estas son las ganancias, la riqueza de la Comunidad Autónoma de las Baleares. Esta es, muy esquemáticamente, la cara económica del Turismo.

 

Pero yo me resisto a considerar exclusivamente esa cara, que me parece incompleta, y en algunos aspectos, fea. Y supongo que otros muchos baleares también rechazan esa visión exclusivamente economicista del turismo balear.

 

El Turismo tiene otras caras, como la Luna, aunque algunos se empeñan en ver sólamente ésta. Las otras caras son eminentemente humanas. Porque ese movimiento de hombres y mujeres, jóvenes, niños y ancianos, por nuestros aeropuertos, puertos marítimos, hoteles, playas, montañas, bares, calles, etc...es un fenómeno de complicadas, profundas y sutiles componentes humanas. En el Turista está un ser que gasta, consume, compra, come. Pero además -y principalmente- está un ser humano que siente, sufre, goza, sonríe, llora, se queja, habla, se comunica, recuerda, aprecia, detesta.

 

Me gusta esa publicidad que ha aparecido por las calles de Palma de Mallorca, y que presenta al Turista, como a un Amigo. Han tenido una buena idea. Y me gusta porque resalta, subraya, ilumina ese aspecto humano de un fenómeno que podría ser deshumanizador, aun en sus aspectos sociales y no exclusivamente económicos.

 

Los mallorquines no siempre aceptan ese color y ese calor humano del Turismo. Porque en mis largos años de experiencia en este campo, encontré mallorquines para todos los gustos imaginables. Hay quienes están hartos y cansados de esos turistas que llegan hasta nosotros, son los primeros en los hoteles y en los restaurantes y bares, estropean nuestros jardines y nuestros tranquilos sueños nocturnos, nuestra lengua, nuestra identidad nacional, y otras cosas más, para dejarnos unas cuantas pesetas, y mucha porquería física y moral. Para estos ciudadanos de Mallorca y de las otras Islas Baleares, el turista es como un invasor, un enemigo, un explotador. Naturalmente yo no comparto esa idea, tan negativa, de nuestra realidad turística. Las grandes mayorías de turistas están constituídas por personas sumamente educadas, respetuosas y hasta amables.

 

Otros ciudadanos nuestros se quedan siempre en la cara exclusivamente crematística del turismo. Es una cuestión de dinero. Y por tanto, hay que saberlo aprovechar bien. En este caso, el explotador es aquel operador turístico que abusa de la buena voluntad o de la falta de conocimiento del turista que llega, y le cobra precios altos y abusivos, o le da productos de baja calidad, empujándolo a consumiciones inconvenientes o a espectáculos sin ningún valor local o artístico. También existen estas cosas en nuestro mundillo turístico. Y evidentemente esos abusos destruyen nuestra imagen exterior y nuestro prestigio internacional. Porque los turistas experimentan, sufren estos abusos, los recuerdan y los cuentan cuando regresan a sus países.

 

El Turista es mucho más que un bolsillo lleno de dólares, libras o pesetas. Es algo más que una tarjeta de crédito o una cuenta corriente. Es un amigo.

 

Y le deberíamos tratar como lo que es. Como un amigo que viene de otros países y habla otras lenguas, pero que tiene unos mismos sentimientos humanos y una exigencias de decoro, dignidad y buena acogida, leal, abierta, sincera, sin engaños, una acogida de amistad.

 

Así tendremos a esos turistas que regresarán decenas de veces a nuestras tierras, porque les fue bien, y conservan buenos recuerdos. Yo conozco a centenares de esas personas, que regresan cada año, y varias veces al año, porque les gusta la Isla y sus habitantes.

 

Para los Cristianos, el Turista es todavía mucho más. Es un hermano. Un hermano en la misma humanidad. Pero también un hermano, en la misma Iglesia, o en la misma Comunidad de Fe.

 

Un Turista, un amigo. Una sonrisa a tiempo, una atención sencilla pueden ser el recuerdo más querido, mejor guardado, de un hombre o una mujer que estuvieron con nosotros unos días, y ya no están. De otro modo, las Islas pueden convertirse en unos antros de narcotráfico, drogadicción, alcoholismo, prostitución y delincuencia.