Un mundo de rinocerontes

Autor: Ramón Aguiló SJ

 

 

Recuerdo al Dramaturgo rumano Eugène Ionesco. Nacido en 1912. Tenía cuando murió 82 años. Este hombre ha visto su extraño e inquietante teatro en el máximo de los triunfos posibles. Hay obras suyas que se han estado representando cada día en París durante casi medio siglo. Numerosos turistas y jóvenes estudiantes llenaban la Sala donde famosos actores ponían en escena sus fantasías y parábolas: sus lecciones de Filosofía y de Sociología sobre las tablas. 

A mí me ha interesado, muy especialmente Ionesco, a causa de una original, simpática e intrigante obra, titulada "Rinoceronte" que escribió en 1960 y que, me parece, tiene mucho que decir todavía, mucho que comunicar a los hombres de nuestros desorientados y desorientadores tiempos. Es muy difícil penetrar en el pensamiento de Ionesco porque él es sobre todo un poeta misterioso, un pensador parabólico, un sentimental retorcido. Ionesco pensaba que "pensar es una funesta manía". Y esto lo decía "pensando". Tenía esta manía. Pero Ionesco es, fue así: un poeta contradictorio y surrealista, irónico y admirador del absurdo, como era el mundo que había visto y que le rodeaba.  

La obra "Rinoceronte" es la sencilla historia de unos personajes normales en un pequeño pueblo del campo, que se encuentran en una plaza y en la terraza de un Café para hablar de temas intranscendentes. A veces la acción se traslada a una habitación de algún personaje. Pero las conversaciones siguen siempre los caminos de la simplicidad y hasta de la simpleza.  

Hasta que se oyen extraños ruidos y se reciben las nubes de espesas polvaredas. Unos Rinocerontes corren veloces y agitados por las calles tranquilas del pueblo. Todos van sintiendo la inesperada maravilla de la presencia de estos animales cornudos. Pero va sucediendo lo más inesperado: los habitantes del pueblo se van cubriendo de piel verde y dura, y va apareciendo sobre su frente el característico cuerno de los Rinocerontes. Al final, sólo un Hombre se encierra en su propio piso. Quiere mantenerse así: Hombre. Pero no se sabe si lo va a lograr, porque la obra termina con el soliloquio de este personaje encerrado, que se mira tenazmente en el espejo para verse tal cual es en realidad. El mundo de fuera es un "universo de monstruos". El se ha quedado sólo, porque su amiga se ha marchado también a ese mundo exterior de Rinocerontes cornudos.  

Le falta el amor de la muchacha. Habría que hablar a los Rinocerontes, pero él no conoce su lengua, para poder convencerlos. Está aislado. El Hombre está solo en medio de este universo ruidoso, polvoriento, arrollador, feo. Pero enseguida el Hombre cae en la cuenta de que el feo es él mismo. Y que los Rinocerontes son hermosos. Hasta le parecen bellas canciones sus berridos, que él quisiera imitar pero no puede. El discurso desesperado termina con la aceptación de su triste realidad: "¡Contra todo el mundo! ¡Me defenderé contra todo el mundo! ¡Me defenderé!. ¡Soy el último hombre, seguiré siéndolo hasta el fin!. Yo no capitulo".    

Este Drama podría llamarse la Tragicomedia de la Humanidad. Está lleno de sugerencias y de verdades. Ionesco había visto muy de cerca los horrores del Nazismo y del Fascismo. El que era Rumano y Francés había visto de cerca las grandes plazas llenas de hombres uniformados, cuadrados, erguidos, cantando y gritando gritos de gloria para el Jefe indiscutible. Había visto de cerca la sangre derramada a torrentes, durante las guerras mundiales. Había contemplado la tragedia internacional de un Comunismo fiero que se extendía por Europa. Ante estos recuerdos, ante estas realidades, los Rinocerontes, con sus berridos y sus cuernos en la frente, parecen seres hermosos, más hermosos que los hombres tenidos por "sabios y pensadores".  

Ahora, cuando después de la victoria de las Democracias sobre las Tiranías y después de la caída ruidosa del Muro de Berlín y de los Regímenes que lo habían levantado, todo parecía más hermoso, más esperanzador, más claro, más tranquilo, se están escuchando de nuevo los informes mugidos de los renacidos Rinocerontes, violentos, sangrientos, amenazantes.  

Y es que nuestra Civilización Tecnológica, nuestra Cultura Electrónica, nuestra Investigación provocadora, están creando verdaderos monstruos que ya comienzan a verse por las calles corrompidas, drogadas, alcohólicas, agitadas con una música que se parece más a los hirientes choques de los taladros y los tractores que a una serena Polonesa de Chopin. Pero lo más trágico es que los nuevos hombres son incapaces de encerrarse entre los muros fuertes de su propia personalidad convencida, fuerte. Estos nuevos hombres ven cada día con más simpatía y con más atracción, los encantos de esa gran manada de Rinocerontes deformes y cornudos que están invadiendo nuestras ciudades y pueblos, para penetrar en lo más íntimo de nuestra personalidad y de nuestra familia. 

Las nuevas gentes están perdiendo su confianza en los valores que habían soñado como los mejores y más atractivos. Están perdiendo su confianza en la Democracia que es el poder de la Soberanía Popular, manifestada periódicamente en las elecciones. Están perdiendo su confianza en una Europa Unida que es el equilibrio político y económico de un Continente sobre los exacerbados sentimientos nacionalistas. Están perdiendo su confianza en la Iglesia y en las Religiones que significan la expresión de una fe en lo Trascendente y de una voluntad de vida según unas normas morales.  

El Rinoceronte con su piel verde, sus mugidos estentóreos, sus corridas polvorientas se ha vuelto interesante y atractivo. No sé cuántos hombres serán capaces de cerrar sus puertas y sus ventanas psicológicas para aislarse fuertemente y vencer desde su propia personalidad y su colectividad fraternal el monstruoso conjunto de aberraciones que les acorrala y acosa. La historia del futuro lo dirá. Y surgirá otro Ionesco para cantarlo todo como un poeta. Quiero esperar que será así. Y que no todo será una "Derrota de la Humanidad" consciente y honrada.