Tú testamento

Autor: Ramón Aguiló SJ

 

Durante las últimas semanas del Tiempo Pascual he ido leyendo y comentando ante la Comunidad Eclesial unas páginas muy emotivas del Evangelio de Juan. Yo les pondría un título que dijera: "Testamento de Jesús de Nazaret". O también: "El Adiós de un Amigo entrañable".  

AMBIENTE IMPRESIONANTE. Me ha impresionado. Me ha impresionado lo que Tú dijiste, lo que Tú hiciste, pero también me ha conmovido profundamente la emoción, el sentimiento, la tristeza que están latiendo apasionadamente en tus palabras y gestos. Dictar un testamento debe ser siempre algo especialmente conmovedor. Porque significa despedida, marcha, separación  de los hijos, de los hermanos, de la familia, de las personas que más quieres. Yo no lo he sentido así, porque prácticamente no me queda nada que entregar a los que vengan detrás de mí.

 

SABÍAS LO QUE IBA A VENIR. Pero Tú tenías plena conciencia de que ibas a sacudir los siglos con tus mensajes y tus ejemplos. De que lo que Tú estabas realizando sería imitado por miles de millones de hombres y de mujeres de todas las nacionalidades y de todas las lenguas y razas. Y Tú sabías perfectamente, y lo veías ya con cierta inquietud interior, que todo eso tan grandioso, tan universal, tan duradero, iba a realizarse a través de los titubeos y debilidades de unos amigos indefensos que necesitarían todo tu apoyo. Así les regalaste un Mensaje y un bello Misterio. 

Yo, ahora, en estos días en que se va abriendo camino el calor, el sol y la luz del verano que está cerca, soy consciente de algo de lo que tu Presencia Física en el mundo ha realizado y de la transformación que todo lo tuyo ha producido. Tú también lo has podido constatar, pero tu mirada lo abarca todo y lo penetra todo. Ahora desde donde estás, cualquiera que sea el lugar donde Te halles, Tú puedes percibir y contemplar la realidad, la hermosa realidad cristiana, de que Te estoy hablando y escribiendo.

 

TU AMPLIO TESTAMENTO. Tu Testamento es realmente un abanico inmenso de comunicaciones. Es tu Personalidad Salvadora, Redentora, Transfiguradora, proyectada, como la Luz, como la Vida, como la Belleza y la Bondad, sobre todo el Universo desde su creación y sobre toda la humanidad desde el principio. 

Yo Te agradezco eso que me has legado, que me has regalado, sin merecerlo y sin que yo hubiera hecho nada especial para conseguirlo. Yo Te agradezco tus Revelaciones sobre tus relaciones filiales, unitarias, con el Padre y con el Espíritu de la Verdad y de la Fortaleza. Con tus palabras emocionadas, tiernas, perfumadas de Teología y de Profundidad, me has abierto en esa muralla de materia que me rodea, una amplia brecha por la que puedo vislumbrar la grandeza inalcanzable de la Divinidad Trinitaria. Tú ibas hablando. Tú ibas dialogando con tus Apóstoles y Amigos queridos, a los que estabas a punto de dejar muy pronto, sobre tus relaciones de Hijo con ese Padre Infinito que nosotros no podemos alcanzar con nuestras mentes torpes, cortas, limitadas. Somos como esos niños que se estiran para agarrar un globo rojo que se les escapa de las manos. Tú nos ayudaste. Y gracias a Tí estamos más cerca del Padre. Y lo podemos conocer mejor. A través de tu Persona, de tu Vida, de tu Mensaje, de ese Don Inaudito que llamamos la "Eucaristía".

 

HABLASTE CLARO. Tus despistados discípulos que todavía no habían sido transformados por el Espíritu Santo, Te dijeron que se sentían  felices, porque ahora les hablabas claro. Yo participo de su alegría. Y Te aseguro que durante este tiempo pascual he ido descubriendo muchos tesoros sobre tu Acción, que habían permanecido encubiertos para mí hasta ahora. Mientras iba leyendo y comentando tus palabras y tus gestos, Te comprendía mejor y Te amaba más. Y experimentaba la alegría de la gratitud hacia Tí.

 

TESTAMENTO DE AMOR. Les hablaste, y nos sigues hablando a todos, del Amor que es el Mandamiento Nuevo de tu Enseñanza. Y se lo repetiste muchas veces. Porque sabías cuán difícil es amar a los semejantes y porque veías todas las desavenencias, discusiones, roturas y odios que brotarían, como plagas destructoras, en el seno del mundo, de la historia y aun de tu propia Iglesia. "Amaos", repetías. "Amaos unos a otros, como Yo os he amado". Y no te cansabas de insistir en este mandamiento tan humano y tan constructivo, pero, al mismo tiempo, tan conflictivo y complicado. Yo cada día veo y sufro manifestaciones destructivas de ese egoísmo humano que con tanta facilidad juzga, condena y, si puede, elimina, aunque no sea más que mentalmente, a los "otros", a los "de enfrente", a los que "piensan diferente", a los "enemigos", a los "delincuentes" y "peligrosos". 

Te digo que me parece imposible que los hombres y las mujeres comprendan y practiquen ese tu Mensaje amoroso. Todos hablan, gritan, practican el amor, pero es un amor en letra pequeña, un amor que se confunde con el egoísmo, un amor que termina echándose uno sobre el otro o la otra, para conseguir el orgasmo sexual. Empieza siempre por la boca, no hay nada de sacrificio por los demás, y se va extendiendo por todo el cuerpo en forma de un agitado y presuroso placer. A esto llaman amor. Así no pueden ser dichosos. Así no pueden construir el mundo de los hijos de Dios.  

Pero también hay otros que, sin llegar a los excesos egoístas del placer buscado sólo por el placer, son incapaces de aceptar que los demás pueden pensar diferente, que pueden ser sinceros en sus opiniones, que, a pesar de todo lo que nos distingue, pueden ser sus hermanos. No hay forma. Te lo digo sinceramente. A veces veo que son así tus propios seguidores, los que se llaman, pero no son, verdaderos cristianos.

 

LA JOFAINA LLENA Y LA HUMILDAD. Me cuesta imaginarte con la jofaina llena de agua y con una toalla, a los pies de Pedro, de Judas, de Andrés y de los otros. Todos avergonzados, humillados, sobrecogidos por tu actitud de esclavo, de siervo. Lavar los pies de un hombre, de un pescador, de un obrero debía ser desagradable, pesado, cansado, a pesar de tu joven edad, a pesar de tus 33 años. Pero sobre todo era chocante. El Hijo de Dios, aquel que se proclamó igual al Padre, aquel que se transfiguró, irradiando luz, blancura y belleza, aquel que cada día curaba enfermedades y perdonaba a tantos pecadores de ambos sexos, se inclinaba, se arrodillaba, bañaba los pies duros con las uñas ennegrecidas de aquellos hombres trabajadores, los secaba con cuidado, después se ponía de pie para pasar al siguiente hermano. Nadie decía nada. Tú mismo estabas callado. Yo comprendo la rebelión de Pedro que no lo quería de ningún modo. Y medito la profundidad y la emoción de tu respuesta, llena de tristeza por la traición de Judas. 

"Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros"... Sabías perfectamente con quiénes tratabas. Y sabes de nuestro orgullo destructor, creador de enemistades y divisiones. 

Tú ves lo que realizan el Papa, los Obispos y los Párrocos en Roma, en las Catedrales y en tantas Iglesias del mundo, en la tarde del Jueves Santo. También se ponen a los pies de unos niños o de unas personas mayores, para simular el lavatorio de unos pies limpios y bien cuidados. No sé cómo lo juzgas Tú. Es un rito. Una Liturgia. Y como toda Liturgia, ese gesto está cubierto de un velo sagrado de dignidad, majestad y música sagrada. A pesar de una cierta falta de realismo, nos recuerda a todos los que lo presencian silenciosamente, que Tú lo hiciste de verdad. Para que aprendamos a amar. Para que nuestro amor sea simple, sacrificado, servicial, no sólo unas palabras educadas, sino una cadena de obras buenas.

 

Tú ERES EL ROSTRO DE DIOS. Tú creaste la Eucaristía. Quisiste estar presente, alimentarnos, sacrificarTe místicamente y por siempre. Y así tu Presencia Activa nos lleva a ver tu Rostro. Tú eres el Rostro de Dios. Cuando Te miro a los ojos y hablo contigo, veo a Dios, y con Dios puedo sostener una conversación amistosa, filial, alegre y confiada. Tú eres el Rostro de Dios. Y al fijar mis ojos inquietos y turbios en tus ojos grandes, bellos, inspiradores, experimento la alegría de reconocer la Belleza inexplicable de lo Infinito, de lo Eterno.  

Tú eres el Rostro de Dios. Y cuando estoy contigo, cuando pienso en Tí, cuando medito, en la intimidad solitaria y personal de mi casa, sobre tu Palabra y tus Comunicaciones, puedo afirmar la certeza de que Dios, sin murmullo de un idioma, sin la gramática de letras y frases, me está diciendo que existe, que me quiere y que me espera. 

Tú eres el Rostro de Dios. Y ¡qué hermoso es ese Rostro!. Cuando Te imagino, cuando quiero pintarte en algún óleo de aficionado inexperto, busco siempre la pincelada serena, luminosa, original en tus grandes ojos penetrantes y divinos. No lo he conseguido. Hubo grandes artistas, genios de los colores y de la escultura, que han querido expresar tu belleza y tu divinidad. Y estoy seguro de que siempre se han quedado insatisfechos

 

Tú Y LAS DIVERSIDADES. Finalmente, Jesús de Nazaret, quiero contarte lo hermoso que Te ví en un cuadro grande pintado por un Pintor amigo. El cuadro se llama "Respuesta de Jesús a las diversidades: Amaos". Allí estás Tú danzando en el centro de una gran rueda de humanos lo que podríamos llamar "Danza Universal del Amor". Todos, hombres y mujeres de diferentes razas y de diferentes naciones y lenguas van danzando, dándose la mano unos a otros, como si fueran una corona de corazones y de amigos, al ritmo de los instrumentos más diversos.  

Allí está el mallorquín, vestido con su traje típico de pantalones bombachos y una guitarra. Allí está también el escocés, con su falda típica y su gaita característica. Allí está el peregrino pobre y cansado, que tiene sed, y recibe un vaso de agua fresca de las manos de un desconocido. Todos bailan contigo. Y Tú bailas con ellos, con ellas, jóvenes y viejos, enfermos y atletas. Es la diversidad humana. Es tu Mensaje de Amor expresado en colores. No hay diferencias para los cristianos. Todos son mis hermanos, aunque lleven los pies sucios y cansados por el camino y el trabajo, aunque no tengan para comprarse una cerveza, aunque me hablen una lengua que yo no entiendo, aunque lleven sobre sí la triste historia de guerras pasadas contra mi propia nación. Yo no tengo nación, cuando me siento cristiano. Yo no quiero ver diversidades, cuando nos encontramos juntos en tu templo, o en tus Asambleas. 

No sé si lo has logrado. Tengo muchas dudas. Esa unidad fraternal que Tú proclamas se ha quedado en un hermoso sueño, en una brillante utopía. Los libros de historia demuestran, a veces con fotografías y, al menos, con cuadros grandiosos, que las espadas y las lanzas han destrozado a muchos cuerpos de los enemigos. Después vino la pólvora con sus humaredas contaminantes y sucias y sus bombas destructoras. Llegaron las bombas atómicas, los bombarderos, y los ejércitos regulares. Banderas, Desfiles, Marchas Militares, Tanques, Metralletas, Cañones, Aviones supersónicos que vuelan dibujando los colores de la bandera nacional. Hombres que pasan, cuadrados, como estatuas vivas, con la mirada al frente, erguidos, uniformes, a las órdenes de sus jefes que les gritan, ante la figura insensible, majestuosa de los Reyes, de los Gobiernos, de los Embajadores. Todos preparados para matar a los enemigos que se atrevan. Después apretones de manos, saludos marciales, inclinaciones, enhorabuenas, y una gran recepción, divertida, alegre, bañada en agradables licores, en los parques del Palacio. 

No sé si en ese ambiente castrense, de uniformes caki bien planchados y de banderas al viento, es posible recordar tu mensaje sobre las diversidades. Todo ese ruído de cascos brillantes y de marchas rítmicas me parece más bien sugerir un título "Danza de la Muerte temida y querida para los demás". Quiero decirte para terminar que me gusta y me alegra saber que los Ejércitos y los Soldados ahora muchas veces trabajan en actuaciones humanitarias, al servicio de otros pueblos que no han conseguido la suerte de la paz. Estoy seguro de que ésto Te agrada. Y que quisieras incluir a todos esos hombres uniformados en tu propia Danza del Amor.  

Dame la mano, por favor, vamos a iniciar una cadena humana pacífica que atraviese el planeta, el universo y los siglos. En esta cadena habrá gentes de todas las edades, de todos los colores, de todas las lenguas. Vendrán del Oriente y del Occidente. Del Norte rico y frío y del ardiente y pobre Sur.