Tus tentaciones

Autor: Ramón Aguiló SJ

     

FUISTE AL DESIERTO. Desde el Desierto se pueden contemplar mejor todas las cosas: las ciudades, los reinos, los imperios, el universo.  

Tal vez por esto fuiste empujado hacia el Desierto por una Fuerza misteriosa.  

Si volvieras ahora Te encontrarías siempre en el Desierto ruidoso de un mundo materialista, atolondrado, ensangrentado, violento. Te sentirías solo a pesar de las multitudes. Te sentirías rodeado de silencios a pesar de las bombas, de las músicas discotequeras, de los gritos y de las lágrimas, de las respiraciones lentas y entrecortadas del placer y de los gemidos de los moribundos. Hay mucha soledad en este mundo. Tú estás solo.

 

TAMBIéN FUISTE TENTADO. Lo que nunca pude comprender es que Tú debieras ser tentado. Por eso Te empujaron hacia el Desierto de Palestina. Debías sufrir unos días de penitencia y de ayuno, de oración con tu Padre, y de agitaciones interiores.  

¿Por qué debía ser así?. No lo veo, ni lo entiendo. Si Tú eras y eres el Hijo de Dios, debías estar con El. Sin ninguna duda. Sin ninguna vacilación posible. Tal vez fuiste sometido a la tortura de la tentación para sumergirte más todavía en todo lo que es propio del hombre, de ese Hombre inseguro y caedizo, de ese Hombre que hoy se siente algo y mañana navega sumergido en la pastosa materialidad de toda clase de pecados. Esta es nuestra figura. Esta es nuestra realidad terrena.  

Tú, el Hombre por antonomasia, Tú, el Hijo del Hombre, debías experimentar estas sacudidas tan violentas que nos tumban sobre el suelo, cuando pensamos ser fuertes. Lo dicen Mateo (Capítulo 4), Marcos (Capítulo 1) y Lucas (Capítulo 4): El Hombre en el Desierto fue Tentado por el Mal. 

Así Tú en el Desierto experimentaste toda clase de sugerencias peligrosas para tu dignidad personal y para tu misión salvadora, evangélica.  

El Tentador te propuso diversas  y sutiles formas de corrupciones para probarte, para ver si eras como todos los demás, para desprestigiarte, para encanallarte y para que rodaras por el suelo, caído de tu pedestal. Te tentaba por envidia. Te tentaba para que no Te escaparas de su dominio. Te tentaba para que tuvieras de qué avergonzarte y no estuvieras tan seguro de tu misión universal.

 

ENCARNACIÓN DE TODOS LOS TENTADOS. Yo estoy seguro de que Te sentiste hermano de todos nosotros, cuando escuchabas las llamadas vigorosas del Mal. Y cuando gritabas a la soledad de las rocas y de los cielos oscuros: "No quiero". 

Esta carta podría ser escrita por cualquiera de mis hermanos, de los que han existido sobre estas desérticas ciudades del Universo, de los que existen ahora y de los que más tarde llegarán a esas playas del silencio turbador. Porque todos somos tentados, todos nos sentimos en una pendiente resbaladiza asomados sobre un abismo sin fondo. Danos fuerzas para agarrarnos bien, para no perder el equilibrio ni la serenidad.

 

TAMBIéN AHORA. Si Tú vivieras en nuestro tiempo también serías tentado, como nosotros.  

Y muy especialmente, como tu Iglesia. Nosotros no podemos ofrecerte una victoria sobre el mal. Tampoco tu Iglesia, a través de los siglos, ha quedado siempre limpia. Por ello, varias veces, y muy recientemente, se ha visto obligada a pedir humildemente perdón a la Humanidad por algunas escandalosas caídas del pasado. Y esto que sólamente se habla de las caídas conocidas, porque seguramente han existido muchas otras que han permanecido en la oscuridad. 

Tú sientes compasión por todo ello. Tú aceptas como tentaciones propias todas las que nos afligen a nosotros, los cristianos, y a nuestra Comunidad itinerante.

 

EL CUADRO DE TUS TENTACIONES. Existe un hermoso Cuadro, pintado por un pintor amigo, que Te representa vestido de hombre del siglo veinte, con una bufanda roja en el cuello.  

El Hombre del Cuadro eres Tú ahora, ese "ahora" que dura "siempre".  

En el cuadro Tú te hallas en una alta azotea, mirando hacia el paisaje de una gran ciudad moderna, con sus rascacielos y sus torres de comunicaciones.  

Tú la quieres conquistar para tu Mensaje, para tu Verdad, para tu Salvación. Alguien a tu lado te ofrece los medios: una metralleta y dinero. Es lo que utilizan todos los conquistadores del poder. Si tienen dinero, lo tienen todo. Si tienen dinero, tienen soldados fieles, luchadores incansables, hasta aguerridos. Si tienen dinero, tienen armas para matar, para vencer, para conquistar, para escalar los peldaños del poder. La metralleta es el símbolo de la fuerza, de la fuerza física, de la fuerza política. 

El Tentador Te dice: "Tú tienes que conquistar el mundo con sus ciudades, con sus riquezas, con sus multitudes. Ahí tienes los instrumentos. Tómalos. Lo conseguirás. Serás el Rey del Universo. Serás el Señor de todas las cosas".  

Pero Tú le respondes con tu gesto despectivo: echas el dinero al viento, y no quieres tocar la metralleta con tus manos limpias, bondadosas. 

 

TU MODO DE CONQUISTAR. Tú trabajarás para que las Ciudades Te escuchen. Pero siempre respetando las conciencias. Siempre confiando en la sinceridad de los que buscan la Verdad. No quieres presionar a nadie. No quieres dominar a los asustados.  

Sólamente quieres sugerir a los oídos atentos el suave murmullo de una llamada amistosa, fraternal.  

Es agradable percibir ese tictac de tu Corazón de amigo, esa mirada bondadosa y limpia, esa voz serena de hombre dialogante, paciente, que nos dice: "Yo quisiera caminar contigo, compañero de viaje. Los dos juntos adelantaremos seguros, y llegaremos, es decir, llegarás, porque Yo he llegado ya. Yo Te daré siempre la mano. Si tropiezas y caes, te ayudaré, te levantaré. Vamos. Camina". 

Otros jefes lanzarían al aire el clamor de sus trompetas victoriosas y desfilarían con sus ejércitos por las calles y plazas de sus conquistas.  

Tú no tienes bandas de música. Ni tanques. Ni bombarderos. No tienes más que tu Presencia de Amigo de la Humanidad.  

Yo, al escribírtelo, me siento dichoso camarada de un Hombre-Dios cercano, informal, caminante de todos los caminos y de todas las veredas.  

No me veo como un soldado de uniforme, firmes, cuadrado, erguido, con un fusil entre las manos, con un casco gris en la cabeza, con unos ojos fijos, al frente, la cabeza levantada. Casi sin respirar. Dispuesto a gritar un "¡Viva!", cuando el capitán me quiera arengar.  

Ni Te veo a Tí como a un General.  

A Tí Te veo sin correajes, sin dólares verdes, sin metralletas, sin aclamaciones ni paradas, sin desfiles triunfales, sin marcar el paso marcial.  

Te veo como a un Peregrino. Y yo mismo me siento así: marchando a tu lado, a veces dándonos la mano, charlando amigablemente, y confiando sencillamente en Tí y en los que nos rodean. Buscando sólamente amar y llegar.  

Te dedico esta carta, compañero de tentaciones, hombre de la bufanda roja, como Te vio el Pintor. 

Es una Carta abierta a favor de la Sencillez Cristiana. La que Tú nos enseñaste, Vencedor de todas las Tentaciones.