Tu sonríes a todos

Autor: Ramón Aguiló SJ

 

A lo largo de todos los años los hombres y las mujeres, los niños y los mayores suelen vivir unos días excepcionales, Jesús querido, hermano mío. Tu presencia cubre de felicidad y fiestas a casi todo el mundo. Para Ti el tiempo no pasa porque vives el “siempre ahora” de la eternidad gloriosa. Pero nosotros, los seres de este planeta, vivimos la contingente experiencia del tiempo que pasa, que se ve venir, llega y se va. Por ejemplo, el mes de Diciembre con que terminamos el año y el de Enero, con el que comenzamos uno nuevo, son dos meses que nos traen muchas alegrías, aunque a veces todo lo que sucede nos invita a llorar. El recuerdo de tu Navidad en Belén de Judá, nos lleva una vez más a la alegría de unas fiestas que a veces van mezcladas con el papel dorado de la mundanidad. Y así sucede en todas las grandes fiestas del año.  

Yo quisiera recordar contigo, Jesucristo, las experiencias que hemos vivido durante los días festivos, entre bombillas de todos los colores encendidas por todas las calles y plazas  de las ciudades y pueblos del mundo cristiano. No sé qué opinas de nuestro mundo. Te pregunto: ¿Crees que puedo llamarlo CRISTIANO?. Te digo con toda sinceridad que yo a veces estoy dudando del cristianismo de los pueblos en este momento histórico que es el comienzo de un nuevo siglo, el XXI, y de un nuevo milenio, el Tercero.  

Es verdad que todos Te recordamos muy especialmente en los días de Navidad y Año Nuevo. Por esto, el mundo se agita durante estos días, y se cubre de luces de colores, como si las calles fueran túneles brillantes de bellísimos colores. Y se siembran por todas partes “Arboles de Navidad”, abetos y otros árboles exóticos, recubiertos de parpadeantes bombillitas y cintas blancas. Y se pasean, regalando globos o caramelos a los niños, los “Papá Noél”, revestidos de rojo y con grandes barbas blancas, hablando e invitando a todos, para que compren vestidos, trajes, juguetes, que se regalen a los niños y niñas que miran encandilados, dichosos. En algunos sitios aparece “Santa Klaus”. Y se alzan los tenderetes de turrones, churros, pasteles en las grandes plazas y en las grandes ciudades. Yo lo he podido constatar en Roma, la Capital del Cristianismo. Y he podido ver cada año las cabalgatas de los tres Reyes Magos, que reparten misteriosos juguetes, creados en el cielo, para que los niños los reciban, en sus balcones, después de una noche de insomnio y de nervios. Resulta que alguien se ha inventado la teoría de que los Magos fueran Reyes, y de que precisamente fueran tres.  

Pero las alegrías que deberían ser la expresión comunitaria por el Nacimiento de nuestro Redentor y Salvador, Jesús de Nazaret, que naciste en una cueva porque tus Papás, María y José, no encontraron lugar en el hotel, se han recubierto con una espesa capa de materialismo, buenas comidas, buenos regalos, buenas uvas, buenos juguetes... y muchas guerras en varios frentes, con sus muertos inocentes, con sus ciudades destruídas y convertidas en escombros, con sus terrorismos macabros y sus bombardeos sofisticados y modernísimos. He visto estrellas luminosas con sus estelas de bombillitas blancas. Como si fueran la estrellas de los Magos que los trajo del Oriente lejano para ofrecerte sus dones.  

Tú lo ves. Yo estoy viendo tu hermoso rostro y tus grandes ojos que lloraron varias veces cuando Tú hablabas a las multitudes en la nación de Israel, mirándonos ahora a todos nosotros, los del Norte y del Sur, del Este y del Occidente, con una sonrisa nacida de tu gran corazón que tanto nos ama, como si nos repitieras las palabras que dijiste tantas veces: “No estéis tristes. No lloréis. Venid a Mí los que estáis cansados y agobiados, que Yo os aliviaré. Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón”.  

Yo Te digo lo que tantas veces me han dicho a mí las gentes que Te quieren a Ti y que son tantas: “No queremos llorar. Queremos sonreir como Él. Porque la sonrisa de Jesucristo es el seguro mensaje de nuestra salvación. Él nos ama. Y nos escucha. Y nos protege. Y quiere comunicarnos felicidad, no angustia, ni temor derrotista y desconfiado.  

Jesús de Nazaret, Tú seguramente conoces las letras y las melodías de tantos ingenuos y universales villancicos. Se cantan en todas las lenguas. Se cantan en los días en que el universo recuerda tu sencillo nacimiento en una noche tranquila, que quieren recordar nuestros familiares y grupos sociales en los “belenes”, con coloridos y movimientos, y siempre con un fondo musical de melodías preciosas, navideñas. No ha existido ningún hombre como Tú. Ha habido hombres sabios, científicos, artistas, que son recordados en las historias de los pueblos, y que han tenido una cierta repercusión en las generaciones que les han seguido. Pero ninguno de ellos ha conseguido que su nacimiento y los misteriosos sucesos de los primeros años de su vida, hayan conseguido una repercusión tan larga que durará hasta el final de los siglos, ni tan extendida y respetuosa en todas las naciones y lenguas, como tu personalidad evangelizadora, revolucionaria, y los momentos de tu vida en el nacimiento y la infancia.  

En estos felices días de tu nacimiento y del año nuevo, que comienza con la imposición del nombre de Jesús a aquel niño que hasta los pastores admiran, y los ángeles del cielo aclaman, todos nos deseamos unos a otros lo mejor. Nos enviamos “Felicitaciones Navideñas”, y nos deseamos “un dichoso año nuevo”. Y siempre lo decimos sonrientes y alegres, porque te hemos visto a Ti sonreír a la humanidad.  

Lo cantan algunos villancicos. Uno dice: “Mira cómo sonríe / mírale con atención / que si lo miras de cerca / te cautiva con su amor”. Hay otro villancico que se llama “El Tamborilero”. Y narra la historia de un hombre pobre que no tiene más que un viejo tambor. Se dirige hacia la cueva, siguiendo “el camino que lleva a Belén”. Va tocando el viejo tambor. Cuando llega hasta la cueva donde estás Tú, recién nacido, redobla el tambor. Y termina el villancico afirmando alegremente: “Y Él me sonrió”.

A todos nosotros, y a todas las mujeres del mundo, niños o niñas, que “solamente sabemos redoblar el viejo tambor de nuestra vida”, Tú nos regalas unas sonrisas de felicidad, para que no lloremos a causa de las torturas de este mundo ensangrentado y belicoso. Un aplauso universal para Ti, Jesús de Nazaret. Me parece que no Te gusta tanta comercialización de tu Nacimiento. Pero Te ruego que tengas en cuenta que la calle de Monte Sión, donde vivimos, no ha sido iluminada. Nadie pensó en ella. No sé por qué.