Tus discípulos: callan y discuten

Autor: Ramón Aguiló SJ

SILENCIOS SIGNIFICATIVOS. Quiero confesarte que los silencios de tus Apóstoles nos inquietan. Y no me refiero solamente a los silencios de los Apóstoles actuales, que también muchas veces se quedan callados, como si no tuvieran ojos, como si no tuvieran oídos, como si estuvieran entretenidos en otras actividades de este mundo, más propias de profesionales con títulos universitarios que de convencidos portadores de tu Mensaje a las multitudes de ahora. Me refiero al silencio de Pedro y de Juan, de los demás del grupo escogido, de los discípulos y discípulas que te seguían por los caminos de la Palestina de entonces. Se callaban. Preferían no hablar, cuando Tú les hablabas de tu Cruz, de tus sufrimientos, de tus persecuciones, de los juicios a que debías ser sometido, de las condenas que ibas a recibir, de tu condena a Muerte y de tu Resurrección. En todos estos casos solían callarse. Tú les preguntabas y ellos preferían no recordar estos tristes temas que ponían a dura prueba su débil fe. Lo dice Marcos, Capítulo 9. 

LOCUACIDAD PELIGROSA. En cambio hablaban, discutían, debatían alegre, apasionadamente, sobre cuál de ellos sería el más importante en el nuevo Reino que Tú, Mesías esperado, ibas a liberar y crear. Esto les interesaba. Era una cuestión vital para ellos. Debían saber si valía la pena seguirte. Querían conocer sus posibilidades de poder político, de poder social. Lo hablaban entre ellos, cuando Tú no les podías escuchar, cuando estabas rodeado por otras personas, cuando estabas distraído con algún pobre o algún inválido, o alguna mujer pecadora que te pedía perdón. Así lo cuentan Mateo, Capítulo 18, Marcos, 9 y Lucas, 9. Tú caías en la cuenta de todo. Tú seguías sus razonamientos. Y sentías compasión. Porque Tú, Hombre también como ellos, sabías de la dureza, de la tortura, de la terrible y dura angustia que significaba tu Destino Salvador. Llamaste a un Niño y les dijiste: Los cristianos deben imitar a este niño, hacerse como él es. Hemos de procurar ser inocentes, bondadosos, alegres. 

LOS SILENCIOS DE LOS NIÑOS. A los niños imberbes les sucede lo mismo. No quieren hablar cuando han realizado alguna fechoría, cuando han dicho algo inconveniente, cuando saben que les espera alguna reprimenda o castigo. Su padre, su madre, les preguntan: ¿Quién lo ha hecho?. ¿Quién ha dicho esto?. Y reciben por respuesta el silencio cómplice, el silencio que delata. 

Esta es la realidad. Los Apóstoles se han comportado a veces como niños atrevidos y miedosos. Cuando Tú les preguntabas qué pensáis sobre esto, qué estabais discutiendo, ellos te respondían con la cabeza baja, y un gran silencio prendido en sus labios. Y es que habían discutido sobre cuál de ellos era el principal, el más importante, el de más categoría, cuáles de ellos ocuparían los primeros puestos en el Reino de Dios que estaba comenzando. 

Se formarían entre ellos pequeños partidos, pequeños grupos, como aquellos que se ven en todas las naciones: Unos de izquierda, otros de centro, otros de derecha, de derecha extrema, de izquierda extremista. Y así se hace la política de los hombres, la política para gobernar los países, a través de las elecciones generales. 

LO QUE Tú QUERíAS PARA TU IGLESIA. Tú no querías todo esto. Lo tenías claro y preciso. Ellos se callan. Pero Tú les hablas. Y les hablas duro, como solías hacer, para que no hubiera ambigüedades en un asunto tan decisivo para tu próxima Iglesia. En unas pocas frases destruyes el sistema, condenas la formación de pequeños grupos en tu iglesia universal. No quieres hombres poderosos. Quieres "Servidores" de los demás. Quieres "Esclavos" de todos. 

Nos es difícil a nosotros, los hombres del siglo XXI, comprender todo lo que Tú quisiste comunicar con estas palabras tan explícitas. Porque ahora no hay nadie que quiera ser esclavo de los demás, ni quedan ya criados a la antigua usanza. Todos quieren ser "Importantes" "Libres". Todos quieren ocupar los primeros puestos sociales. Hasta los obreros se han convertido en señores. Porque cobran buenos sueldos, pueden pagar el alquiler de un buen apartamento familiar, tienen toda clase de seguros, como el de enfermedad, el del paro, el del entierro, poseen unos buenos y espléndidos coches, a veces dos, uno para la esposa y otro para el esposo, tienen asegurada una educación casi gratuita para sus hijos. ¿Quién va a querer ser esclavo de nadie?. ¿Quién quiere ocupar los últimos puestos?. Aquel gran Santo que se llama Pedro Claver supo aplicar  a su vida los ideales que Tú nos has propuesto a todos. Y por ello se dedicó a ser “esclavo de los esclavos”. Y se firmaba así: Pedro Claver, esclavo de los esclavos negros” Esto para él no fue un sueño.  Ni una ilusión. Fue una realidad. Aunque son muy pocos los que le imitan. Porque casi todos prefieren ser importantes y ser reconocidos como tales. 

Y esto también sucede en tu Iglesia. En ella se ha creado una estructura vertical de grandes alcances, y hasta con diversidad de colores. Y es que la iglesia lleva ya más de veinte siglos de existencia en este mundo, y ha ido acomodándose a los cambios culturales y sociales. Era necesario, para no quedar aislada y poder realizar su misión, la que Tú le confiaste. 

Jesús, Tú tienes una gran paciencia y siempre estás dispuesto a perdonar y olvidar, y no quieres blandir tus látigos como lo hiciste aquella vez en el Templo de Jerusalén. Tu Presencia sigue intacta, y Tu Mensaje sigue vivo, aunque envuelto en una especie de capa desgarrada y sucia, con sus colorines y su nomenclatura inexpresiva y hueca. Ten compasión de nosotros. Y de todos los que, contra tu parecer, quieren dominar también dentro de tu Iglesia. La Piedra y los Apóstoles siguen siendo la Piedra y las Columnas de tu Iglesia. Somos hombres, y por tanto limitados, débiles, inconstantes. Tú nos darás fuerzas a todos, para que todos formemos una iglesia realmente cristiana, como Tú la quieres.