Tú quieres que seamos luz

Autor: Ramón Aguiló SJ

 

Jesús, Tú que te defines como Luz del mundo, has extendido tus rayos sobre todos los que te siguen, sobre todos mis hermanos y mis hermanas, sobre mi limitada persona, cuando has proclamado con énfasis estas palabras: “Vosotros sois la Luz del mundo”. Se lo dijiste a tus Apóstoles, a tus discípulos, a todos los que escuchaban y querían seguir tu nuevo Camino.

 

UNA GLORIA DIFÍCIL. Es una gran alabanza para todos nosotros. Una gloria inmensa para los cristianos. Pero me pregunto ¿será posible ese ideal tuyo tan elevado?. Los seres humanos somos muy limitados, somos conflictivos, inconstantes. No tenemos fuerzas para ascender hacia las cumbres de la moralidad, de la fe, de la solidaridad, de la felicidad comunicativa. Llevamos en nosotros  el principio del mal. Nos cansamos, nos agotamos, nos sentimos derrotados e incapaces, cuando se nos piden sacrificios. Y Tú no has dudado en pedirnos el sacrificio de nuestra vida, llevando tu cruz cada día hacia nuestro propio calvario.  

Tú no dudas, y nos repites: “Vosotros sois la Luz del mundo”. Y lo que se le pide a una luz es que ilumine, que comunique energía, alegría, belleza, pureza, vida. Por ello no puede estar escondida, ni se la pone debajo del celemín, o en una caja cerrada, sino que se la pone en el alto candelabro, para que ilumine mejor a todos los que están en casa, y pueda ser vista por todos, y todos puedan recibir de ella la visión de la realidad. Esto me pides a mí. Se lo pides a los millones de creyentes en ti. Nos lo repites ahora: “Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo, Capítulo 5).  

Ya el Libro de los Proverbios tenía frases muy agradables para los que escuchaban a Yahvé y practicaban sus enseñanzas. En el Capítulo 4 se puede leer esta frase: “LA senda de los justos es como la luz del alba, que va en aumento hasta llegar a pleno día.  Pero el camino de los malos es como tinieblas, no saben dónde han tropezado”.

 

LA LUZ DEL CANDIL. Tú eres el sol, Jesucristo. Nosotros no llegamos a más que a la temblorosa luz de una pequeña vela de hogar. Sólo podemos ser como la incipiente y temblorosa llamita de un candil de cocina, de aquellos que había en nuestras casas, reliquias de los tiempos pasados, para los días en que se estropeaba la luz eléctrica de la ciudad.  

Es todo lo que podemos ofrecerte. Pero lo vamos a realizar con todo nuestro entusiasmo y nuestra sinceridad de cristianos convencidos.  

Seguramente no vamos a iluminar y a transformar a muchos compañeros y compañeras de viaje, ni podremos purificar totalmente las cloacas de la humanidad, pero vamos a intentar que aquellos que nos miren y nos escuchen, no se sientan turbados por lo malo que hay en nosotros, sino que experimenten un nuevo impulso para buscar el bien, tu bien, el bien tal como Tú lo revelaste en tu Mensaje de Salvación. Que nuestra pequeña llama, luminosa, sea como una respiración más honda, renovadora, tranquilizante, orientadora, en todos los que estén cerca de nosotros y caminen por las calles y plazas de este mundo materialista.  

Te contaré una anécdota que me inspiró unos versos. Entré en una casa normal, familiar, y en un ángulo de un salón sobre el aparato de la televisión, alguien había puesto un jarrón de cerámica en el que había un ramo de flores rojas, y en el centro del ramo había injertado un largo cirio estrecho. El cirio era uno de esos que se entregan a los presentes para que lo mantengan encendido el día de la fiesta de la Candelaria.  

En esta fiesta los cristianos recordamos que Tú, cuando eras casi un recién nacido, fuiste presentado a Dios, tu Padre, por María y José, en el templo de Jerusalén, como decían las leyes. Y entonces un anciano, justo y profeta, Simeón, te vio, te cogió y te sostuvo en sus manos temblorosas y cantó aquellas frases en las que se habla también de ti como “Luz para iluminación de las gentes y gloria de tu pueblo Israel”.  La poesía se titula Luz Vertical.  

Muchos de nosotros no podemos llegar a más. Nos basta con ser un velón de esos que se compran en cualquier y se colocan delante de un altar, delante de una imagen querida o sencillamente sobre una mesa para que su luz amarillenta y rojiza transforme el ambiente y los rostros de los que se reúnen en familia para alimentarse o rezar.  

“Lo esencial es no cerrar los ojos a la luz”, escribió Tolstoi en su obra “Ana Karenina”.  

Y la luz eres siempre Tú. Caminar con los ojos bien abiertos, recibiendo las caricias del sol, reflejándote en nuestro ser, en nuestro pensar, sentir y actuar, siempre muy bien iluminados con tu Luz esplendorosa.  

Recuerdo haber leído en el Libro del Éxodo (Capítulo 10) que Dios castigó al pueblo de Egipto con las famosas plagas, porque el Faraón y sus súbditos no querían conceder la libertad a los israelitas esclavizados. La novena plaga consistió en las tinieblas más densas. Y la describe así el Libro: “Yahvé dijo a Moisés: ´ Extiende tu mano hacia el cielo, y haya sobre la tierra de Egipto tinieblas que puedan palparse ´. Extendió, pues, Moisés su mano hacia el cielo, y hubo por tres días densas tinieblas en todo el país de Egipto. No se veían unos a otros, y nadie pudo moverse de su sitio por espacio de tres días, mientras que todos los hijos de Israel tenían luz en sus moradas  

Este hecho que tiene mucho de fantástico me parece un preanuncio de lo que iba a suceder en el mundo con tu Presencia Luminosa. Habría grandes tinieblas, densas, palpables, como todavía se pueden constatar en nuestros tiempos, pero también los hijos del nuevo Pueblo de Dios tendrían hermosas, claras luces en sus hogares y en sus asambleas.

 

TUS APÓSTOLES Y LA LUZ. Pablo tuvo una gran experiencia de la Luz. Y varias veces en sus discursos y en sus cartas se refirió a esta convulsiva, transformadora,  experiencia de tu acción vocacional. Tú esperabas a aquel duro perseguidor de tu Iglesia, en el camino de Damasco, para convertirlo de tu enemigo implacable en un implacable mensajero y apóstol de tu Verdad.  

Lo dicen “Los Hechos de los Apóstoles” en su capítulo 9: “Sucedió que, yendo de camino, cuando estaba [Saulo] cerca de Damasco, de repente le rodeó una luz venida del cielo”. Y cayó en tierra. La conversión estaba realizada. “Saulo se levantó del suelo y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada”. Ananías le recibió, le curó la vista y lo bautizó. Podía ya ver la luz, que ahora tenía un nombre. Se llamaba Jesús de Nazaret. Tú le habías deslumbrado y le dejaste ciego. El mismo lo recordaba así, en su discurso ante los judíos de Jerusalén (Hechos. Capítulo 22): “Como yo no veía, a causa del resplandor de aquella luz, conducido de la mano por mis compañeros, entré en Damasco”.  

Después, ya activo, Pablo, en su Carta a los Romanos (Capítulo 13), se dirige a los cristianos y les describe “Las armas de la luz”: “La noche está avanzada. El día se avecina. Despojémonos, pues,  de las obras de las tinieblas, y revistámonos de las armas de la luz. Como en pleno día, procedamos con decoro: nada de comilonas y borracheras. Nada de lujurias y desenfrenos. Nada de rivalidades y envidias. Revestíos, más bien, del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias”.  

Y a los Efesios (Capítulo 5) Pablo exhorta: “En otro tiempo fuisteis tinieblas. Mas ahora sois luz en el Señor. Vivid como hijos de la luz. Pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad”.  

También Santiago y Pedro tienen referencias a tu luz en sus Cartas. Pero son interesantes y especialmente brillantes las frases de Juan: “Este es el mensaje que hemos oído de El y que os anunciamos: Dios es luz. En El no hay tiniebla alguna. Si decimos que estamos en comunión con El y caminamos en tinieblas, mentimos y no obramos conforme a la verdad. Pero si caminamos en la luz, como El mismo está en la luz, estamos en comunión unos con otros. Y la sangre de su Hijos Jesús nos purifica de todo pecado”. (Primera Carta de Juan, Capítulo 1). Y en el Capítulo 2: “Las tinieblas pasan y la luz verdadera brilla ya. Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano, está aún en las tinieblas. Quien ama a su hermano, permanece en la luz y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe a dónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos”.  

Tus Apóstoles recogieron, practicaron y proclamaron muy bien tu Mensaje de la luz y las tinieblas.  

Nos gustaría colaborar en esta inspiradora misión. Todos los cristianos podríamos y deberíamos ayudar  en esta misión iluminadora lo más intensamente posible. Pero es necesario, para ello, que nosotros mismos seamos luz, aunque no sea más que la luz nerviosa, temblorosa, de un candil de aceite, semejante a aquellos que tenían en sus manos las muchachas en el día de la Boda de aquella parábola tan hermosa en la que nos demostraste que nosotros hemos de estar atentos con las lámparas encendidas, “porque no sabemos ni el día ni la hora de tu venida”, Jesús de Nazaret.  

Termino con unos versos de la Poesía LUZ VERTICAL:

 

                                                “Te levantas hacia el cielo

                                                como una recta de plata.

                                                Pareces un juguetito

                                                Para las estrellas blancas.

 

                                                “Tus raíces son las flores,

                                                pequeñitas y escarlata,

                                                unas rosas de cristal

                                                nacidas de la mañana.

 

                                                “Yo quiero dar mi mensaje

                                                como tú, velita clara.

                                                Alimentado de rosas,

                                                sin que el fuego me deshaga.