Tu presencia, Jesucristo

Autor: Ramón Aguiló SJ

   

Durante la Semana llamada Santa cada año procuramos revivir todos los cristianos del mundo la alegría de Tu Presencia real entre nosotros, Jesús de Nazaret. A muchos hermanos y hermanas de la Iglesia tu presencia entre nosotros es una realidad que viven y vivimos cada día. Son los que toman parte en la Sagrada Eucaristía.

 

Hay un documento de la Iglesia de Roma, del Vaticano, que nos recuerda esta hermosa realidad y la analiza, para que todos participemos en ella, como debe ser. Es la Instrucción “REDEMPTIONIS SACRAMENTUM sobre algunas cosas que se deben observar o evitar acerca de la Santísima Eucaristía” que se publicó el día de la fiesta llamada de la Anunciación del Señor, 25 de Marzo del año 2004. Son unas largas páginas que nos ayudan a meditar y revivir intensamente la realidad de tu Presencia en el mundo, en todas las naciones, en todos los sagrarios, en todas las Basílicas, Catedrales, Templos, Ermitas del universo.

 

Cuando yo pienso en estas hermosas verdades siento el escalofrío de lo sublime. Porque es muy  impresionante que Tú, Jesús de Nazaret, estés presente en todos los rincones donde un amigo tuyo, que participa de tu sacerdocio, celebre lo que llamamos la Santa Misa.

 

Yo cada mañana, cuando me despierto, y abro las ventanas de mi habitación, veo un paisaje marítimo, montañoso, humano, alegre o triste, según los días, veo en invierno la luna y las estrellas, me siento en verano iluminado por un sol dorado, y entonces adoro a Dios, al Dios eterno, Creador de todas las cosas tan hermosas, tan grandiosas, tan ordenadas. Y enseguida me parece verte a Ti, porque ante mis ojos veo las torres de la Catedral inmensa, de las Iglesias Parroquiales o Capillas de los Religiosos y Religiosas vecinos que son una parte sobresaliente del paisaje. Y te digo que deseo ser como Tú quieres que sea, un buen Cristiano, que te comprenda, que comprenda tu personalidad y tu mensaje y que procuraré ser así durante todo aquel día que estoy comenzando. A mi mano derecha, veo una azulada montaña y sobre ella la gigantesca imagen de tu Madre, la siempre Virgen María, que también es la Madre de la Iglesia y mi Madre personal. Y me acuerdo de ella, y le suplico que me guarde y me proteja como “cosa y posesión” suya.

 

Más tarde celebro la Eucaristía en un iglesia parroquial: y allí me encuentro realmente  contigo y con los muchos fieles que creen en Ti, Te aman y Te reciben.

 

Hay un día de la Semana Grande, el Jueves Santo, que muy positivamente contiene un mensaje de divinidad y de unidad para todo el mundo cristiano de todas las naciones y de todos los siglos, y aun para aquellos y aquellas que todavía no han conocido tu personalidad, ni tu mensaje. En este día recordamos unas impresionantes escenas que Tú has vivido.  Te recordamos lavando los pies de tus Apóstoles, arrodillado ante ellos, a pesar de las protestas de Pedro, tu Roca fundamental. Te recordamos cuando decías muy sencillamente tus bellísimas  y emotivas palabras sobre el amor y la fraternidad de todos, con tu deseo de una Unidad indefectible entre todos (“Que sean Uno”). Te recordamos dando gracias al Padre por el Pan y el Vino, bendiciéndolos, para que realizaran tu Presencia: “Esto es mi Cuerpo”, “Este es el cáliz de mi sangre que será derramada por todos vosotros”. Por todo ello, el Jueves Santo es el día del Amor Fraterno.

 

Los cuatro evangelistas han escrito emocionantes recuerdos de estas escenas tan impresionantes. Juan en un capítulo maravilloso (el 6) ha recogido tus enseñanzas sobre tu autodefinición como “Pan de la Vida”. Tú afirmaste con contundencia: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida: El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en Mí y Yo en él... El que coma este pan vivirá para siempre”.

 

También Pablo, el que persiguió a tu iglesia primera y al que Tú han llamado para que fuera tu Apóstol también afirma en su Primera Carta a los Corintios:  “Yo recibí del Señor lo que os he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan y después de dar gracias, lo partió y dijo: ´Este es mi cuerpo que se da por vosotros; haced esto en recuerdo mio´. Así mismo también la copa después de cenar diciendo: ´Esta copa es la nueva Alianza en mi Sangre. Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en recuerdo mío´. Pues cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor hasta que venga”.

 

En la llamada Carta a los Hebreos (Capítulo 7), ha quedado escrito: “Jesús, como permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa. De ahí que puede salvar definitivamente a los que por medio de El se acercan a Dios, porque vive siempre para interceder en su favor. Y tal convenía que fuese nuestro Sumo Sacerdote: Santo, Inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre el cielo...”

 

Y es que la Eucaristía  es la celebración central del Cristiano que mantiene imperturbable su Fe en Ti, Jesús. La Eucaristía nos une a todos y a todos contigo.

 

La Eucaristía es la fuerza de la UNIDAD ECLESIAL. En las plegarias eucarísticas se encuentran textos que subrayan esta unidad: “Te pedimos humildemente que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo. Acuérdate, Señor, de tu Iglesia extendida por toda la tierra, y con el Papa (...) y nuestro Obispo (...), y todos los Pastores que cuidan de tu pueblo, llévala a su perfección por la caridad”. Es una unidad orgánica que va de arriba abajo y en todas las direcciones sociales. Es la unidad que abraza el mundo del más allá y nuestro pequeño mundo de los creyentes y de los que, sin ellos saberlo, están con los que creen en Ti, Jesucristo, y forman así parte del alma de la Iglesia.

 

Los Cristianos nunca vamos solos. Siempre nos acompañas Tú. Porque “Jesús murió para reunir a los Hijos de Dios dispersos”.

 

Vivamos profundamente, austeramente, la presencia de Jesús que nos da fuerza para vencer siempre como cristianos, y que nos llama a experimentar alegremente la unidad de todos los seres humanos, porque no existen las enemistades para un cristiano. Para nosotros no hay enemigos. Solamente hay hermanos y hermanas. Y todos siempre felices. Gracias, Jesús, porque siempre nos acompañas, nos guías.