Tu Monte, el Monte Sión

Autor: Ramón Aguiló sj.

No te puedes imaginar la alegría inmensa que experimentamos en nuestro mundo cristiano, y muy especialmente en mi propia vida personal, cuando unos días especiales, extraordinarios, nos recuerdan tu inmensa Personalidad Humano-Divina, Jesús de Nazaret.

 

Nuestra vida normalmente se va desarrollando en el cuadro gris de la rutina diaria. Dormimos, nos despertamos, trabajamos, procuramos mantener nuestras fuerzas, rezamos un poco, y volvemos a dormir. Y así cada día. Pero, de pronto, inesperadamente apareces Tú, como si nos quisieras encontrar y hablar con nosotros. Esto sucede en las grandes Fiestas del año Litúrgico Católico. Las alegres y dulces Fiestas de tu Nacimiento, la Navidad, y las impresionantes Fiestas de tu Muerte y de tu Resurrección gloriosa, la Pascua.

 

Espero que todo esto que te escribo y te recuerdo suceda también a todos mis hermanos y hermanas que te conocen y te aman, que procuran vivir sencillamente tu mensaje salvador, y por ello viven pensando continuamente en Ti, y se acercan con frecuencia, y veces cada día, a escucharte y recibirte en nuestras iglesias, capillas, ermitas, santuarios, esparcidos por el mundo.

 

También algunas Fiestas, muy especiales, nos recuerdan algunos rasgos sobresalientes, de tu Personalidad maravillosa, brillante. Una de estas Fiestas, por ejemplo, es la Fiesta de Cristo Rey. Entonces te presentas Tú, como Rey del Universo.

 

Otras veces te presentas también ante la humanidad creyente con otros rasgos de tu persona, que Tú definiste como Hijo de Dios, e Hijo del Hombre.

 

Hay Fiestas, hay recuerdos de tu vida que nos llevan hacia un Monte, que irradia una luz muy especial sobre tu Persona. Es el Monte Sión, situado en la hermosa ciudad de Jerusalén, en donde Tú te has sacrificado en la Cruz por la humanidad pecadora, materialista.

 

Tu vida terrena comenzó, por casualidad, en Belén de Judá, en una choza muy pobre, prosiguió en Nazaret, donde has vivido tu infancia y tu juventud, después siguió en Cafarnaún, para terminar en la capital del pueblo judío, Jerusalén.

 

Jerusalén fue como el centro de tu vida. Varias veces en tu vida pública, cuando ya habías comenzado tu trabajo de comunicador del mensaje de Dios a la humanidad, y cuando ya estabas reuniendo a tus Embajadores o Apóstoles, hablaste de Jerusalén y la tomaste como objetivo de tus caminatas. Como si Jerusalén fuera la meta de tus andanzas. Seguramente estuviste muchas veces en aquel lugar que hizo famoso el Rey David, con su palacio y el templo que él comenzó a construir. El nombre de este Monte famoso, síntesis de las glorias y de las esperanzas mesiánicas del pueblo de Israel, es el de Monte Sión.

 

¿Te acuerdas? ¡Cuántas veces cruzaste aquel lugar tan bello!. Hasta has llorado ante aquella hermosa ciudad santa que Tú tanto querías, porque tu mirada profética la contemplaba asediada, destruida, cubierta de cadáveres de hombres y de mujeres, de niños y ancianos de tu querido pueblo, llamado el Pueblo de Dios.

 

¿Te acercaste al Monte Sión? ¿Contemplaste lo que el templo significaba? ¿Recordaste al Rey David, que era presentado por los Profetas como la raiz histórica, la aurora, del Mesías, el Cristo, el Ungido de Dios?

 

En el mundo seguramente hay varios lugares e iglesias que llevan el hermoso nombre de Sión. Yo en mi vida de cristiano he conocido una calle y una iglesia que lleva este tan cristológico nombre de Monte Sión. Evidentemente este hombre nos va indicando la realidad de lo que Tú has vivido personalmente durante tu vida de evangelizador. Las Palabras Monte Sión tienen una clara referencia, luminosa, histórica, al Monte que Tú visitaste y que nos recuerda siempre al Rey David y a los Judíos de la Historia.  Cuando se habla de Monte Sión como nombre de un lugar o de una iglesia, brota una flecha que nos señala probablemente a una sinagoga o a un guetto judío.

 

Ya ves. En unos momentos te has mostrado como Rey del Universo y concretamente como Hijo del Rey David. Siempre me han impresionado los gritos, las súplicas de los que te pedía el milagro de su curación, y te llamaban: “Hijo de David, ten compasión de mí”.

 

La Fiesta de Jesucristo Rey del Universo es el punto final del Año Litúrgico Católico. Esta Fiesta es como el resumen triunfal de los recuerdos y celebraciones de todo el año. Sabemos que Tú eres Rey. Y todos sabemos que tu Realeza es una Realeza especial, extraordinaria, diferente a las realezas mundanas,. La tuya es la realeza de un Rey que muere crucificado entre dos delincuentes o bandidos. Los reyes de este mundo visten brillante uniformes de militar, de marino, de aviador y tienen numerosos ejércitos, y son aclamados por las multitudes, y ven orgullosos cómo las banderas nacionales se inclinan ante ellos.

 

Tú eres Rey del Universo. No eres el Rey de una Nación, ni de una Raza, ni de una Historia. Y todos los que te aclamamos en nuestras asambleas eclesiales, lo queremos hacer porque te amamos, y porque queremos agradecerte tu sacrificio en la cruz para nuestra salvación eterna. Y porque queremos imitarte, aunque nuestros pequeños sacrificios nunca podrán ser semejantes a los tuyos en el dolor y en la radicalidad. Constantemente recordamos que Tú nos has pedido que llevemos cada día nuestra cruz a cuestas, porque hemos de seguir también nosotros el camino del calvario, cargados, pero sin titubear, aunque algunas veces hemos de ir en coche.

 

La Iglesia Católica recuerda la subida al Monte Sión de tu Madre, María, cuando celebra la bonita fiesta de su presentación en el templo sagrado de Jerusalén, el día 21 de Noviembre de cada año. Ella, jovencita, fue el templo para consagrar su vida a tu Padre, Dios vivo. Lo recordamos cada año, por lo menos, una vez. Ella se nos presenta también como modelo, para que sepamos vivir nuestras vidas, como cristianos, consagrados a Dios.

 

Yo quisiera terminar esta carta, gritando un vibrante ¡VIVA CRISTO REY DEL UNIVERSO!, que es el grito con el que han muerto muchos mártires, que han dado su vida por tu causa. Y también quiero recordar unas hermosas palabras del Salmo 87 (86), cuyo autor ha visto a Jerusalén  y ha escuchado lo que pensaba Yahvé: “Prefiere el Señor las puertas de Sión a todos los palacios de Jacob”.