Tu Madre y la espada

Autor: Ramón Aguiló SJ

 

El otro día pasé cerca de una casa de campo. Y ví algo que ya nunca podemos ver los hombres y las mujeres de las ciudades modernas. Vemos muchos coches. Contemplamos radiantes escaparates llenos de ofertas, de productos, de perfumes, de juguetes, o de mil otras cosas más o menos útiles. Pero no vemos lo que Tú pudiste ver en Nazaret y en aquellas aldeas de tu pueblo. Yo lo ví el otro día. Por casualidad. Una Gallina, con su cuello bien estirado y su crestita coloreada, iba rodeada de polluelos de plumas blancas. Parecía que cantaba una canción en una lengua que sólamente ellos podían comprender. 

Y entonces pensé en Tí. Tú también hablaste de la Gallina y de los polluelos, cuando recordaste las numerosas veces que Tú, como Dios, y aun como Hombre, habías intentado reunir a los hijos de Jerusalén bajo tu protección y tu guía. Han recogido estas frases tuyas Mateo en su Capítulo 23 y Lucas en el 13. 

"¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus pollos bajo las alas, y no habéis querido!". Los dos Evangelistas reproducen tu exclamación en los mismos términos. Lucas, sin embargo, habla de "su nidada". Y a mí esta triste expresión me sugiere que Tú Te comparas a una Madre. Porque la maternidad también se da entre los animales más diversos. Y esa maternidad casera, espontánea, campesina, Te sirvió para expresar las grandezas de la maternidad humana. Y lo que es más importante, con ella, expresaste tu gran amor a los hijos de Jerusalén, a los Israelitas y a toda la humanidad. Es que la Madre ha sido siempre muy exaltada por los libros sagrados, y por los que hablaban en nombre de tu Padre. 

Los Profetas, los Escritores Bíblicos han tomado a la Madre humana como símbolo del amor sacrificado por los hijos. Y, cuando el Padre ha querido expresar cuánto nos ama, ha recurrido a la metáfora de la Madre, para asegurar su Amor Divino las supera. Y todas estas maravillas de la Maternidad se dan de una forma excelente, eminente, en la que fue tu querida Madre, María, que es también la Nuestra. Porque Tú así lo has querido, y porque nosotros, los miembros de la Iglesia, así La hemos aclamado.

 

LO QUE DICEN LOS LIBROS SAGRADOS. Jesús de Nazaret, Tú conoces perfectamente los libros santos. Tú has leído muchas veces la Biblia. Lo hiciste en tu casa. Ante los Doctores cuando tenías apenas 12 años. En las sinagogas cuando Te dejaban hablar. 

Tú sabes que en el Libro de los Libros, la BIBLIA, se dicen cosas muy hermosas sobre las madres. Por ejemplo, el Eclesiástico dice: "Sé para los huérfanos un padre, haz con su madre lo que hizo su marido. Y serás como un hijo del Altísimo. El te amará más que tu Madre".  El Profeta Isaías escribe: "Como uno a quien su Madre le consuela, así yo os consolaré". 

La Ley de Moisés, los Diez Mandamientos famosos y fundamentales, tiene uno que es el cuarto. Y este cuarto Mandamiento ordena a todos los seres humanos "Honrar al Padre y a la Madre para vivir largos años de vida". Este precepto tan claro, tan elemental, tan importante, tan natural, debería estar escrito en todas las Constituciones o Leyes Fundamentales de los Estados y de las Comunidades Humanas. Y, si todos lo cumpliéramos, el mundo sería más tranquilo y más feliz. También las Madres deben colaborar con su parte de esfuerzo para que el tributo de nuestra veneración sea más fácil, más justo, más espontáneo.  

El Exodo establece castigos muy duros contra los hijos que no cumplen este importante Mandamiento. Hasta la pena de muerte: "El que pegue a su padre o a su madre, morirá.[...] El que trate sin respeto a su padre o a su madre, morirá". 

El Libro de los Proverbios casi comienza así: "Escucha, hijo mío, la instrucción de tu padre y no desprecies la lección de tu Madre: corona graciosa son para tu cabeza y un collar para tu cuello". "Guarda, hijo mío, el mandato de tu padre y no desprecies la lección de tu Madre. Tenlos atados siempre a tu corazón, enlázalos a tu cuello. En tus pasos ellos serán tu guía. Cuando te acuestes, velarán por tí. Conversarán contigo al despertar". "El hijo necio entristece a su Madre". "Hijo necio, tristeza de su padre y amargura de su Madre".  

Y el Eclesiástico insiste: "Como el que atesora es quien da gloria a su Madre". "Obedece al Señor quien da sosiego a su madre". "Como blasfemo es el que abandona a su padre. Maldito del Señor quien irrita a su Madre". 

Encontré la valiente historia de una Heróica Madre en el Segundo Libro de los Macabeos. Es una de las páginas más sugestivas sobre las luchas de los Israelitas contra los pueblos vecinos para mantener su fe en Yahvé y la práctica diaria de su Religión Mosaica.  

Siete Hermanos judíos perseguidos y amenazados de muerte por el Rey pagano Antíoco tuvieron siempre la cercanía y las llamadas al heroísmo de su valiente madre. No se dice su nombre. Pero esta madre era una heroína. Tenía siete hijos. Y vió cómo uno tras otro iban rechazando las ofertas de riquezas si abdicaban de su Ley. Los vió morir después entre torturas inenarrables. Y cuando llegó el más pequeño, ella le comunicó el valor para que no sintiera miedo, con unas palabras encendidas: "Hijo, ten compasión de mí que te llevé en el seno por nueve meses, te amamanté por tres años, te crié y te eduqué hasta la edad que tienes. Te ruego, hijo, que mires al cielo y a la tierra y, al ver todo lo que hay en ellos, sepas que a partir de la nada lo hizo Dios y que también el género humano ha llegado así a la existencia. No temas a este verdugo, antes bien mostrándote digno de tus hermanos, acepta la muerte, para que vuelva yo a encontrarte con tus hermanos en el tiempo de la Misericordia". Termina el capítulo 7, afirmando: "También éste tuvo un limpio tránsito, con entera confianza en el Señor. Por último, después de los hijos, murió la Madre"

Esta Madre de los siete jóvenes se levanta entre las multitudes como el mejor monumento a la madre del Coraje y de la Fuerza, encarnación de todas las madres, que han acompañado a sus hijos durante los avatares y las torturas que les inflige la vida de cada día, o en situaciones extremas y especiales. Esta valiente madre quiere borrar con su presencia alentadora y su propia muerte torturada la imagen destrozada, vencida, de la madre de todos los vivientes.

 

MARíA, LA MADRE TRIUNFADORA. Pero la Madre Verdadera, Triunfadora, Invencible, es una muchacha de Nazaret a la que fue enviado por Dios el Angel Gabriel, en el año cero de la Historia de Cristo. "El nombre de la Virgen era María", dice sencillamente el Evangelio de las exclusivas juveniles, el de Lucas, el Médico. Y así comenzabas Tú, silenciosamente, hermosamente, tu Vida. Lo he visto en aquellos Cuadros, las varias "Anunciaciones" de Guido di Pietro, el Dominico Pintor, Beato Fra Angélico que, en la primera mitad del siglo XV, trabajó en Firenze. Llenó el convento con su belleza y su arte. Yo los pude contemplar con inmenso gozo en el Convento convertido en Museo di San Marco.  

Comenzaba Tu Vida sobre esta nuestra tan manchada, tan agitada, tan ensangrentada, tierra. Así se pusieron en marcha los latidos acompasados de tu Corazón de Niño, Jesús de Nazaret. Se había encarnado, todavía oculto, el Hijo de Dios. Y con ello había nacido la Madre de Dios, María. Ella Te precedió en el camino. Como treinta y tres años más tarde, Ella cuidó de tu Iglesia recién nacida en el día triunfal de Pentecostés. 

María estuvo siempre presente en tu azarosa vida de pocos años. Porque has muerto joven. Y, como todas las madres, estuvo junto a Tí en los días alegres y en los días tristes. Estuvo cerca, aunque estuviera lejos, y Tú no la vieras. Seguía tus pasos, aunque se hubiera quedado en la casita de Nazaret. Tú lo sabes perfectamente. Esta Madre fue una Madre ejemplar. Silenciosa. Respetuosa. Se parecía a un ángel que está ahí, aunque no se le vé. Buscaba conservar cuidadosamente en su corazón todo lo que experimentaba y veía. Quería comprender todo lo que le parecía tan misterioso y divino. Y callaba. Pero sus ojos hablaban y hablaba a gritos su corazón de Madre joven. 

Pocos días después de haber dialogado con Gabriel, cuando Tú ya estabas en su seno, emprendió un difícil y peligroso viaje por las montañas hacia Judá, para saludar y felicitar a su pariente Isabel que iba a ser madre de Juan el Bautista. Y el encuentro de las dos mujeres madres hizo saltar las chispas de la alegría y de la felicidad. Saltó Juan en el vientre de Isabel. Y María comenzó a cantar y a recitar un poema, como arrollada por el Espíritu, Profeta y Poetisa a la vez. Compuso, recitó y cantó el "Magníficat", que es una hermosa síntesis de tu Programa, Cristiano y Revolucionario. Lo ha recogido Lucas, el Médico.

 

               "Engrandece mi alma al Señor

               y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador

               porque ha puesto los ojos

               en la humildad de su esclava,

               por éso desde ahora

               todas las generaciones me llamarán bienaventurada.  

           

               Porque ha hecho en mi favor maravillas

               el Poderoso, Santo es su Nombre.              

               Y su Misericordia alcanza

               de generación en generación a los que Le temen.

 

               Desplegó la fuerza de su brazo.

               Dispersó a los que son soberbios

               en su propio corazón.

 

               Derribó a los potentados de sus tronos

               y exaltó a los humildes.

               A los hambrientos colmó de bienes

               y despidió a los ricos sin nada.

 

               Acogió a Israel, su Siervo,

               acordándose de la misericordia,

               como había prometido a nuestros padres,

               en favor de Abraham y de su linaje por los siglos".

 

María, la Madre, se quedó con sus parientes durante unos tres meses. Y "se volvió a su casa" de Nazaret. Desde esta aldea tranquila, María contempló lo que iba llegando. Nació el hijo de Isabel. Y hubo alegría en su casa y discusiones sobre cómo debía llamarse, cuando fue circuncidado.  

Vió y adivinó las dudas de José, su desposado, ante las señales externas de su maternidad. Y agradeció a Dios que aquella angustia se cambiara en gozo, gracias a las sugerencias de un ángel en la noche. 

Se acercaba para ella el día del nacimiento de aquel que sería llamado Jesús, como había ordenado el ángel. Y un Edicto del Emperador Cesar Augusto preparó el camino hacia Belén, la ciudad de David. Y "Tú, Belén, tierra de Judá, no eres la menor entre los  principales clanes de Judá. Porque de tí saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo Israel", había dicho el profeta Miqueas. 

María y José se pusieron de viaje. Y llegaron a Belén. No había sitio para ellos en el hostal. Y tuvieron que refugiarse en una cueva, donde había un pesebre para los animales. Y allí naciste Tú, el Rey de la Totalidad de las cosas. Ella sufrió. Y seguramente lloró al ver lo que podía ofrecerTe por culpa de aquel incómodo Emperador lejano, de la Roma Imperial. Los ángeles Te adoraron, proclamaron el hermoso lema de la Gloria y de la Paz, hablaron a los pastores. Y María los vió llegar. Como vió llegar después a unos Magos del Oriente que, siguiendo el camino de una Estrella, se postraron ante Tí, el Niño nacido en Belén, y Te ofrecieron regalos de Oro, Incienso y Mirra, como a Rey, Dios y Hombre. 

Tú habías sido circuncidado como buen Israelita, a los ocho días de haber nacido. Y se Te impuso el nombre de "Jesús" que el Arcángel había anunciado a María y a José. Llegabas como "Salvador" de la Humanidad. 

Pero muy pronto apareció "La Espada" para tu Madre. Lo narra también, en exclusiva, Lucas, en su Capítulo 2. 

Cuando llegó el tiempo de tu Presentación en el templo y de la Purificación de tu Madre, fuisteis al Templo de Jerusalén para cumplir las Leyes. Y entonces aparecieron, cerca del Templo, el anciano Simeón y la profetisa Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser.  

Simeón Te vió en aquel Niño como Luz del Mundo, gloria de su Pueblo y Salvador de la Humanidad. Era un cántico de alegría, de triunfo. Tú, pequeñín con los ojos bien abiertos, estabas en sus manos de anciano, levantado hacia el cielo. Aquel Simeón era como uno de nuestros abuelitos que, cuando piensan en sus nietos, sueñan siempre bondades y grandezas.  

Pero siguieron sus sueños y sus profecías. Y vió que Tú serías una "Señal de Contradicción", que estabas ahí, en medio de los hombres, "para caída y elevación de muchos en Israel". Tu Madre sintió que su corazón se llenaba de angustia. Y entonces escuchó las terribles palabras que el anciano le dirigía a Ella: "Y a Tí misma, una Espada Te atravesará el alma". 

Y ha sido así siempre. Tu buena, tu hermosa Madre, caminó por los caminos de la Vida con una sonrisa en los labios, y una espada sangrante en su alma maternal, delicada, entregada completamente a Tí, su Hijo, el Hermano de los Hombres, el Hijo de Dios.  

Ana después hablaba maravillas de aquel Niño. María se sentía feliz y valiente, pero iba experimentando ya la aguda punta de algo en forma de espada que llevaba dentro de Sí. Tenía un tesoro en sus débiles manos de Mujer bendecida, de Mujer sacrificada, de Madre, Expresión de todo lo que una Madre puede llegar a ser y a sufrir. 

Pero Mateo, Capítulo 2, completa la historia de sangre, en exclusiva. Habían sido unos duros y al mismo tiempo hermosos días para María. Enseguida comenzó la tragedia. José le dijo: "Hemos de huir a Egipto. Lo ha dicho el angel". Se levantaron y se pusieron en camino. Herodes quería matarTe, aunque eras sólamente un niño, aquel niño que era buscado por los Magos, porque habías sido llamado Rey de los Judíos. Me imagino aquel viaje de fugitivos. Siento el dolor condensado en aquel silencio de aceptación de la Voluntad del Padre. 

No sé cuánto tiempo estuvieron en Egipto. Al regresar, se dirigieron hacia Nazaret. Y comenzaron los años tranquilos de tu Niñez, tu Adolescencia, tu Juventud. Ibas creciendo en gracia y en verdad. Les obedecías. Trabajabas. Leías. Escuchabas en las Sinagogas, en tu hogar, en la calle y en los campos donde viste y aprendiste tantas cosas que más tarde convertirías en originales, sencillas y caseras parábolas del Reino de Dios. 

Tenías doce años, cuando diste un susto a tu Madre y a José. Cuando fuiste con ellos a la Fiesta de Jerusalén, Te quedaste en el Templo, entre los doctores, sin el permiso de tus padres. Abandonaste tu hogar, como hacen ahora tantos y tantas jóvenes de nuestros tiempos. Pero Te encontraron. Tu Madre Te expresó sus quejas. Y Tú les diste una respuesta educada, pero dura. Tu Vida tenía un sentido diferente al sentido de los demás niños. Ellos lo debían comprender.

 

EL CORAZóN Y LA MENTE DE TU MADRE TE SIGUIERON EN TU VIDA APOSTóLICA. Llegó el día en que debías marcharTe de Nazaret para seguir tu propio camino. Y les dijiste "Adiós". Comenzaban los tres años de tu Vida Pública. Los años de soledad de María. José murió y ella se quedó sola. Tal vez con algunos parientes. Te miraba desde lejos. Oraba y sufría. Tú caminabas. Dormías donde podías. Hablaste con Juan el que bautizaba. Estuviste en el desierto. Reuniste a algunos discípulos. Les hablabas. Curabas a enfermos. La gente iba conociéndoTe cada vez más. Nombraste doce Apóstoles, los "enviados". Todos hablan de Tí. Te estableces en Cafarnaún. Los Evangelistas se olvidan de tu Madre. Hasta Lucas, el de las exclusivas, ya no se acuerda de Ella. 

Durante tu Vida Misionera tu Madre aparece en tres ocasiones. De estas tres, dos son recogidas en exclusiva por el Apóstol y Evangelista Juan.  Y en las tres hay un rasgo, unas gotas amargas, de sufrimiento para Ella. Por tu Causa fue así.  

La Primera en la Boda de Caná. Ella era una de las personas invitadas. Los nuevos esposos serían muy amigos de su familia. Tú también estabas allí en la Fiesta, en un gesto enormemente humano y solidario. Tú harías el primer Milagro de una cierta repercusión social. Un milagro casero y simpático. Pero lo realizaste porque tu Madre Te lo sugirió. "No tienen Vino", Te dijo. Y Tú la comprendiste. La trataste con un poco de lejanía. "Mujer, ¿qué nos va a Mí y a Tí?. Todavía no ha llegado mi hora". Pero la escuchaste. La hiciste un regalo a Ella y a los amigos esposos que os habían invitado. Y nos diste a todos nosotros la gran lección del humanismo y de la dignidad del matrimonio. Seguramente tu Madre, después, cuando hubo terminado la Fiesta se preguntaría: "¿Por qué mi Hijo se ha mostrado tan frío conmigo?". 

La Segunda sucedió en alguna de tus excursiones apostólicas. La gente Te iba admirando cada vez más. Y se congregaban multitudes para escucharTe y pedirTe ayuda. Lo narran los tres sinópticos, es decir, Mateo, Marcos y Lucas. Dice Mateo: "Todavía estaba hablando a la muchedumbre, cuando su madre y sus parientes se presentaron fuera y trataban de hablar con El. Alguien le dijo: 'Oye. Ahí fuera están tu Madre y tus Hermanos que desean hablarTe'. Pero El respondió al que se lo decía: '¿Quién es mi Madre y quiénes son mis hermanos?'. Y extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: 'Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre Celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre'". 

Una vez más tu Madre, María, recibía una sacudida en su corazón. Había en tu actitud y en tus palabras, una alabanza para tu Madre, que lo era para cumplir de lleno la Voluntad de Dios, pero también en la actitud y en las palabras, brillaban una gotas de amargura y de soledad. Ella, estoy cierto, lo sintió así. Y sufrió. Sin embargo, tu aparente frialdad con María y tus Palabras, señalando a tus discípulos, todavía ahora, después de veinte siglos, son una campanada de alegría, unas pinceladas de luz, para todos aquellos que queremos cumplir la Voluntad de tu Padre, y nos sentimos exclusivamente "Discípulos tuyos". Queremos ser sencillamente "Cristianos", y por ello nos sentimos tus "hermanos, hermanas, madres", es decir, tus íntimos, más íntimos, los que lo saben todo de Tí y de tu Doctrina, como les dijiste más tarde, a tus Apóstoles: "No os llamo Siervos. Os llamo Amigos. Porque los Amigos son los que no tienen secretos". 

La Tercera vez sucedió al pie de la Cruz, en el Calvario. Cuando tu Padre Te ofrecía el cáliz amargo de la soledad, cuando Judas Te había vendido, todos Te habían abandonado y Pedro Te había negado, Jesús de Nazaret, no estabas solo. Te había seguido tu Madre, María, Te había seguido Juan, el predilecto, Te habían seguido unas pocas mujeres. Y todos ellos se fueron acercando a la Cruz, donde Tú estabas clavado y sufrías. Entonces tuviste fuerzas todavía para mirar a tu Madre que estaba de pie y agradecerle su Presencia allí. Juan lo ha contado en un relato lleno de emoción: "Junto a la Cruz de Jesús estaban su Madre, la hermana de su Madre, María, Mujer de Cleofás y María Magdalena. Jesús, viendo a su Madre y junto a Ella al discípulo a quien amaba, dice a su Madre: 'Mujer, ahí tienes a tu Hijo'. Luego dice al discípulo: 'Ahí tienes a tu Madre'. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa". ImagínaTe cómo sufría tu Madre en los largos momentos de tu atroz agonía y de tu generosa muerte. El Cáliz, el Trago amargo, era también para Ella. Por ésto se la ha llamado "Corredentora de la Humanidad".

 

TU MADRE Y LOS ARTISTAS. Los Artistas más geniales de la Historia han recogido todas estas impresiones en sus lienzos, retablos y esculturas. A mí me han impresionado muy hondamente las Hermosas "Pietà" de Miguel Angel Buonarroti, una de las cuales, la más suave, está en la Basílica de San Pedro de Roma; pero hay otra en la Catedral de Santa María del Fiore de Firenze que me parece más genial y más realista. Es de la última época del genial y polifacético artista. La Obra quedó incompleta y Tiberio Calcagni, desafortunadamente, le añadió la figura de María Magdalena, después de muerto Miguel Angel. Pero, aún así, me parece maravillosa. Es la Personificación del Dolor de la Madre. De todas las madres que estrechan a sus hijos muertos.

 

TU MADRE DESPUéS DE TU MUERTE. Después de la Pasión y de la Muerte, María desaparece de nuevo durante los días gloriosos de la Resurrección y la preparación de la Iglesia. Pero reaparece de nuevo, gloriosamente, el día en que la Iglesia de Jesús nace, en medio de los temblores, de los huracanes, de las llamas encendidas de la Fiesta de Pentecostés. Allí, en el salón de Jerusalén, está tu Madre, María, con los Apóstoles, el día del Cambio y del comienzo de la Conquista del Mundo y de la Historia por tu Presencia y tu Salvación. 

Lo dice Lucas en Los Hechos de los Apóstoles. Se reunían los Apóstoles a orar con María, su Madre, sus parientes y algunas mujeres. Y "Llegado el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente..." Así se iniciaba tu Marcha en la que nosotros también Te seguimos, seguros. Con María... "La Madre de Jesús". 

Cada año lo recordamos, cincuenta días después de la Pascua de tu Resurrección. Centenares de cuadros han intentado reproducir la escena, aquella escena pentecostal. En el centro del grupo de los arrobados por el Espíritu de la Verdad, está Ella, María. Y nosotros nos alegramos. Y La queremos. Y por ello Le hemos ido levantando Santuarios, Basílicas, Monasterios, Monumentos. Y ahora los que amamos a María, nos llamamos "Cristianos y Católicos". Y ésta es nuestra característica irrenunciable. Queremos ser así. Porque sabemos que Tú lo quieres. 

María es para todos la que preside nuestra vocación, nuestra realidad diaria de Hijos de Dios y Templos vivos del Espíritu. Esta es la más hermosa forma de la Maternidad. 

María Madre es grande. Es hermosa. Es una gran Lección. Y no sólamente para todas las Madres del Universo, sino también para todos los demás: para los que se han casado y quieren vivir el amor humano, y para los que, renunciando a este amor, han dedicado sus vidas, al Amor que diviniza, que eleva, que universaliza su personalidad. 

Pero siempre veo a María con la Espada de que habló valiente, proféticamente el Abuelito, el buen hombre que había recibido la seguridad de no morir sin ver al Mesías de Dios, Simeón. 

Estaba ahí la espada, clavada, profunda, punzante, molesta, continua, en el alma de tu Madre y de mi Madre. No la abandonó nunca. Ella no realizó ningun gesto para sacársela. Era la Espada de Dios, que la atravesaba, precisamente porque era la Madre, Tu Madre, tu Buena Madre, Jesús de Nazaret.