Tu gobierno de coalición

Autor: Ramón Aguiló SJ

 

NUESTRA ORACIÓN. Tú, Jesús de Nazaret, sabes cuánto nos cuesta a los seres humanos concentrarnos, para orar y hablar contigo. Me parece que todos oramos mejor con los ojos abiertos, con nuestra atención dirigida hacia ese hermoso mundo exterior, hacia esos hombres y mujeres, pequeños, adultos o ancianos, que se agitan, trabajan, ríen, caminan, se divierten a nuestro alrededor. A mí encerrarme con tu Padre y mi Padre, Dios, en un lugar secreto, silencioso, tranquilo, para hablar, dialogar, meditar, organizar mi vida, me cuesta , pero algunas veces lo consigo. Y entonces lo que me sucede se me convierte en algo inolvidable, inenarrable, superior. Yo soy así: activo. Y son activos muchos de los hermanos que contemplo por las calles y plazas. Yo creo que podemos encontrar a nuestro querido Padre Dios en la actividad bien realizada, profunda, espiritual, serena. Tú lo sabes también. 

TU ORACIÓN. Tú no eres igual que nosotros. Y es que tu personalidad es genial, extraordinaria, suprema. Me dicen los evangelistas que te pasaste toda la noche orando en varias ocasiones. Maravilloso. Me imagino tu actitud de hombre profundo y escucho tu voz divina, llena de contenido y de visiones, universales, de todos los tiempos históricos, dialogando con ese Ser misterioso para nosotros, infinito, a quien Tú llamas Padre con tanto cariño. Lo conocemos gracias a tu revelación. 

Te imagino como centro del universo y centro de la historia, de rodillas, tal vez postrado sobre las tierras del desierto o las rocas de la montaña. Y van pasando por tu fantasía y tu inteligencia sobrehumana los astros y los planetas, especialmente este planeta nuestro tan extraño, tan agitado, tan pecador, casi siempre tan violento. Y van pasando las generaciones desde aquella primera de los que dijeron “No” al Creador, hasta los del último día, pasando por todas las razas, naciones, lenguas, siglos y años. A todos les quieres salvar, les quieres levantar, les quieres dignificar, transformar, divinizar. 

TU ORACIÓN Y TU IGLESIA. Y piensas en tu Iglesia, esa comunidad de los creyentes, de los otros cristos. Y la quieres estructurar, y quieres elegir a aquellos doce que deben ser sus columnas fuertes y fundamentales. Y van pasando los rostros de tus discípulos, unos rostros duros de trabajadores del mar, de campesinos, de funcionarios, de seres semicultos, sin grandes cualidades, sin grandes posibilidades, sin grandes esperanzas, sin grandes fuerzas. Y vas eligiendo uno por uno. Desde ese pescador inquieto al que  Cefas, Piedra, Roca, hasta el Iscariote, el amante del dinero de la bolsa, el que te iba a entregar. Una mayoría es de Betsaida, otros son de Caná. Hay “Hijos del Trueno”, o “Truenos”, “Boanerges” y un “Zelote”, seguramente porque sería un nacionalista agresivo: Todos los tres exaltados, radicales. 

EL GOBIERNO DE TU IGLESIA. Ellos forman el gobierno de tu iglesia primera, la que recibirá la misión universal de transmitir tu mensaje de salvación, el nuevo camino, a todo el universo. Parece un gobierno de coalición. Predominan los obreros, pero hay un poco de todos los grupos sociales. Hay pequeños empresarios, como los hijos del Zebedeo. Hay un nacionalista radical, al que llaman Zelotes. Hay un funcionario llamado Mateo o Leví, que cobraba los impuestos en un kiosco. De Tomás, llamado el “Dídimo”, se ha dicho que era arquitecto. Otros nos son más bien desconocidos. Pero, en cambio, no veo a ninguno que pueda ser considerado de la alta sociedad, de la Jet Set, como diríamos ahora. Tampoco hay ninguno de la casta sacerdotal, ningún militar de prestigio, ningún romano de nacimiento, aunque Pablo, el hebreo, elegido apóstol más tarde era “ciudadano romano” por su posición social y por el ambiente que había vivido y asimilado en Tarso. 

Tú no quieres fundar tu iglesia sobre las fuerzas sociales de este mundo, sobre los poderes terrenos, sobre el dinero, sobre los hombres que visten hermosos y caros trajes y habitan en los espléndidos palacios cargados de obras de arte y de jardines, como tantos israelitas y romanos.

LA IGLESIA A TRAVÉS DE LA HISTORIA. Ya tiene sobre sí más de dos mil años de historia aquella pequeña iglesia que brotó  de aquel oratorio donde se habían reunido tu Madre, María, juntamente con los Apóstoles, el día de la fiesta de Pentecostés. Se sintió como un terremoto. Brilló la luz. Aparecieron llamaradas de fuego sobre las cabezas de todos, como expresión de la toma de posesión del Espíritu Santo, que Tú habías prometido, cuando te estabas despidiendo de todos ellos, antes de la Ascensión. Nacía la iglesia como comunidad abierta. Habló Pedro a la multitud. Les habló de ti, resucitado, vencedor. Y comenzaron las conversiones, y los bautismos. 

Aquella pequeña iglesia comenzaba a caminar por el mundo y a crecer. Y desde entonces ha tenido que sortear toda clase de dificultades, de persecuciones y de intentos de los hombres fuertes, socialmente poderosos, para dominarla.  

Ha tenido muchos mártires. Ha tenido muchos papas, sucesores de la piedra que Tú pusiste, Cefas. Muchos de ellos han muerto violentamente. Hasta hubo     que había sido esclavo, por tanto provenía de la más baja clase social: Calixto I. 

Pero la historia tiene sus caprichos. Y el Centro de la iglesia ha ido tomando formas terrenas. Grandes basílicas. Preciosos símbolos. Tiaras. Y, como decía aquel escritor famoso, sobre la carroza retorcida, ha ido siempre adelante y conquistando el mundo, la Verdad, tu Verdad. 

Vamos caminando con estos misterios a cuestas. Lo que importa es que avancemos. Lo que importa es que se cumpla siempre tu voluntad, y que la cumplamos todos, y todas las generaciones de bautizados. Lo importante es que la iglesia ofrezca ante el mundo una imagen profundamente cristiana, evangélica, universal, bajo el cayado del Buen Pastor, el Papa, que actúa en tu nombre: nuestra iglesia es y debe ser una iglesia cristocéntrica. Para todos los pueblos, naciones, razas, lenguas. Para tu iglesia no hay fronteras. Ella está abierta a todos aquellos que buscan sinceramente la Verdad, que buscan a Dios.