Tierra de inmigrantes

Autor: Ramón Aguiló SJ

 

Ha sido tan frecuente la noticia de emigrantes, que llegan a nuestras costas y a las costas de otras naciones  a través de pateras y otros vulgares artilugios, que ya no nos impresiona.  

Llegan hombres, llegan mujeres, algunas embarazadas, llegan niños y niñas. Algunos mueren durante el viaje. Algunos son subsaharianos. Otros marroquíes.  O de otros países del norte de la inmensa Africa o de otros continentes. Muchos y muchas llegan agotados, sufren de hipodermia, debilitados, tristes. Se les ve temblando. Tumbados en un rincón. Durmiendo. Otros miran aterrados. Y muchos, casi todos, pasan a disposición de la policía, para ser repatriados.  

¿Es todo esto humano? ¿Es cristiano?. ¿Qué diría Jesucristo?  

En cambio, contemplamos algunas realidades positivas. Los Medios de Comunicación nos afirman que, en los Colegios de Mallorca, casi el diez por ciento de los alumnos o alumnas son de origen extranjero. Lo propio debe acontecer en otras naciones. Y esto me parece maravilloso. Nosotros, en nuestra querida isla, no vemos llegar pateras, no nos inquietamos porque se encuentren cadáveres en nuestras costas, en nuestras playas, en nuestros puertos. Todo esto no sucede aquí, entre nosotros. Y sin embargo, además de la verdad porcentual de la abundancia de inmigrantes en nuestros colegios, también podemos contemplar hombres y mujeres de otros pueblos, de otras razas, del Africa y de Sud-América, de países orientales y otros, que trabajan en los países que no son aquellos en los nacieron. Acompañan a hombres y mujeres ancianos o heridos,  por las calles, o trabajan en obras de construcción, en hoteles, en restaurantes, bares y cafés, escriben, estudian, abren bufetes de abogados, etcétera, etcétera.  

Cuando hablamos con ellos y les preguntamos qué les sucedió para que emigraran de su país y buscaran un sitio, un modo de vivir en un país extranjero, ellos sonríen. Y a veces nos dicen: “Sería muy largo contárselo todo. Pero le podría decir en una frase, en unas palabras: Si no trabajo, no como”.  

La historia de la humanidad, la historia de todos los países del mundo, la historia de las naciones más orgullosas, que se presentan como modelos de democracia, de convivencia y de paz, está llena de movimientos de pueblos, de personas, de razas, de lenguas, de religiones, que se han ido desplazando por encima de las fronteras.  

Los historiadores lo saben muy bien. Nosotros, los de las Baleares, conocemos nuestros orígenes. Fueron los “Honderos”. Pero hasta los “Honderos”, que fueron nuestros tatarabuelos, vinieron de otras partes. Nosotros no creemos ni aceptamos la teoría de la “Generación espontánea”. Todo viviente viene de otro ser vivo. Y por tanto los primeros habitantes de cualquier parte del mundo eran hijos de algún primitivo ser vivo.  

Los recuerdos históricos nos describen movimientos, invasiones, guerras, conquistas, de unos pueblos contra otros. Los os romanos conquistaron Europa, los Bárbaros arrollaron a los Romanos, los Arabes invadieron muchos países, los españoles y los portugueses, los ingleses y otros se apoderaron de las Américas, descubiertas por Cristóbal Colón.  

¿Qué es ahora una Nación gloriosa, valiente?.  

Es el resultado de un enorme cocktail racial, humano. Hasta los idiomas son así. Una mezcla, más o menos comprensible. Pregúntele a un británico qué es la lengua inglesa, el idioma más hablado en todo el mundo. Y les responderá si se atreve: el inglés es algo así como unos sonidos que se pronuncian de un modo diferente a como se escriben. Y si saben un poco de historia británica comprenderán por qué.  

En Europa los países se están entrelazando para formar una Europa Unida, en que van desapareciendo las murallas fronterizas. Y esta tendencia unificadora se va extendiendo a otros continentes. Pero, aunque los dirigentes no lo quisieran, la paulatina unificación se va extendiendo. Y hasta se habla de “globalización”, que sería algo así como una igualdad entre “Nación” y “Planeta o Globo Tierra”.  

Para los Cristianos todo esto es muy comprensible. Porque el mensaje cristiano siempre habla de hermanos y de hermanas, no de “judíos y griegos”.  

Ahora ya no sabemos si aquel señor, aquella señora, negros o blancos, amarillos, con los ojos inclinados o con los ojos horizontales, los que gritan por las calles “Ya” a sus compañeros o que nos dicen “Good morning”, los que repiten la palabrita “este” con un acento especial, o los que convierten todas las “eses” en “zetas”, son extranjeros, forasteros, o sencillamente “queridos hermanos”. Para nosotros son esto último: “QUERIDOS”, muy QUERIDOS, que están con nosotros como si estuvieran en su propia tierra, en su propia casa.