Solidaridad sin fronteras

Autor: Ramón Aguiló SJ

 

Constantemente se están creando situaciones que tienen unas consecuencias terribles. Y que se globalizan muy pronto. Unas veces estas situaciones son fenómenos naturales. Otras veces son consecuencia de las violencias humanas.

 

En la primera lista podríamos recordar a los terremotos, inundaciones, tornados, vientos huracanados, movimientos de tierras, destrucción de puentes artificiales, etc.

 

En la segunda nosotros los seres humanos de finales del siglo XX y comienzos del XXI, tenemos la triste, la terrible experiencia de las guerras entre naciones, de las guerras tribales que se convierten guerras civiles, de los diversos terrorismos que presentan siempre diferentes causas: terrorismos independentistas, terrorismos vengativos, terrorismos ideológicos.

 

Lo que me parece terrible es que estos fenómenos violentos que dependen de la libertad de los grupos no tienen soluciones, no pueden solucionarse con la solidaridad entre las naciones, aunque todos sufrimos sus consecuencias. Tienden a globalizarse, pero las multitudes no pueden rechazarlos, no pueden vencerlos. Se desarrollan en la oscuridad, en los bajos fondos de la sociedad.

 

En cambio, los desastres naturales, los que no dependen de los dirigentes ni de los ciudadanos y ciudadanas del mundo, se globalizan y se pueden solucionar con las aportaciones provenientes de verdaderas multitudes del mundo, a través de un sentimiento colectivo que nace de la solidaridad.

 

Tenemos un caso reciente, que está proyectando su importancia también ahora gracias a las informaciones de los medios de comunicación social. Es el caso del gran terremoto de la ciudad de Bam en el Irán. Ha sido y sigue siendo terrible. Se dice que el terremoto ha asesinado a unos 40.000 seres humanos de todas las edades. Es algo que nos ha conmocionado a todos ver las imágenes reales de una famosa e histórica ciudad destruida, como es la de Bam y contemplar los montones de cadáveres que son enterrados rápidamente y en fosas comunes, para evitar que se produzcan epidemias.

 

Ha sido especialmente impresionante ver cómo unos hombres y mujeres solidarios iban buscando los posibles supervivientes que se hallaban atrapados, sepultados por los escombros. Bastantes con esta actuación tenaz, incansable, de los que  no se cansaban de mirar, escuchar, interpretando las señales inequívocas de los perros adiestrados en estas búsquedas, han recuperado la alegría de vivir, a pesar de la muerte que les asediaba.

 

Hemos oído hablar de unos seres cuya característica es la tenaz solidaridad. Bomberos SIN FRONTERAS. Médicos SIN FRONTERAS, CRUZ ROJA, MEDIA LUNA ROJA, y otros. Estos hombres y estas mujeres provenían y provienen de diferentes naciones del mundo. No se cansan de trabajar, día y noche, buscando ayudar a aquellos seres que, sin culpa ninguna suya, han sido perseguidos por las sacudidas de la tierra, con sus placas movedizas, con sus consabidas repercusiones en otras fechas. Para su solidaridad no hay fronteras.

 

Los que en el mundo sufren por alguna causa, sea la que sea, son sus hermanos, son sus seres queridos, son los que, muchas veces sin palabras, solamente con sus lágrimas y sus heridas y sus rostros cadavéricos, claman , lloran, gimen en busca de soluciones a sus males.

 

Muchos de nosotros nunca han tenido una experiencia semejante. Yo he experimentado dos veces lo que significa el terremoto, pero ha sido en circunstancias muy leves, muy pasajeras. Una vez, estando en Sucre, la antigua capital de Bolivia, me sucedió lo siguiente: Estaba celebrando la Eucaristía tranquilamente, en un día normal, no festivo. Había un grupo de gente en el templo. La Eucaristía se desarrollaba con normalidad. Llegó el momento de la Comunión de los Fieles. Y en este momento, cuando varios se hallaban arrodillados en el comulgatorio, todos experimentamos que aquel templo era sacudido. Se movían las paredes. Se movían los arcos del techo. Yo miré hacia arriba y ví que del cielo caían unas nubes de polvo y de trocitos de cemento. En pocos segundos, las gentes comenzaron a correr hacia fuera, hacia la plaza, para evitar las consecuencias del posible y casi seguro derrumbe del templo convertido en escombros. Me quedé solo en el altar. Y  yo solo terminé la eucaristía. Después todo siguió normal. El terremoto había pasado. Las consecuencias graves se habían producido en otro sitio.

 

La otra sacudida sísmica de mi vida me sucedió en Palma de Mallorca, al anochecer. Estaba viendo las noticias de la Televisión. Y de pronto experimenté que la silla en que estaba sentado se movía. Lo hizo varias veces. Yo pensé que algún compañero mío me estaba haciendo una broma. Me imaginé que se había acercado a mí por detrás, y que en aquel momento estaba moviendo la silla en que yo estaba sentado, para hacerme una broma, y darme un saludo inesperado. Me giré para ver. Y detrás de mi no había nadie. Otro compañero se acercó y gritó: “Ha habido un terremoto”. Aquel movimiento inesperado era una repercusión de un fuerte movimiento sísmico, que se había producido en  el Norte de Africa.

 

Otras veces me encontré en problemas inesperados. Una vez volando sobre el Océano Atlántico en un avión, nos encontramos con una fuerte tempestad. El avión se agitaba ferozmente. Subía y bajaba con gran violencia. Se ladeaba. El Piloto nos avisó y nos dijo que todos nos pusiéramos el cinturón de seguridad. Y a la convenida aterrizamos felizmente en América.

 

Un suceso también curioso me demostró las limitaciones de los fenómenos físicos y de los fenómenos naturales. Volaba de Sucre a Oruro, que está a más de 4.000 metros de altura. El avión voló. Y aterrizó en el aeropuerto de Cochabamba, que está a una altura de 2.600 metros. El Piloto y su azafata  nos comunicaron que el avión no había podido tomar altura. Evidentemente no era un montañero famoso.

 

Deberíamos todos poner en nuestras vidas unos brochazos bien visible, muy hermosos, de SOLIDARIDAD. Nos sentimos solidarios con los seres del mundo, y queremos ayudarles especialmente en los días tristes, en los sangrientos días de su vida. En algunas ocasiones festivas será para regalar unos Juguetes a los niños y niñas de los Países del Tercer Mundo. UN JUGUETE PARA LOS NIÑOS. Este es el lema de un Campaña de Navidad, Año Nuevo y Reyes Magos.