Pentecostés: Nació Tu Iglesia

Autor: Ramón Aguiló sj.


TU PROMESA DEL ESPíRITU. Siempre he pensado que tu Iglesia, Jesucristo, nació el día de Pentecostés, cuando Tú ya no estabas visible en el grupo de tu Madre y tus Amigos. Tú habías modelado su cuerpo, un cuerpo pequeño, y en cierto sentido, raquítico, enfermizo, titubeante, como todo lo humano, como todo lo que nace.  

Pero le habías prometido al Espíritu de la Verdad, al Abogado Defensor, a Aquel que procede del Padre y de Tí mismo. "No os marchéis de Jerusalén hasta que os llegue la Fuerza de los alto". Y Te fuiste. Y ellos esperaron que se cumpliera tu promesa. Y se cumplió, como lo narran "Los Hechos de los Apóstoles", Cap. 2. 

Fue el día de la Fiesta Judía de los Cincuenta Días, o de las Siete Semanas que, con un nombre griego, se llama "Pentecostés". Fue como un Terremoto. Un Viento huracanado. Unas llamaradas de Fuego. Estaban reunidos ellos, María, Pedro y los demás, menos el Judas Iscariote, el que Te entregó, el que Te vendió.

 

EL ESPíRITU LOS TRANSFORMó. Todos quedaron transformados, transfigurados a tu imagen y semejanza. De pronto comprendieron. De pronto se sintieron capaces. De pronto no experimentaron más aquel miedo atroz que los mantenía huidizos, escondidos, encerrados. Comienza la Iglesia a conquistar el mundo. Salen a la calle. Y comienzan a hablar en aquella ciudad, capital del pueblo judío, que está en fiesta. Y las gentes escuchan atentas. Y Pedro se siente orador, de palabra fácil, e ideas claras, capaz de afrontar la atención de las masas. Y les habla con pasión. Y con una gran convicción personal, porque quiere comunicar a todos la verdad, el mensaje que lleva dentro, la realidad de tu Presencia divina, de tu Mesianismo Salvador, de tu Mensaje Revolucionario. "Aquel a quien vosotros matasteis ha vuelto a la Vida. Arrepentíos de vuestros pecados. Y bautizaos".

 

PEDRO ES OTRO. No reconozco a Pedro. No veo en él ahora a aquel que sintió miedo ante las palabras socarronas de unas mujeres que afirmaban. "Tú estabas con El"... "No le conozco. No estuve con este hombre", les repetía el cobarde pescador de Betsaida. Y así pudo escabullirse. Y así pudo evitar, por entonces, ser también crucificado, como Tú, aunque unos años más tarde, no lo pudo evitar en la Roma del Imperio. 

Ahora, después del Terremoto, del Viento y de las Llamaradas, es otro: está fuerte y arrollador. Así aquella tu Roca, aquella Piedra, que Tú mismo has escogido, como base y fundamento de tu Iglesia, queda definitivamente asentada. Ya no se moverá, impertérrita. Y los poderes del mal ya no podrán nada contra ella. Ha nacido la Iglesia de Jesús, Tu Iglesia, Mi Iglesia, a la que tanto quieres Tú y a la que yo también quiero, porque es mi camino hacia Tí, y porque es tu Cuerpo Místico, a pesar de tantas tormentas y de tantas llagas.

 

EL ESPíRITU DE PENTECOSTéS A FINALES DEL SIGLO XX. Yo, Jesucristo, Te escribo esta carta el día de Pentecostés de un año, 1995, en que todos nos acercanos al final del siglo y al final del segundo milenio. Es verdad que ya no experimentamos el característico temblor del Terremoto del Espíritu. Ni tampoco percibo aquel viento fuerte, huracanado, transformador. Ni he visto las llamas de fuego sobre las cabezas de tus cristianos de ahora. Más bien, en estos momentos, me siento algo triste, porque todo sucede como si tu Espíritu de la Verdad y de la Fuerza estuviera callado, inactivo, expectante, oculto. Es cierto que algunas veces tu Espíritu se deja sentir, vigoroso, en el silencio de alguna de esas casas de Convivencias o Ejercicios, o en alguna Capilla olvidada, o en la celebración de alguna Eucaristía rutinaria. Tu Espíritu sigue activo, pero en el murmullo interior de las conciencias. 

Pedro era un hombre débil. Sus compañeros, los Apóstoles, eran personas ingenuas, normales. Y esta limitada realidad de los comienzos se ha ido manifestando inexorablemente a través del Río Eclesial de los siglos y de los diferentes Pueblos. También ahora somos muy poca cosa los cristianos y los que se manifiestan como sucesores de tus Apóstoles. No podía ser de otro modo. Pero esto duele. Nos duele a todos. Y todos sufrimos las consecuencias.

 

NOS RODEAN ENEMIGOS. Los miembros de tu Iglesia, aun los que están más arriba y por tanto son contemplados más fácilmente por todos, somos pecadores. Y estamos rodeados de enemigos que nos observan. Y nos acusan de todo lo imaginable, aprovechando las manchas de unos pocos. 

Los medios de Comunicación, los escritores, los investigadores de la historia y de la actualidad encuentran fácilmente sucesos escandalosos que deberían ser impropios de los cristianos. Y los sacan a la luz, y los gritan en reportajes y libros, en las cadenas de Televisión y en las Radios. Y eso hiere una vez más a tu Cuerpo. Y Te hiere a Tí, porque tu Iglesia eres Tú. Y como consecuencia hay cristianos que dejan de serlo, que se van a la acera de enfrente, para denigrarnos y abuchearnos, por nuestra hipocresía y nuestra incapacidad. 

Tú sabes a qué me refiero. No quiero decirte más.  

Yo sé que respetas la libertad de las personas. Y sé que ante Tí cada uno es responsable de sus propias acciones. Y no hay más que esperar el final de los tiempos, cuando tus Angeles recogerán primero las cizañas y después el trigo, en ese inmenso campo de lo real.

 

EL ESPíRITU Y LAS LENGUAS. Pero quiero decirte otra cosa todavía. Es la cuestión de las lenguas. Pedro, el día del Espíritu, habló seguramente en su propia lengua. Y gritó con emoción. En Arameo.  

Pero en Jerusalén había gentes de diversas nacionalidades y lenguas. Y todas ellas comprendieron el discurso del Primer Papa. Y muchos de ellos se convirtieron y aceptaron su mensaje cristocéntrico. Así sucedió que la primera Iglesia de Pentecostés fue una Iglesia de diferentes lenguas, de diferentes países y nacionalidades. Pero aquella Iglesia tan compleja era sólamente "una" Iglesia, con la Unidad que Tú, en tu Oración insistente, habías pedido al Padre, antes de tu presencia en los tribunales y de tu muerte en la Cruz. 

Ahora tu Iglesia que cada vez es relativamente más pequeña se ve complicada por discusiones lingüisticas y nacionalistas. Y las discusiones fácilmente se convierten en enemistades, luchas, separaciones. Varios países están en guerra por estas causas. Y tu Iglesia también se siente afectada y enferma, contagiada por estas pasiones culturales.

 

EL ROSTRO DE LOS QUE ESCUCHABAN A PEDRO. Me hubiera gustado estar en la plaza aquel día de Pentecostés. Y haber escuchado atentamente a Pedro. Y haber mirado a la cara de los que le escuchaban.  

Estoy seguro de que también había entre ellos algunos soldados romanos, centuriones honrados, y otros potentados. Estoy seguro, también y sin embargo, de que la gran mayoría de los oyentes y convertidos estaba formada por personas sencillas, obreros, campesinos, artesanos. Esta es la primera cara de tu Iglesia, la Iglesia de los proletarios, de los abandonados, a los que Tú llamaste "Bienaventurados", "Dichosos".

 

VEN, ESPíRITU SANTO. No es pedirte demasiado que sigas actuando ahora a través de Tu Espíritu de la Verdad. "Ven, Espíritu Santo", repetimos en nuestras oraciones comunitarias, más por costumbre y por rutina social que por convicción sincera y por necesidad imperiosa. 

Yo Te lo repito ahora en este día cualquiera que puede ser el Día de mi Pentecostés personal: "Jesús, envíame tu Espíritu, aquel que da Luz para la Verdad y para la Fuerza, para que me saque de esta vulgaridad opaca, de esta inutilidad soñolienta y perezosa". 

Ha llegado el sol fuerte que preanuncia el verano. Ha llegado el calor. Los hombres y mujeres de las ciudades se preparan para gozar de unas vacaciones merecidas. Piensan sin duda en el placer y en el descanso, en el lugar a donde irán, montaña, playa, campo. Viajarán. ¿Pensarán en tu Espíritu hoy?. ¿Qué me contestas?.  

Ojalá los terremotos de tu Espíritu sacudan los fundamentos humanos de las conciencias. Ojalá el fuego que Tú quisite traer al mundo para que ardiera, se pose también en nuestros días sobre la frentes de muchos incrédulos, agnósticos, ateos. 

Ojalá que tu Iglesia no se contente con reunir gentes sumisas, calladas, reverentes, que sólamente sepan aplaudir y aclamar al que está delante y les habla, sino que también sepan "realizar", "vivir", "comunicar" todo lo que Tú significas de Vida y de Mensaje. 

Ojalá yo, que Te envío esta carta, y Te la leo con tanto cariño y entusiasmo, sea uno de ellos. Y pueda estar dentro del gran Salón de la Humanidad, donde están los que perciben la Luz y la Fuerza de tu Espíritu. Con María, tu Madre. Con Pedro, tu pobre pescador transformado en tu intrépido Apóstol y Piedra.