Nosotros decidimos

Autor: Ramón Aguiló SJ

 

   

Hace pocas semanas los Estados Unidos de América han invadido los medios de Comunicación. Ya conocemos las caras de los grandes candidatos. Unos han vencido, para presentarse como candidatos. Encuestas. Globos de todos los colores. Discursos vigorosos. Vergüenzas que se han hecho públicas. Y el pueblo soberano llenando las plazas y los estadios. Aplaudiendo. Abucheando. Coreando. Pero los candidatos no son solamente dos. Son varios, aunque no los conocemos. Lo que sucedía en los Estados Americanos ha sucedido también en otras naciones. Hasta en Rusia. También en España.

 

Yo recuerdo que se contaba una anécdota con motivo de unas elecciones yankees. El día de las votaciones, el Presidente que iba a cesar le dijo a su chofer: “prepara el coche, prepara la papeleta. Vamos a votar. Es importante”. Y el chofer así lo hizo. Pero, mientras el motor zumbaba, y las ruedas del coche rodaban, los dos amigos, hablaron de las elecciones. El chofer le dijo al Presidente por qué partido iba a votar. Y el Presidente cayó en la cuenta de que su voto era para otro partido. Entonces le dijo al chofer: “Mira. Tu votarás por A y yo iba a votar por B. De modo que los dos votos contrarios se anulan mútuamente. No vale la pena gastar tiempo y gasolina. Si quieres, volvemos a casa y vamos a pasear para tomar el sol”. Y así lo hicieron. Y la soberanía del pueblo quedó a salvo, hermosa, brillante, humana.

 

Lo que sucede en los Estados Unidos de América sucede también aquí. Y es interesante mirar hacia allá, pasando por encima del gran charco oceánico, y mirar hacia acá, hacia nuestra España, hacia nuestro mundo hispánico.  Aquí también existe un pueblo soberano, aunque no lo parezca. Nosotros decidimos en el mundo de la política, aunque a veces parece interesarnos poco.  Porque nuestro pueblo piensa más en otras cosas. Y en el fondo lo que más le interesa es estar seguro, trabajar, comer bien, pasear y divertirse. Lo que a veces no resulta tan fácil.

 

Hemos visto que los partidos políticos están siempre en época pre-electoral. Apenas han ocupado las poltronas gubernamentales, piensan en cómo las van a conservar. Las gentes de a pie piensan más en el fútbol, en las pasarelas, en las modas, en los cines... No les importan mucho los consabidos “slóganes”, ni los gestos mayestáticos y proféticos de los que cocinan la realidad diaria.

 

Pero pasan los días. Y las encuestas nos dicen con sus números siempre dudosos que, si hubiera elecciones ahora, sucedería esto... Y hasta nos dan el tanto por ciento de probabilidades.

 

 Llega el día de la decisión. Los votantes, expresión de la soberanía popular, se ponen una invisible corona de oro, eligen una papeleta, la ponen dentro de un sobre, no se olvidan del documento de identidad, y, llegado el momento, se dirigen hacia el colegio electoral, para “hacer cola”. Mejor es ir pronto, o durante la hora de las comidas, porque así la espera será más breve. Un policía les dirá: “Pase”. Los de la mesa le piden el documento, ponen una señal junto a su nombre, en la lista de los votantes de aquella barriada, y meten el maravilloso sobre con la papeleta, dentro de la urna silenciosa. En aquel momento el soberano, la soberana se convierten en un ser humano normal. Se les cayó la corona. Y vuelve la rutina de cada día, el insomnio, el trabajo, el desayuno de café con leche y un croissant, coche, ruidos escandalosos de taladros por todas las calles y plazas, jefes, empresarios, compañeros y compañeras de trabajo, telefonazos inútiles, negocios que no llegan a cubrir todos los gastos, vecinos molestos, los hijos e hijas con malas notas en el cole, suspensos... ¿Qué les parece? ¿Es así?. No me gusta ser pesimista. Y me encanta pensar que “todo va muy bien”, “requetebién”, hasta el Euro y el dólar, el precio de la gasolina y del gasóleo. Que no existen las vacas locas, ni las ovejas con la lengua azul, ni la salmonella, ni las listas de espera para los enfermos del corazón, ni los submarinos nucleares, ni los barcos que se hunden, dejando productos deletéreos en el mar, ni aviones que deben ser revisados porque hubo defectos en su construcción, ni el Sida, ni la gripe del pollo.

 

En la política no todo son discursos más o menos crispados, ni nacionalismos terroristas, ni escándalos pecuniarios... Los políticos y las políticas son hombres y mujeres que han dedicado su vida “full time” a unas actividades muy importantes para el bienestar del pueblo soberano, el pueblo que les encumbró. Es verdad que no trabajan “ad honorem”, porque ellos y ellas ganan buenos salarios, unos salarios que se calculan muchas veces en miles de dólares y de euros. Bueno. Les comprendemos. Se lo han ganado. Y se lo ganan cada día. Al fin y al cabo estar sentado horas y horas en un despacho, y reunirse con sus colegas de gobierno, viajar hasta los antípodas, etc., etc. debe ser engorroso y agotador.

 

Para mi lo mejor sería que los políticos y las políticas tuvieran todos y todas una característica esencial que sería la inagotable capacidad de dialogar, aunque algunas pocas veces llegaran a levantar la voz, dijeran alguna palabrota al adversario y realizaran algún gesto teatral. Dialogue Usted, señor, señora. Se lo agradeceremos todos y todas. Porque nosotros queremos sencillamente vivir, trabajar, ganar lo suficiente y dormir cada día en paz, y sin insomnios.

 

Lo de la soberanía popular ustedes lo podrán encontrar en el inventor de la democracia moderna, que fue un señor llamado Francisco Suárez, filósofo famoso y pensador, escritor genial y novedoso, que nació en Granada, el año 1548 y murió en Lisboa el 1617. Sus obras fueron prohibidas y quemadas por los absolutistas. Es una gloria del siglo de oro español. ¿Ha leído Usted alguna de las obras del Sr. Francisco Suárez, Señor, Señora de la política activa?