Mi ultima voluntad

Autor: Ramón Aguiló SJ

 

Tú no la tuviste. Porque, según un escritor, el "Epitafio es la última vanidad". No se Te podrá atribuir a Tí esta vanidad. Nunca has decidido el epitafio que debiera cubrir tu sepulcro. Y en tu caso, además de tu completa carencia de vanidad, la razón más profunda de este hecho, se debió sin dudar, a la plena convicción que tenías, de que tu tumba sería para Tí una habitación temporal, pasajera. Como la de un hotel que se ocupa unas pocas noches.

 

Sabías que ibas a resucitar. Que se deslizaría la gran piedra que cubría la entrada del sepulcro nuevo, y que éste quedaría completamente vacío, sólo con unas vendas y un paño, abandonados. Ahora cuando los peregrinos visitan la ciudad de Jerusalén, suelen ir a la Basílica del Santo Sepulcro. Pero se trata de un sepulcro vacío. Pero los hombres somos vanidosos. Algunos han escogido su propio epitafio. A otros se los han dedicado sus admiradores. Recuerdo algunos casos:

 

EPITAFIOS FAMOSOS. Sobre la tumba de todos los demás hombres y mujeres se puede poner una placa, más o menos hermosa, más o menos rica, que intente resumir los rasgos característicos de la personalidad del muerto, allí sepultado. Después de unos años, no quedará casi nada de aquel cuerpo frio, polvoriento o maloliente. Sólamente podrá quedar su recuerdo, las fechas de comienzo y final de su vida terrena y una sencilla alusión, o definición, de lo que fue o quiso ser, siempre con un definido sabor a poco, siempre con una tonalidad humilde.

 

En las visitas a los lugares históricos más famosos y a las sepulturas de los grandes hombres y mujeres, se pueden leer epitafios muy hermosos y significativos.

 

Sobre el sepulcro de aquel pintor que es considerado como uno de los iniciadores del Renacimiento, y tiene la categoría de Beato de la Iglesia, Fray Angélico de Fiésole, Dominico, se pueden leer estas palabras, que me han gustado porque son humildes y porque Te recuerdan a Tí, Jesús de Nazaret, con gran cariño:

 

            "Non mihi sit laudi quod eram velut alter Apelles,

            sed quod tuis meritis omnia, Christe, dabam".

 

Estos versos latinos se podrían traducir así:

            "No se me alabe por haber sido como un segundo Apelles,

            sino por haberTe entregado, Cristo, todo lo que yo hiciera".

 

Guido di Pietro, llamado Fra Angélico fue un genial pintor de escenas de tu vida, y siempre utilizó sus pinceles con una profunda delicadeza llena de religiosidad y de amor a lo que sus cuadros representaban. Nació en Vichio el año 1387 y murió en Roma, el 1455. Trabajó y pintó sobre todo en Florencia, la Firenze de la Toscana Italiana, donde dejó una luminosa estela de cuadros. Yo los he podido contemplar y admirar allí, en aquel Convento de los Dominicos que es al mismo tiempo lugar de oración y museo de de un arte angelical.  Ahora es el "Museo de San Marcos", uno de los lugares que hay que visitar detenidamente, cuando un turista tiene la suerte de llegar a esa ciudad tan original, cortada por el Rio Arno, que tiene nombre de flores, Florencia.

 

Su vida de Religioso y Artista está muy bien sugerida en el doble verso de su epitafio. Gran pintor que siguió las huellas del pintor griego jónico Apeles que vivió entre los siglos IV y III antes de tu era, y un exquisito religioso que Te amó y se entregó todo a Tí, con su vida y con sus pinceles.

 

En Roma he podido ver y contemplar varias veces otras tumbas con bellos epitafios. En la parte más vieja de la Ciudad, no muy lejos de aquella jesuítica iglesia del Gesù que tanto y con tanto cariño recuerdo, he visto el soberbio edificio del Panteón, construído antes de tu venida, y dedicado a todos los dioses paganos. He penetrado en él en diversas ocasiones, he podido descubrir allí monumentos, cuadros y sepulcros de reyes. Y entre todos ellos, me impresionó especialmente la tumba del genial Pintor Rafael, Raffaelle Sanzio, el artista del esplendor humanista, renacentista, que nació en Urbino en 1483 y murió en Roma, el 1520. Su vida fue breve, pero la llenó de colores y de luz, como se puede constatar en las Logias y Stanze del Vaticano.

Sobre su tumba pude leer un famoso díptico del cardenal y erudito, veneciano, Pietro Bembo, que dice así:

 

            "Ille hic est Raphael, timuit quo, sospite, vinci,

            rerum magna parens, et moriente mori".

 

            "Aquí yace Rafael, por el cual, vivo, temió ser vencida,

     la gran madre de todo, y temió morir, cuando él muriera".

 

Este epitafio subraya la característica "naturalista" de la Pintura de Rafael. Como si la Naturaleza sintiera miedo ante su genio. En vida, porque él la podía vencer. En su muerte, porque ella podría morir con él. Rafael también Te pintó varias veces.

 

En París también he visitado una tumba famosa que se halla en el Palacio de los Inválidos. Es realmente grandiosa e impresionante. En una amplia sala, rodeada de doce estatuas del Escultor Pradier, se levanta el Sarcófago, de granito rojo, del Emperador Napoleón I. Las estatuas representan las doce grandes Victorias de aquel luchador ambicioso y dominante. En el suelo, los mosaicos recuerdan los nombres. Y en la parte superior se lee la frase del Testamento de Napoleón que ha servido de Epitafio:

 

            "Deseo que mis cenizas reposen a orillas del Sena,

            en medio de ese Pueblo Francés que he amado tanto".

 

No sé si esta frase dice toda la verdad acerca de la historia de una gran ambición de poder.

 

Napoleón Bonaparte, que había nacido en Córcega, el año 1769, creció en medio de las grandes Revoluciones de aquel final del Siglo XVIII, y, después de conquistar media Europa y parte del Norte de Africa, murió desterrado en la Isla de Santa Elena, en 1821. Si ganó 12 victorias, perdió una, la de Waterloo, en 1815, que fue su última batalla en este mundo, la que le llevó al definitivo destierro.

 

 

LOS SIN EPITAFIO. Nosotros, los hombres y las mujeres sencillos, normales, grises y también oscuros, no queremos unos versos parecidos, unos dípticos que en pocas palabras, sugieren grandiosas síntesis de unas vidas excepcionales. Tú fuiste de los sencillos. Y fuiste "El Resucitado". Sin embargo, podríamos encontrar alguna forma de Epitafio para tu Sepulcro Vacío.

 

PILATO TE DEDICó UN EPITAFIO. Sobre tu Cruz, Pilato, el atento Procurador Romano, mandó que se pusiera una inscripción con la razón de tu condena a muerte, como se acostumbraba. Y la que el Romano mandó poner fue causa de una controversia con los dirigentes israelitas.

 

La Inscripción decía: "Jesús Nazareno Rey de los Judíos". Y esta frase tan expresiva, también se podría considerar como un Epitafio, aunque a mí me gustaría que se añadiera algo, una palabra, y quedara así: "Jesús Nazareno, Rey de los Judíos y de la Humanidad".

 

Muchos transeúntes la pudieron leer, porque el Gólgota estaba cerca de la Ciudad y porque el texto estaba escrito en hebreo, en latín y en griego, las tres grandes lenguas del mundo en aquel momento histórico. Además eran los días de las Fiestas de Pascua y Jerusalén estaba llena de Judíos, Prosélitos y Turistas, provenientes de varias partes de los países más cercanos.

 

Los Dirigentes Judíos se quejaban de que la sentencia adoptada por Pilato no reflejaba la verdadera razón de tu condena. Por eso, fueron a quejarse al Procurador. Querían que dijera: "Este ha dicho: Yo soy Rey de los Judíos".

 

Pero Pilato esta vez se mostró decidido y fuerte. No quiso cambiar lo que había decidido anteriormente. Y les gritó malhumorado: "Lo que he escrito, he escrito".

 

Que yo sepa no hay un epitafio en el sepulcro de aquella basílica de Jerusalén llamada del "Santo Sepulcro", porque, si lo hubiera, no podría decir: "Aquí descansa...", sino sólamente "Aquí estuvo durante unas horas...". Y esto no suena a epitafio. Más bien parece el primer verso de una marcha triunfal.

 

EL EPITAFIO DE LOS ANGELES. Otra forma de epitafio me la han sugerido las diferentes apariciones que proclamaron tu Resurrección "al tercer día" después de tu muerte. Cada Evangelista las narra a su modo. Porque se levantó una gran conmoción entre aquellos y aquellas que Te habían seguido, durante tu vida de Comunicación y de Magisterio.

 

Tú lo había profetizado con toda claridad. Habías repetido las mismas palabras con insistencia. Tú habían anunciado a los que Te querían, a tus amigos y seguidores de verdad, que serías detenido, juzgado, condenado a muerte. Pero siempre habías añadido la última hermosa realidad: "Al tercer día el Hijo del Hombre resucitará".

 

Tus discípulos no lo comprendían. Porque estaban acostumbrados a la triste verdad de los muertos que se convierten en cenizas. No habían entendido las escrituras. Por ello, la noticia de que no estuvieras en el Sepulcro fue para ellos una excitante novedad, una inesperada noticia de triunfo.

 

Según Mateo, Capítulo 28, dos mujeres "al alborear el primer día de la Semana", "Pasado el Sábado", fueron a ver el sepulcro. Eran María Magdalena y María la de Santiago. "De pronto se produjo un gran terremoto, pues el Angel del Señor bajó del Cielo, y, acercándose hizo rodar la piedra y se sentó encima de ella. Su aspecto era como el relámpago y su vestido blanco como la nieve".

 

Los guardias quedaron aterrorizados. Y el Angel se dirigió a las dos mujeres. Las calmó, y les dijo: "Sé que buscáis a Jesús, el Crucificado. NO ESTá AQUí. HA RESUCITADO".

 

Marcos, Capítulo 16, explica que las mujeres querían perfeccionar el embalsamamiento de tu cuerpo.  Pero se encontraron con la tumba abierta, y con el Angel. Les dijo lo mismo: "Buscáis a Jesús de Nazaret, el Crucificado. HA RESUCITADO. NO ESTá AQUí".

 

Hay después una continuación, llamada "El Final de Marcos", que es aceptada por la Iglesia, como texto canónico, pero podría haber sido redactada por otro autor. En este "Final", tu aparición se habría realizado a "María Magdalena que la que había echado siete demonios". Pero no se recogen las palabras que ella escuchó. Ni se se afirma la presencia de ningun Angel.

 

Lucas, Capítulo 24, coincide con los anteriores, pero afirma que las mujeres eran "María Magdalena, Juana y María la de Santiago y las demás que estaban con ellas", añade además que vieron "a dos hombres con vestidos resplandecientes". "Como ellas temiesen e inclinasen el rostro a tierra, les dijeron: '¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?. NO ESTá AQUí. HA RESUCITADO'".

 

Juan, Capítulo 20, complica un poco más las cosas. Porque primero va al sepulcro María Magdalena. Cuando ve que la piedra ha sido retirada, echa a correr y va a comunicárselo a los Apóstoles Pedro y Juan.

 

Ellos salen veloces hacia el sepulcro, constatan que el sepulcro está abierto, observan las vendas abandonadas y el sudario que había cubierto tu cabeza, "plegado en un lugar aparte". Juan creyó en tu resurrección. Y los dos regresaron a su casa.

 

Mientras, María habló con dos ángeles "de blanco", "sentados donde había estado el cuerpo de Jesús"× Ellos le preguntaron por qué lloraba. Y entonces Tú Te manifestaste a María, aunque no Te reconoció enseguida, y supuso que eras el Hortelano. Te reconoció, cuando Tú pronunciaste su nombre, con aquella voz tuya, tan penetrante y emotiva: "María". Y ella exclamó en hebreo: "Rabbuní", "que quiere decir: Maestro".

 

Todas estas narraciones, tan variadas y que rezuman, al mismo tiempo, tanta verdad y emoción, me sugieren un Epitafio para tu Sepulcro vacío. Y sería éste: "BUSCáIS A JESúS DE NAZARET. NO ESTá AQUí. HA RESUCITADO".

 

Este Epitafio sería la gran respuesta a todos aquellos que queremos encontrarnos contigo. No podemos encontrarnos con un muerto, por la sencilla razón de que está vivo.

 

Cuando pensamos en Tí, no recordamos al cadáver de una personalidad genial, de un personaje insuperable de la historia, no reconstruímos los pasos de la vida de un hombre que transformó a la humanidad y después, como todos los demás, la abandonó.

 

Este Epitafio es la única respuesta posible que Tú has dado a los que se preguntan sobre tu Misión Universal. Es la Respuesta del Sepulcro vacío.

 

Buscamos a un Jesús de Nazaret que no está aquí, entre los muertos. Porque está Vivo. Ha resucitado. Y por tanto, como ser vivo, como Hombre que respira, siente y ama, como Hijo del Padre que está realizando su Redención cada día, nos está hablando, nos está sonriendo, nos está acompañando.

 

SUGIERO MI EPITAFIO. Nuestro epitafio muy probablemente será la nada. Sobre nuestras tumbas, tal vez ni siquiera se pueda leer nuestro nombre con las fechas de nacimiento y de muerte. No quedará ningún rastro de nuestra personalidad. Habrá quien sufrirá por ello. Pero Te digo sinceramente que a mí personalmente, esta realidad oscura, no me preocupa nada.

 

Mi vida fue un paseo silencioso por un bosque, por unas montañas, por unas calles y unas habitaciones pequeñas, apretadas, siempre humildes, retiradas, mudas. Unos días llovía. Y cumplí con mi trabajo, caminando bajo el agua. Otros días quemaba el sol, y en aquellos días deslumbrantes, realicé mi trabajo, sudando, ardiente, con sed en los labios y en la boca. En otras ocasiones, los días y las circunstancias fueron normales. Ví que desaparecían de mi alrededor seres queridos, de mi familia, de mis comunidades, de mis amistades, y otros, famosos, grandes hombres de la Política, de la Cultura, de la Religión.

 

Y yo seguía mi camino. Hasta que un día, ahora no sé cómo, me tocó a mí. Yo desaparecí del mundo. Y el mundo siguió su camino: el mundo grande y el mundo pequeño de mi entorno.

 

He procurado conocerTe, llegar a donde Tú querías llevarme, escuchar tus mensajes sobre la Verdad y la Dignidad Cristiana, y practicarlos, según mis capacidades limitadas. Tú has sido mi guía, mi compañero, mi luz y mi verdad. Yo Te he amado con todo mi corazón. Y he procurado conocerTe, hablar de Tí, escribir miles de miles de páginas, teniendo siempre en cuenta tu Verdad.

 

Si quieres que Te sugiera un epitafio para mi humilde rincón de tumba, diría: "Aquí descansando está

          un hombre que amó a Jesús de Nazaret".

 

No me interesa que en el epitafio esté mi nombre. Me basta que mis cenizas recuerden a los que vivan después, que Tú eres lo único de este mundo que realmente merece el sacrificio de la propia vida, el esfuerzo de una inteligencia que busca, los dolores de un corazón que ama verdaderamente, las incomprensiones y las frialdades de los que nos rodean y nos están cerca.

 

Las tumbas "Sin Epitafio" son las tumbas de los "Hombres sin Voz", que somos la grande, incalculable, mayoría de la humanidad. Sin Voz. Pero con mucho corazón. Con una gran capacidad de sufrimiento. Con los apasionados episodios de una existencia, de unas memorias, de una biografía, que no ha quedado escrita en las páginas de un libro, sino, lo que es más, en la Infinita Inteligencia del Ser Supremo, Dios.

 

En Dios está mi Biografía.

 

EL EPITAFIO DE RAMóN LLULL. Muy cerca de donde Te estoy escribiendo estas Cartas, se lavanta una hermosa y amplia iglesia de San Francisco, que tiene ante su fachada un monumento con la figura de Fray Junípero Serra, el Apóstol de California, presentando a un joven indio de América. Pero lo que más me interesa de ese templo ahora es que detrás del Altar Mayor, un poco a la izquierda conserva la tumba de Ramón Llull.

 

Este Ramón fue un hombre extraordinario, algo exaltado, investigador lleno de las ideas desorbitadas de la Edad Media, pero un gran Soñador de espíritu profundamente misionero y cristiano. En Mallorca le hemos elevado a la categoría de Beato. Porque nació aquí, en la Isla, hacia el año 1235, hijo de los conquistadores venidos de Aragón y Cataluña. Por ello pudo definirse ante el Tribunal de la Sorbona, como un "Catalán de Mallorca". Tuvo una vida agitada, viajera, fracasada. Quería la conversión a tu Fe de todo el Mundo Musulmán. Escribió difíciles y hermosos libros de Filosofía, de Ciencias, Novelas, Poesías. Atravesó varios países de Europa, llegó al Africa. Parece ser que fue martirizado. Y regresó malherido a su Isla. Aquí moriría hacia el año 1315. No sabemos si había conseguido ser mártir, como lo había deseado durante tantos años.

 

Ahora los restos de su cuerpo, de esposo, padre y misionero cristiano, reposan en un sepulcro de alabastro. Frente a él, sobre el muro de la capilla, la Tercera Orden de San Francisco ordenó grabar una inscripción, que recuerda un fragmento de los escritos poéticos de Ramón Llull, y que termina con este epitafio:

 

            "Aci jau l'Amic, mort per son Amat y per Amor".

            Que significa: "Aquí yace el Amigo, que murió por su Amado y murió de Amor".

 

Significativo y hermoso Epitafio, síntesis de uma Vida, y explicación de una Muerte. Aquel Ramón quiso ser un buen Cristiano, y sus seguidores lo comprendieron así. En la Universidad de París se le llamaba "Ramón Barbaflorida". Un aplauso para este Ramón que siempre es representado con unas largas y rizadas barbas recubriendo su pecho de Amigo del Amado.

 

También recuerdo con alegría que dentro de unos siglos, no sabemos cuántos, sobre las tumbas vacías de todos tus hermanos creyentes y en gracia, se podrá labrar tu mismo Epitafio: "NO ESTá AQUí. HA RESUCITADO".